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—No... —El gemido en forma de súplica se deslizó en medio de la tenue oscuridad iluminada únicamente por una lámpara de noche de color cálido— No... Nam, no...

Las manos del Omega apretaron con fuerza la piel canela que cubría aquellos fuerte omóplatos. El sudor decoraba sus cuerpos, haciéndoles brillar a contra luz, enredados en medio de la cama mientras el clásico e infaltable misionero les entrelazaba en una danza pausada pero profunda; eran una pareja madura que se jactó de la gloria del sexo rudo, suave, vainilla, de hacer el amor... ahora simplemente sabían cómo amarse.

Pero el celo de su esposo siempre era rudo.

Sus hijos, JungKook y las gemelas, fueron concebidas en medio del periodo de celo del Alfa. Era incontrolable, irrefrenable. Sus calores eran tan sofocantes que pasaban los cuatro días enredados en la cama; NamJoon odiaba con todo su ser que se bañara porque eso quitaba su esencia de la hermosa piel de su Omega, pero lo reparaba con una ronda intensa de lametones y embestidas duras.

Pero este era diferente. SeokJin, su pareja por más de veinte años, estaba sufriendo; lo reconocía, el aroma opaco de su esencia le nublaba la mente. Sabía perfectamente lo que estaba pasando y lo comprendió, por más de seis años lo comprendió, pero llegó a su límite. Un hombre con su apetito sexual siempre lo tiene.
Y no se quejaba, a pesar de todo, Jin siempre estuvo para él, dispuesto a amarse y enredarse en su amplia cama por horas y horas, disfrutando uno del otro sin límites... pero el tema de su celo era diferente. El día en que su adorado Omega le regaló el par de hermosas cachorritas que eran sus hijas...

Perdió su don.

Jin ya no podía tener hijos.

El golpe, el trauma y el daño de un parto normal en medio de su casa le cobró caro. Perdió mucha sangre y su útero se desprendió con la caída y por el estado delicado en el que se encontraba, con casi nueve meses de un embarazo múltiple. Sus niñas eran un milagro, el hecho de que SeokJin estuviera allí era una prueba de que los dioses y la madre luna existían y tuvieron piedad de él... pero le quitaron gran parte de su ser.

Por lo que fueron seis largos años, luego del nacimiento de los hijos de Tae y las suyas propias, todo estuvo en calma. Se concentraron en la crianza de sus bebés y nadie cercano a ellos se embarazo... pero entonces Tae vuelve a quedar en cinta y Jin lo siente. El aún es joven, su lobo lo es, a pesar de que el segundo dígito de sus treinta no es par, aún le quedaba suficiente vitalidad para dar a luz un buen par de cachorros más; ellos no querían el equipo de fútbol completo, pero les hubiese gustado uno más... solo uno más.

Y nunca lo lograron.

Su útero seguía allí, sacarlo hubiese sido drenar la vida del Omega en un segundo y no perdía la cabeza porque tenía ya tres hijos, pero le dolía, SeokJin y su Omega sufrían porque el lobo de Nam le lamía la panza en cada celo con paciencia, pero nunca llegaba... nunca.
Por eso le rogaba que no, si Nam lo anudaba en medio del celo sería doloroso para su espíritu saberse enredado a su pareja y no poderle dar la cara porque no puede, ya no habrá más bebés.

—Nam... —La primera lágrima rodó por su mejilla a sabiendas de que no le escuchaba, seguía adorándolo con devoción, estaba tan ensimismado en su placer que, no lo culpaba, pero no le escuchaba. Sentirlo expandirse dentro le rompió el alma y los doloridos sollozos trajeron de vuelta al Alfa— Lo siento... lo siento tanto, Nammie.

—Hey, hey... cariño —Pero ese Alfa era tan leal a él, su amor incondicional le mantenía a flote. Era testigo de todas las veces que le dijo cuánto lo amaba y le agradecía por los hijos que le regaló, que se sentía pleno con ellos, que no debía destruirse a sí mismo al sentirse culpable, pero Jin, estaba triste— No llores, mírame.

My Little, Just Mine.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora