Capítulo 30: Estrellas.

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- ¡No fue mi culpa! – dije mientras reía junto a Mickey, caminando por el asfalto lentamente. La puerta de su casa estaba muy cerca, lo cual en aquel momento, odiaba. Quería estar más tiempo junto a él, pero el único tiempo que nos quedaba era hasta el porsche de su casa. Por lo que, caminábamos bastante lento. Era un paso pequeño mientras charlábamos y bromeábamos sobre la noche.

- Es que, Dios – Mickey habló, dejando que su voz fuera distorsionada por la risa que trepaba descontroladamente por su garganta. - ¡Debiste ver tu cara! Estabas tan aterrado – mis mejillas se calentaron mientras miraba hacia arriba, con una ancha sonrisa en mi rostro. El cielo era negro, completamente negro. Tan estrellado como una ciudad con contaminación lumínica puede dejar entrever allá arriba.

Había una suave brisa golpeando mi piel desnuda. Ya se habían terminado aquellos días de temperaturas altas, al igual que ya acababa la estación de verano. Tenía los brazos al descubierto, y comenzaban a ser picados ligeramente por la fresca brisa. Las únicas luces que nos iluminaban junto al asfalto eran las de los focos, no muy altos en las veredas. Aunque no había ni un auto pasando por la calle. Era casi como estar en una ciudad fantasma.

La ciudad nocturna siempre había sido algo que me encantaba. Ver las calles siendo alumbradas por débiles luces. Subir una colina, mirar abajo y sólo ver aquellos puntos de iluminación. Nada de ruido. Ocasionalmente un débil ladrido de un perro loco, y la brisa tan suave y calmada, que te contagia esa tranquilidad.

- ¿Sigues asustado? – preguntó Mickey, aún entre risas. Iba a responder, pero de pronto ya no estaba a mi lado, y sentí un empuje a mi espalda seguido de un sonido que puso en alerta todos mis sentidos. - ¡Buu! – gritó, y salté chillando también. Dios, esta película en serio me había afectado.

Mickey apareció de nuevo a mi lado, riéndose sin control como un pequeño niño. Mi respiración iba rápida y alarmada, por el reciente susto que me había dado. Me llevé una mano a mi corazón, sintiendo con las yemas de mis dedos cómo golpeteaba contra el interior de mi caja torácica. Lo miré con ojos como platos, fingiendo como si estuviera viendo a un asesino con una motosierra.

Él rio aún más y me contagió. Nos faltaba poco para llegar a la casa de Mickey, contando que sólo estaba a unos quince metros como mucho. También ayudaba que ambos patios delanteros de nuestras casas sean grandes. Luego de aquella película, y terminar las cajas de pizza que Noah había llevado, me ofrecí para acompañar a Mickey hasta la puerta de su casa.

Estábamos llegando al pie de las cortas escaleras de su Porsche cuando ralentizamos aún más la marcha, y me quedé apenas atrás antes de llamar su atención, mientras ponía nerviosamente mis manos en los bolsillos de mi pantalón cuadrillé de chándal.

- ¿Pasarás por mí mañana, a mi trabajo? – le pregunté, haciendo que se diera la vuelta para enfrentarme. Mickey ya había subido el primer peldaño, por lo que tenía que subir un poco más la cabeza hacia arriba para verle. Él me dio una sonrisa.

- Claro. Nos vemos – saludó, apenas con un pequeño asentimiento de cabeza. Se giró para subir el siguiente escalón.

- Nos vemos – susurré, viendo su espalda con sus anchos hombros alejándose. Mas, apenas iba por el tercer y último escalón, volvió a girar sobre sus talones, sorprendiéndome cuando con un solo salto se acercó y se paró a poca distancia mía.

- ¿Me das un beso de las buenas noches?

Una sonrisa se expandió por mi rostro, mientras los latidos de mi corazón comenzaban a escucharse a ritmo con el sonido de los grillos nocturnos. Mickey también sonreía. Esa hermosa sonrisa que sólo él podía tener. Sentí cosquillas en mi estómago cuando me incliné hacia él, acortando la poca distancia que quedaba entre nosotros.

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