Décimo Quinto

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Suspiro una vez más, antes de tener que enfrentarme a ese horrendo perfume de adolescente puberta con ganas de atención. No es voluntario el abrazo, solo trato no parecer grosera al rechazar la muestra bastante obligada de afecto.

Miriam se separa de una vez por todas de mí, Samuel por lo menos solo estrecha mi mano, aunque parece que intenta limpiarla disimuladamente en su pantalón.

—Saben que son bienvenidos cuando quieran. —dice la mujer intentando aproximarse a Rhett que me tiene de escudo humano, en lo que debe de lucir como el más normal de los abrazos para una pareja. Él está totalmente en su zona de confort, solo le ofrece la mejilla así no tiene que quitar sus manos de alrededor de mi cintura.

—Claro, gracias por todo. —es lo último que sale de mí, antes de que Rhett salga del yate y me ofrezca sus manos para ayudarme a salir. Y al igual que cuando llegamos, va tomado de mi mano.

Al fin nos alejamos de la pareja más tonta que ha existido en la faz de la tierra. Cuando ya estamos lo suficientemente lejos de la vista de ellos suelto su mano de la mía, aun siento cierta incomodidad, para mí él sigue siendo un apenas conocido. A pesar de eso, al llegar al auto abre la puerta del copiloto para mí.

Él rodea el auto y con ambos ya dentro nos retiramos del lugar.

—Desde mañana tendremos vidas más normales, yo debo volver al trabajo. Y tú... asumo que tienes clases. —asiento ante sus palabras.

—Sí, sobre mi trabajo... ¿cómo va eso?, dijiste que me conseguirías uno. —lo miro atentamente mientras salimos a la Cinta Costera. Él deja salir un sonido extraño de sí. —Si no quieres, tranquilo. Ya me consigo uno yo.

—No es eso. Es que medio que lo olvidé. Pero yo cumplo mi palabra... tranquila. —asiento. Le daré el beneficio de la duda por una semana o algo así. Parece algo incómodo, no sé si es porque ya terminó su papel o porque tiene cosas en su mente.

—Tus tíos son de lo peor que existe. —digo tratando de sacarlo de su cabeza. O por lo menos eso es lo que me gusta a mí, que me mantengan en tierra.

—Lo sé. Por eso debemos detenerlos de quedarse con Scar.

—Scar estará bien, tiene un hermano que mueve el mundo por ella.

Èl suspira.

—Si tuviera que mover el mundo, lo haría. —el camino a casa se va en silencio del cansancio mental que llevamos. Creo que para él debe ser difícil tener que lidiar con cosas de este tipo. Tener que pensar en que si no logra convencer a quienes necesita lo más probable es que termine sin el único pedazo de su familia que le queda.




Lo primero que hago al entrar es confirmar que mis abuelos estén bien. Toco la puerta y la abro sin esperar respuesta. Ambos están en la cama, pero ven la TV. La pasión pecaminosa de ellos son los reality shows. Y más cuando son realmente malos, los aman.

—Buenas noches, señores. Ya volví. — camino hasta la cama y me meto en medio de ellos. Ambos me abrazan y soy un sándwich de gente de la tercera edad. Su habitación es mucho más amplia que la que tenían en casa, pero parece que trataron de recrear todo de la misma manera.

— ¿Cómo le fue a mi bonita? —la voz de mi abuelo suena grabe por el sueño, le sonrío, agarra mi mano y besa el dorso de esta.

—Todo bien.

— Tanta mentira. — mi abuela suspira de forma dramática. — ¿Qué pasó?

Esa vieja metiche jamás quedara tranquila hasta que hable. Me encojo de hombros y la miro fijamente.

—Digamos que me sentí fuera de lugar. —me aclaro la garganta. — Sé que existirán personas que no gusten de mí. Es solo que no entiendo por qué tienen que comportarse así.

— ¿Así cómo? —frunce el ceño el abuelo.

—Como si fueran superiores.

—Nadie es superior o inferior a nadie, la diferencia entre unos y otros son los logros que imponen respeto. Y no porque tengan una vida cómoda significa que se ganen ese respeto. —asiento ante las palabras del abuelo. Me quedo un rato más ahí en el medio de mi sándwich favorito hasta que finaliza el show.

— ¡Camila! —escucho después de dos golpes en la puerta. —Camila, ¿puedes venir?, necesito tu ayuda.

Mis abuelos solo me sonríen, le doy un beso a cada uno. Salgo de la inmensa cama a gatas, me despido por última vez levantando la mano antes de salir por la puerta.

Casi choco con Rhett al salir, su rostro está pálido.

— ¿Qué pasa? —bostezo.

—Scar te necesita. Ahora mismo.

Subimos las escaleras en carrera, entro al cuarto de Scarlett, no se ve nada de ella en su cuarto. Rhett me señala el baño frente a la habitación.

Me quedo frente a la puerta. Toco suavemente y suspiro.

— ¿Qué pasa Scar? —digo lo suficientemente fuerte para ser escuchada.

— ¿Está Rhett contigo? —su voz suena algo frágil.

—Sí. —le respondo, miro a Rhett buscando respuestas y este se encoje de hombros.

—Dile que se vaya. —suena totalmente como algo serio. Su hermano suspira y se encamina a nuestra habitación.

—Ya no está aquí. ¿Qué sucede?




Abro la puerta de la habitación de Rhett. Él está acostado con el brazo sobre los ojos. Me siento junto a él, al sentir el peso en la cama destapa su rostro, parece preocupado.

— ¿Qué fue lo que pasó? — Dios, se ve tan indefenso. En serio que su hermana es su talón de Aquiles.

—No es nada malo. —suspiro. —Tu hermana sentía un poco de vergüenza contigo porque tuvo su primer periodo.

Frunce el ceño. Entonces parece darse cuenta de lo que hablo y sus ojos se abren de manera desmesurada.

—Oh.

—Ya la ayude con eso y tuvimos una charla al respecto. — él asiente como si todo fuera de lo más lógico, pero sus ojos decían lo contrario. —Mañana debes comportarte de lo más normal. Pero dale su espacio, es algo nuevo para ella así que necesita acostumbrarse un poco.

—Okay, ¿Cuándo suele durar eso?

—Depende la mujer. —él hace un gesto extraño, como si la palabra mujer fuese demasiado grande para su hermanita. Pero asiente. Me levanto para dirigirme a mi parte de la habitación. —Buenas noches.

Su mano detiene mi paso al tomar la mía. La impresión me hace temblar un poco.

—Gracias, Camila.  

Matrimonios & ConvenienciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora