Capítulo 40: Medianoche.

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11:32 p.m.

Llevé mi mano a presionar el timbre de la entrada. Había perdido la cuenta de las veces que había hecho exactamente eso a lo largo del mes de Septiembre.

El cielo estaba completamente oscuro, y sabía que era muy tarde. Sin embargo, no había podido moverme más rápido, después del ligero y extraño shock en el que había estado después de la visita de papá. Sin saber qué hacer, asustado y temeroso por lo que podría pasar una vez que me encontrara frente a frente con el ojiazul. Había de alguna forma pospuesto la idea de salir de casa a través de los miedos y lágrimas, pero recuperé mi positivismo y las palabras de apoyo de papá, para llegar a la puerta de entrada de su hogar justo antes de medianoche.

Estaba nervioso, no iba a mentir. Habían tantas posibilidades de lo que podría suceder aquella noche, y no todas llevaban a un final feliz. Podía sentir la ligera brisa fresca de la noche que volaba algunos cabellos enrulados a mi alrededor. No había respuesta del otro lado de la puerta, y tampoco oí ningún ruido.

Quizás había sido una mala idea. Quizás sólo debería dar media vuelta y regresar por donde llegué. Ya era de noche, y seguramente la familia Borjack estaba profundamente dormida. Por supuesto, ¿cómo podría irrumpir en ello? No lo había pensado. Pero claro, no había siquiera pensado en absoluto. La desesperación por verle me había hecho olvidarme de la situación.

Pero aún así, quería verle. Quería hablar con él antes de que Septiembre terminase. Ya estábamos en su último día, y estaba al tanto de que a la mañana siguiente estaríamos en un mes diferente, y probablemente extrañaría Septiembre y todo lo que le había otorgado a mi vida. Al fin y al cabo, lo mínimo que podía hacer por él sería despedirlo con sólo ver por lo menos hacia los azules ojos de Mickey. Era todo lo que quería.

Llevé mi mano hacia la puerta esta vez. Quizás el timbre estaba roto, o sería demasiado ruidoso y molesto. Tal vez golpear en la puerta sería mejor. Sin embargo, cuando mis nudillos se posaron allí, mi mirada bajó hacia el tapete de entrada, donde justo debajo se veía algo brillando.

Me agaché para tomar aquel objeto de metal. Convenientemente, era una llave. No sabía si sentirme con suerte y tremendamente confundido por la forma insegura en la que guardan una llave de repuesto.

Debatí dentro de mi mente por bastante tiempo. ¿Qué se suponía que debía hacer ahora? ¿Irrumpir sin más en el hogar? No, claro que no podía hacer eso. Pero, pensándolo bien, la madre de Mickey confiaba tanto en mí que una vez me había dado la llave de su casa. Había dormido allí mientras los dueños estaban lejos. Tal vez no sería tan terrible que entrara.

Tal vez sí. No lo sabía.

Pero como de impulsos no sé controlarme, antes de que mi cabeza pudiera llegar a una decisión, mi mano ya estaba introduciendo la llave en el cerrojo, y mi corazón se aceleró cuando al girarla, se oyó un pequeño click.

Empujé apenas y la puerta rechinó abriéndose. La misma sala de entrada de siempre se abrió ante mis ojos, aunque oscura y sin luz. Apenas siendo alumbrada vagamente por los postes de luz de la calle. El silencio allí dentro era sepulcral. Ni siquiera se podían oír los grillos nocturnos.

Esta vez, a diferencia de aquella noche hacía dos días, no prendí la luz. Caminé dentro, sintiéndome mal cuando me di cuenta que había roto aquel silencio con el ruido de mis zapatillas golpeando levemente el suelo, y la puerta rechinando nuevamente al cerrarla detrás de mí.

Entonces fue que me di cuenta de que las luces de los focos de afuera no eran las únicas que alumbraban el interior de la casa, pues cuando éstas estaban fuera del alcance y ocultas tras la puerta de entrada cerrada, pude notar una tenue luz irrumpiendo desde la sala de estar, a través del arco sin puerta hacia mi izquierda.

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