Árboles de diferentes colores bordeaban la carretera. El otoño se iba acercando, aunque aún podíamos disfrutar del calor que la cúspide del verano nos estaba dejando. Agradecía por el día caluroso y soleado, porque nadie querría estar en un campamento durante un día lluvioso o nublado.
Cinco horas habían pasado desde que nos subimos a aquella van. Cinco horas estando sobre la ruta, y cinco horas en las que Mickey llevaba dormido sobre mi regazo. No recordaba desde cuándo se había vuelto incómodo para mi trasero, estar postrado durante tanto tiempo haciendo el esfuerzo de quedarse quieto constantemente para ser una buena almohada. Mis nalgas estaban entumecidas, pero al mirar hacia abajo y ver esas largas pestañas picando suavemente la piel de esos pómulos, sabía que lo valía.
Lo que no sabía, era desde cuándo me gustaba tanto Mickey. Y es que, honestamente, cada vez eran más grandes mis sentimientos con él. Y había una forma de darme cuenta lo mucho que me gustaba: el miedo. Pues con el sentimiento de quererlo, junto con él creció el dichoso miedo al rechazo. El miedo a perderlo y ser obligado a dejarlo ir. El miedo a que no me aceptara... por ser hombre.
Pero podría superarlo. Sí. De todas formas, si Mickey se alejaba en aquel entonces, no perdería mucho. Sólo unos días de enamoramiento pasajero. Un mes, mucho helado y unas buenas pizzas y lo olvidaría rápidamente. Aunque, por supuesto, aquellos ojos azules no se borrarían de mi retina.
Los dedos de mi mano se enredaban con los mechones de cabello rubios de Mickey. Había algo en esa acción que la hacía increíblemente placentera, como si pudiera tocar una suave nube o llenar mi boca con algodón de azúcar. No había nada de la presencia de Mickey que no disfrutase: su lenta ya calmada respiración, el movimiento de su tórax subiendo y bajando con lentitud. Sus rosados labios entreabiertos y su pálida piel, apenas con algunas marcas de viejas impurezas, sintiéndose como porcelana contra la yema de mis dedos.
Por supuesto que eso no era lo único que me gustaba de él. Además de aquella personalidad suave y a la vez varonil, me gustaba su cuerpo. Teníamos la misma estatura. Me gustaba su altura. Sus hombros anchos, los cuales quería abrazar. Sus brazos largos y ligeramente gruesos. Me gustaba su trasero. Pequeño y redondo. Bonito. Hecho exactamente para mí, para que algo no tan pequeño pudiera meter-...
- ¡Llegamos! – un grito me sacó de mis pensamientos. Era Noah, mientras ponía el freno de mano. Abrí los ojos como platos mientras giraba la mirada hacia la ventana junto mi derecha. Había un enorme claro lleno de césped algo seco, extendiéndose más allá. A la carretera la habíamos dejado minutos atrás, antes de inducirnos dentro de un camino angosto con las huellas de algunos automóviles, rodeado de árboles altos.
Quité rápidamente mi mano del pelo de Mickey. No quería que me pillara cuando despertara. No quería que pensara mal de mí. Si bien quería atraerle, no quería hacerle sentir incómodo con un par de caricias lejos del límite amistoso. Justo cuando lo hice, él se removió, y poco a poco fue abriendo los ojos.
Mickey se sentó a donde estaba anteriormente.
- Hey – dije, mirándole mientras enjugaba sus adormilados ojos como un niño. Él me devolvió la mirada – dormiste bastante – comenté con una media sonrisa en mi rostro. Sus ojos se abrieron como platos.
- ¿Qué día es hoy? – preguntó inocentemente. Solté una risotada.
- Es el año 3046, el presidente es una planta – bromeé citando una de las líneas de la película Ghostbusters. Pude ver cómo Mickey se destensaba y se encogía de hombros.
- Agh, no dormía hacía días – aclaró su garganta mientras noté que sus ojos caían sobre mi regazo. Se veía algo avergonzado – Lo siento, seguramente fue incómodo.
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SEPTIEMBRE📌
Novela JuvenilCarter Sherman tiene una vida aburrida, un trabajo típico y un compañero de piso al que quiere ocultarle su verdadera orientación sexual. Pero Carter tiene la suerte de que, el primer día de Septiembre, un chico se muda junto a su hogar. El chico al...