Capítulo 24: Azul.

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21/09 – Domingo.

Despertarse con el sonido de las aves silbando hacía imposible levantarse con el pie izquierdo. Aunque, aquella melodía no era lo único bonito con lo que mis sentidos se habían topado al despertar esa mañana.

El rostro de un rubio del otro lado de la tienda, enfrentándome, se topó inmediatamente con mis ojos cuando levanté los párpados. A diferencia de aquella vez que le había visto dormir en mi habitación, esta vez se veía impecablemente perfecto. Como un ángel. Un maldito ángel.

Cualquiera creería que exagero, y que nadie puede realmente ser tan perfecto. Pero Mickey lo era. Y lo comprobé esa mañana al ver su cabello yendo literalmente a todas direcciones, con un mechón puntiagudo sobre su frente. Sus largas pestañas acariciando sus pómulos. Sus labios abultados en medio de sus bonitas mejillas. Podía notar que estaba acostado sobre su abdomen, aunque su cuello se torcía para tener su rostro mirando hacia mi dirección. Su cuerpo subiendo y bajando lentamente, a tempo con su tranquila respiración. Podía notar la ligera curva de su trasero debajo de las mantas. No que mis ojos fueran directamente a él... bueno, sí.

Había algo en la imagen que me cautivaba más de lo normal. No sabía si era Mickey en sí, o la entera combinación de su cuerpo bajo las mantas, el leve sonido de su respiración, los pájaros en el exterior y la extraña iluminación con matices verdes, a causa de que la única luz era la del Sol pasando a través de la lona de la tienda.

Creí que podría estar horas y horas simplemente contemplando aquello. Podía sentir los latidos de mi propio corazón en mis oídos, tranquilos y calmados. Como si ver aquella escena fuera mí son de paz. Estaba embelesado con todo aquello. Era, sin duda alguna, una muy buena razón para despertar por la mañana.

Mis ojos de pronto cayeron en los labios rosados y finos de Mickey. Sentí la necesidad de sentirlos sobre los míos. Me pregunté cómo se sentirían, moviéndose posiblemente con torpeza contra mí mientras las suaves manos de Mickey se deslizan por mi mejilla. Me pregunté a qué sabrían. Tal vez, sabrían distinto a los demás labios que probé en mi vida. Tal vez, se sentirían completamente diferentes. Tal vez, sabrían mal, y tal vez, se sentirían ásperos y rugosos. Pero tal vez, eso me encantaría.

Aunque eso tendría que decidirlo luego de probarlos. Se veían tan tentadores e incitantes. ¿Cómo podía ser eso posible? ¿Cómo podían con sólo verlos, llevarme al borde de mi asiento, dispuesto a robarles un beso así sin más? Sin embargo, había una pregunta más importante dentro de mi cabeza. ¿Alguna vez tendré la oportunidad de probarlos?

Sacudí la cabeza, sacándome a mí mismo de mi estado de estupor, en el que había estado absorto en mis pensamientos y en los labios del chico durmiendo a sólo dos pasos de donde yo lo hacía. No entendía, cuándo ni cómo se había vuelto tan importante para mí. Pero no podía hacer nada. Sólo esperar. Esperar y rezar para que él sintiera lo mismo por mí, o, aunque sea, una leve atracción.

No podía obligarlo a hacerlo. No, por supuesto que no. No sólo porque primero quería ayudarlo a resolver sus propios problemas, sino que también sabía que ante todo, lo mejor sería saber que todo venía de él. De sus sentimientos, de su corazón. No quería empujarlo hasta que, eventualmente, sintiera una atracción por mí. Ahí fue que me di cuenta de que, no podía manipularlo hasta conseguir lo que yo quería. Probablemente, tendría que dejarlo fluir, hasta que en algún momento surgiera por su propia voluntad.

Seguramente, si había algo mejor para mí imaginación que pensar en besar a Mickey, sería pensar en él besándome a mí. Y me sentía extraño por eso, pues nunca antes había tenido ese pensamiento por alguien más. Supuse que, durante mi vida, cada vez que pensé en que alguien me gustaba, era una simple atracción. Aunque, de hecho, el término "gustar" es sólo un juego de niños.

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