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Pablo

—Soy un idiota —susurro mientras las puertas del ascensor se cierran.

La ira y la resaca se despejaron como nubes en verano al ver a Valentina marcharse sin más y renunciar. Ella que a pesar de todo aguantaba mi prepotencia. Me estoy convirtiendo en algo que no quería. Estoy haciéndome daño.

Debería ir hasta el lobby, buscarla si aún está allí pero no tengo fuerzas, ni cara como para pedirle perdón.

Regreso al departamento, buscando algo que me alivie este dolor insoportable. Encuentro en la barra de la cocina ibuprofeno y café. Se preocupó por mí ¿Y cómo le pagué?

Soy un imbécil, no merezco a alguien como ella. Siempre tranquila, siempre esperando, siempre teniendo que recibir insultos. Nunca esperaba unas gracias.

Soy un monstruo.

Dejo el café a un lado y me derrumbo en el suelo, llorando. Le he quitado el trabajo a alguien que lo necesitaba y no sé qué hacer para poder remediarlo.

—¡Qué diablos hiciste, Pablo Moreno! —gritan— ¿Dónde maldita sea estuviste toda la noche?

—Yo...

—No, no me respondas. Ya lo hizo Valentina ¿Y qué crees que me dijo? Que renuncia ¡Y seguro fue tu culpa!

Abro los ojos, es Mariola junto con Esperanza, quienes me miran con resentimiento. He aquí la última buena acción de Valentina. Me levanto a cuestas y voy hacia la habitación. Ignoro los reclamos de ambas mientras me acerco a la cama; tomo la fotografía que está sobre la cómoda y sonrío tristemente.

—Tenías razón, hay ángeles donde menos lo esperamos... y yo acabo de perder el mío. Más bien la he echado de mi vida —suspiro— ojalá estuvieras aquí, Nadia.

Me acuesto sobre el colchón, mientras los demonios me vuelven a atormentar. Dejo que mi cuerpo se deje llevar por el sueño, al menos que me borre por un rato los amargos recuerdos de esta mañana. Pero algo borroso aparece por mi mente antes de que duerma por completo: un cuerpo junto al mío, unas caricias tímidas, pero suaves. Unos labios con sabor a gloria. Empiezo a recordar un poco más de lo sucedido anoche, definitivamente la he jodido bien.

Cuando despierto, encuentro una nota sobre la cómoda. Las chicas habían ido por algo de comer y que regresaban pronto. Miro el reloj, son casi las tres de la tarde. Decido ducharme, para eliminar los pocos rastros que me quedan de alcohol, mientras el tormento sigue presente.

—Seguro fue asqueroso que un borracho la besara —sonrío con desgana— la he tratado como un trapo viejo, merecía algo como esto.

Recuerdo sus labios, moviéndose al compás de los míos y a la suavidad de su cuerpo junto a mí, soy un idiota solo por recordar eso. Tanto tiempo estando en brazos de otras mujeres únicamente por diversión y ya creo que todas vienen a mí por sexo. Al menos no fui lo suficientemente cretino para quitarle la ropa.

—¡Por fin, su majestad se va a dignar a hablarnos! —exclama Esperanza al verme salir de la habitación.

—Espe... de verdad, lo siento mucho.

—¿En serio? —me avienta un periódico a la cara— ¿Lamentas este escándalo? ¡Estás en las portadas de espectáculos de todos los diarios de Málaga! ¡Incluso de Madrid!

Veo la portada ¡Maldición! Sabía que no debía caer en las provocaciones de ellos. Ahora se deben estar burlando que no puedo superar lo que me hicieron. Quiero ir hasta su departamento y romperles la cara. Pero ya he causado demasiados problemas.

¿Cómo decirte que te quiero? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora