Capítulo cuarenta y tres.

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Tres sombras de carácter masculino aparecieron tras ella y la luz inundó la habitación, Calíope y yo miramos en dirección a la puerta y Colm entró seguido de Spencer y Cedric, quien mostró los colmillos.

— ¿Quiénes son?—Bramó, miré con atención a los recién llegados al igual que Calíope.

—Ay, mierda. —La escuché murmurar al reconocerlos.

El más alto de los tres recién llegados era rubio cenizo, sus ojos eran dorados y tenía una especie de cicatriz en el pómulo izquierdo en forma de un rayo. Era extremadamente atractivo. Su cuerpo era fornido y debía medir dos metros, si no es que más.

El siguiente chico tenía los rasgos del rostro más marcados, su piel era morena y rizos castaños obstruían la visión de sus ojos oscuros. Tenía una impresionante cantidad de músculos en los brazos y un cinturón colgaba de sus caderas, del cual sobresalía una especie de martillo antiguo, cinceles y demás herramientas para herrar.

El último era impresionante, sus ojos eran más grises que los míos, casi con una tonalidad metálica, su cabello caía por encima de sus hombros en ondulaciones castañas tirando al negro, tenía una buena musculatura y una enorme espada sobresalía de detrás de su ancha espalda, era casi del mismo tamaño que el primer chico.

— ¿Quiénes son ustedes?—Inquirí, colocándome frente a mi hijo, aún dormido, para obstruirles la visión de él y protegerlo de un posible ataque.

—Yo soy Hideon, hijo de Hefesto. —Se presentó el segundo chico haciendo una especie de reverencia.

—Yo soy Elyon, hijo de Zeus. —Le siguió el primer chico, aunque este no hizo una reverencia, Calíope lo golpeó con disimulo.

—Y yo soy Sonnet, hijo de Ares. —Dijo el último e hinchó el pecho con orgullo, Calíope le dio un buen golpe en la tableta que tenía por abdomen que lo regresó a su posición. —Pareja o lo que sea de esta malcriada.

—Te voy a enviar con mi padre como vuelvas a llamarme así. —El cabello de Calíope se había tornado naranja como una llamarada, los tres retrocedieron.

—Lo dije con amor. —Se excusó Sonnet, refugiándose detrás de Hideon.

— ¿Cómo es que llegaron aquí?—Pregunté, guardando mi espada en su vaina.

—El medallón nos ha tenido encerrados por... ¿qué año es este?

—Dos mil diecisiete.

—Joder, hemos estado dentro de esa cosa por siete años. —Gruñó entre dientes Elyon.

— ¿Quién los ha metido ahí?

—No lo sé, lo último que recuerdo es haberlos matado y suicidarme, no entiendo cómo es que sigo viva. —Todos miramos a Calíope raro, se encogió de hombros. —Era mi trabajo acabar con cada uno de los Semihumanos existentes. Eso nos incluye a los cuatro, no iba a faltar con mi palabra.

—Déjame ver si entiendo. —Comenzó a decir Spencer, escogiendo las palabras con cuidado. — ¿Sales con ella a sabiendas de que va a matarte?

—Pues sí, si voy a morir al menos voy a disfrutar. Aunque técnicamente ya morí, y si sigo aquí es porque el medallón lo quiere, no entiendo quién nos ha maldecido con eso.

— ¿Hera?

—No lo creo, uhm, ¿Llum?

— ¿La Jinete? Lo dudo mucho.

—Ya me perdí. —Spencer se sentó al lado del cuenco caído y recargó su cabeza contra mi pantorrilla. —Despiértame cuando ocurra algo interesante. —Solicitó, pateé su cabeza con desdén, a lo que terminó haciéndose bolita a un costado de la cama. Todos lo miramos raro.

Cazadora: Licántropos y VampirosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora