Vigésimo tercero

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Bajo la tasa de café, suena un poco contra el plato en el que posa.
Perrie me mira como si no pudiera entender mis palabras.
-No puedo creer que sencillamente no busques la opinión de otro doctor.
-Mi abuelo ya pidió que se le dejara tranquilo junto a su mujer, después de la segunda opción... dijo que no lo moleste más.
-Pero... sigue. Intenta.
-¿No crees que ya lo intenté?, Una opinión más y mi abuelo me odiará. No voy a luchar en contra de su palabra, no puedo decidir por él.
Ella pasa sus manos por su cabello, la vela en medio de nosotras parpadea.
Lo que debería dar un aura de intimidad, solo crea caos en mis pensamientos.
El fuego de los recuerdos que algún día solo serán.
-Okay, cumples con tu abuelo. Entiendo. Pero por favor ve que fue su decisión. Al final no quiero que te culpes por algo que no pudiste controlar.
-No quiero ni pensar en el final.-siento mis párpados arder otra vez.
-No es momento, lo entiendo.
El papá de Perrie camina lejos, sé que escuchó todo. Pero es de esas personas que no dirán nada hasta ver que pueden ayudar.
-Qué tal si nos vemos mañana, después de tu trabajo. Aquí. Tendré café para ambas y puedes traer a lo que tienes por esposo.-su voz sale algo cómica al final, intenta subirme el ánimo.
-Eres un sol.-susurro. Perrie siempre ha sido de las personas más bellas que he encontrado en mi camino. Es realmente un sorbo de vida.
Pero a veces siento que se sume demasiado en trabajar y estudiar, deja de lado cosas importantes, cómo la beca por la que lleva años luchando para ser barista.
Ella se levanta, comienza a agarrar mi cabello y acomoda todo en un moño.
Su acción me es tan familiar.
Por un momento olvido lo que sucede con el abuelo, por un momento tengo mi vida normal.
Y no es que cambiara demasiado después de Rhett, pero si hay un cambio dentro de mí, uno que no acepta un futuro sin mi abuelo.
Sería difícil de explicar si decidiera ponerlo en palabras, solo es algo que me angustia y no puedo ni explicármelo a mí.


La puerta del local hace sonar unas campanitas al ser abierta, levanto la mirada y ahí se encuentra Rhett.
Está algo desarreglado, seguro fue un mal día en el mundo de los helados.
Camina en mi dirección sin hacer contacto visual.
Perrie está haciendo el conteo monetario y su padre desapareció hace rato en la cocina.
Rhett toma asiento frente a mí.
-Hola.
-Hola.-me limito a repetir su saludo.
-¿Lista para ir a casa?-me pregunta con su voz casi en un susurro.
La sombra de Perrie se hace presente y aclara su garganta.
-No te puedes ir sin despedirte, Camila.-su voz es algo terca, es una busca pleitos.
-No jodas, Polly Pocket.- la mira de manera que  ella nota que está dando lucha. Él agarra mi mochila y mi otro bolso, suspira. Dirige su mirada a mí.-Te espero en el auto.
El padre de Perrie está cambiando el cartel de la puerta a cerrado, Rhett estrecha su mano y sale del local.
-Te amo, Cami. Pero tu esposo es un grano en la nalga.-dice mientras me abraza.
-Yo también te amo.-le digo, ella se ríe como si hubiera dicho algo estúpido.
Cuando nos separamos, agarra mi rostro entre sus manos y frunce el ceño.
-Cami, ten cuidado. Entiendo que lo quieras, aprendes a querer rápido, pero cuida lo que sientes o demostrarlo muy pronto. ¿Está bien?
Asiento.
Sé que no tengo que hablar para que sepa lo que hay dentro de mí respecto a ese tema.

Abro la puerta del copiloto, el auto tiene una canción de J.Cole que me gusta.
Me acomodo dentro, Rhett le baja el volumen a la radio.
-Quiero que sepas que estoy aquí para apoyarte, que no solo tienes a la Polly Pocket. Estoy contigo, nos metimos en este enredo juntos. No sé si me explico.

-Gracias.

Sí, entendí.

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