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Le daba vergüenza aceptarlo, pero esa vergüenza se transformaba en enojo cuando lo veía sonreír con tanto cariño.

Su bebé adoraba torturarlo para obtener el cariño de su papá Alfa.

Las patadas que le propinaba iban directo a sus costillas y eso le obligaba a sentarse y respirar despacio. Estaba llegando a los ocho meses de gestación y desde que Jackson había vuelto a sus vidas, ese pequeño niño pateador que vivía en su vientre creció vigorosamente rápido. Claramente estaba feliz por ello, porque su hijo estuviera más sano que nunca, lo que no le hacia feliz era el hecho de que se debiera a su pareja.

El peor momento de todos era ese en el que se veía obligado a necesitar su ayuda porque el bebé, al que aún no le tenían nombre, solo se calmaba cuando escuchaba la voz de su padre sobreprotector.

–Jackson... –El nombre fue más un jadeo que nada, provocado por una nueva impresionante patada de futbolista, a ese paso le sacaría la vejiga de lugar–.

–¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Te duele algo? –El detective entraba en pánico cada vez que su Omega le llamaba, siempre alerta como el doctor les dijo la ultima vez. Por la situación anterior entre ellos y su lazo, el estrés sufrido por Mark en aquella etapa, podría adelantarse el parto. Su hijo compartió la ansiedad de su papá y el lazo que se desarrollaba en él no encontró el otro extremo cuando fue necesario. La necesidad del cachorro por sentir a sus padres juntos podría obligarlo a llegar mas pronto de lo necesario. Por eso el Alfa siempre estaba alerta si era de Mark quien se trataba.

–Esta... tratando de romperme las costillas de nuevo... háblale, has que se calme.

Aquel semblante asustado se relajo por completo y, terminando de secarse las manos con la toalla de la cocina, se arrodillo frente al Omega. Con delicadez dejo a sus manos rodear el redondo y cálido vientre. Mark parecía duro al principio, no dejando ni un centímetro a ceder, haciéndole luchar por lo que un día dejo atrás y debia aprender a recuperar. No le juzgaba, fue un completo idiota al dejarle irse de forma tan sencilla y sin preguntar; por no ceder su orgullo y correr tras él. Pagó caro, fue un corto periodo de tiempo en el que aquel hermoso Omega era mas arisco que un gato... pero el bebé comenzó a reconocerlo, a necesitarlos juntos y no tuvo otra opción mas que ceder y dejarle acercarse. Seguía siendo seco y rudo, pero si se trataba del cachorro entonces cedía por completo y acudía a él sin importar que tan lejos o ocupado estuviera; Mark lo llamaría y pondría el altavoz para que su pequeño hijo le escuchara y se calmara.

Poco a poco, paso a paso, iban recuperando eso que dejaron atrás por el maldito orgullo.

–Calma bebé ¿Por qué estas tan contento allí dentro? No patees a papá Mark tan duro.

–Ouh... –El semblante del mayor cambio, dejo ir su cabeza hacia atrás y tomo aire despacio– Jackson...

–No patees bebé –Susurro, sus labios dejando suaves besitos una y otra vez contra la piel tensa alrededor del ombligo– Tus papitos están aquí, junto a ti.

Mark abrió los ojos al sentir los suaves besos en su piel y le vio allí, arrodillado frente a él, calmando al cachorro con palabras dulces y esa mirada llena de amor. Sus manos, grandes y cálidas, protegiendo el hogar del pequeño... debían ser las malditas hormonas, porque sus ojos se llenaron de lágrimas en segundos, un sentimiento extraño apretó su pecho al escucharle decir aquello. El dolor de aquel día en que se marcho y Jackson le dejo alejarse seguía allí, fue un tema que quiso evadir para no complicar las cosas, para no abrirse frente al hombre que le dejo... aunque no dejaba de pensar en lo cobarde e irresponsable que fue: si no se hubiera alejado, si en lugar de correr hubiese enfrentado a Jackson, el pequeño cachorro en su interior no habría sufrido tanto. Nunca debió irse y se culpaba por eso... pero el orgullo puede ser el peor enemigo de cualquiera.

My Little, Just Mine.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora