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Valentina

Yo también me estoy volviendo loca, mi cuerpo no quiere desprenderse de su cercanía y mis labios mueren por besarlo. Me mira tan intensamente que siento que me desnuda con la mirada, se ve tan sexy ataviado es ese esmoquin.

¿Por qué no me dice, directamente, que me ama? ¿Por qué se aleja de mí y luego me dice que muere por estar conmigo? Me hace tanto daño sus palabras pero anhelo tenerlo conmigo y me siento culpable por ello.

—¿Por qué me seguiste? —pregunto nerviosa.

—Necesitaba verte, aunque sé que no debería —susurra—. Te ves hermosa esta noche.

—Gracias, tú estás muy guapo también. Te alejaste cuando te dije que estaba embarazada de otro, dijiste algo que solo puede considerarse como una declaración triste ¿Qué hice mal?

—Tú no tienes la culpa, Valentina, yo hago todo mal. Te dejé ir porque vivimos nada y vivimos todo. Fui tuyo en tus sueños, pero he sido tan estúpido en la realidad que perdiste esa ilusión. No merecías mis tratos, ni mis crueles palabras y cuando me di cuenta de lo mucho que significabas, ya era demasiado tarde.

—¿Y qué sientes por mí? Tengo derecho a saberlo.

—Para qué, si no puedes corresponderme. Ya no... —antes de que pueda responder, escucho unos pasos.

Me toma de la mano y me lleva hasta un cubículo, que probablemente sea una mini bodega. Acaricia con sutileza mis dedos en medio de la penumbra. No dejo de notar la tristeza reflejada en su voz.

—De todas maneras, yo soy quien debe decidir eso, tú no puedes hacerlo.

—Tristemente ni siquiera tú puedes elegirlo —su mano palpa mi cintura hasta llegar a mi vientre—. Hay un pequeño que no tiene la culpa de nuestros errores, que merece ser feliz. No soy capaz de dejar a un bebé sin su padre y más si se trata de alguien que fue amigo mío.

—¿Aunque tengas que sufrir?

—Yo no importo, yo seguiré adelante.

—Solo respóndeme una cosa ¿Me amas? Porque todo lo que dices es confuso, no sé si es deseo y, esta vez, no evadas mi preguntas

—¿Aunque no valga la pena?

—Para mí lo vale, porque te amé desde la distancia, aún con tus defectos y por lo menos quiero saber si signifiqué algo para ti —al terminar la frase, siento su cuerpo pegado al mío.

—¿Algo? —me susurra al oído—, no sabes la cantidad de noches que he anhelado sentir tu calor, recibir un beso tuyo cada mañana y escucharte decir que me amas. No tienes idea de las ganas que tengo de amarte con mi alma y mi cuerpo. Me muero por ti y no puedo tenerte.

Deposita ligeros besos sobre mis mejillas, hasta llegar a mi boca. Este beso sabe a despedida, a dolor y no puedo soportarlo. Lo beso con toda la pasión que llevo guardando desde hace tiempo, mientras mis lágrimas descienden. Todo nos grita que dejemos todo y vivamos lo nuestro pero tiene razón, sin embargo, es más difícil hacerlo que decirlo.

—Te amo, Pablo y me duele no poder estar contigo —se suelta de mí.

—Lamento tanto que las cosas hayan sido así —suspira, escuchamos el sonido de unos violines—. Solo, antes de decirnos adiós, concédeme un último baile.

—Sí, la primera y la última.

Salimos de la bodega y regresamos al salón, Agustín me mira extrañado al verme pasar con Pablo, pero ahora no quiero pensar en nada. Es nuestra despedida, la renuncia final a estos sentimientos que tanto ahnelaba fueran mutuos y no me importa nadie, ni siquiera la mirada asesina de Esperanza, ni la compasiva de Mariola.

Las parejas se han acercado al centro de la pista, mientras la canción empieza a sonar. Unimos nuestras mano, juntamos nuestros cuerpos y nos movemos al lento compás de la música.

—Perdóname, fui estúpido, te maltraté, te ignoré y mira el daño que nos provocamos —susurra—. Lamento no habernos conocido más, hubiese luchado por ti, pero soy demasiado cobarde.

—Yo actúe por impulso, me dejé llevar por la rabia y me convertí en lo que siempre me dolía de ti.

—No puede hacerse más, ya la canción está terminando. Es hora de nuestro adiós. Ojalá haberte conocido antes, haberte amado antes —los aplausos resuenan, dando por terminada la canción—. Haré como que jamás te conocí, no volverás a verme cerca, ni siquiera tendré comunicación con Agustín y si nos llegamos a encontrar, no te acerques, porque seguirás doliéndome. Que seas muy feliz. 

Se separa de mí y trata de esconderse entre la gente. Aún sin tener intenciones de rendirme, camino detrás de él. Quiero decirle que trataré de hablar con Agustín, que sepa que no nos amamos, que no debería ser tan radical, hay soluciones aunque también lo entiendo, creció en una familia completa y se sentiría culpable si lo destroza todo. Al llegar a la salida, me topo con la nada, había desaparecido. 

Miro a ambos lados de la calle y no lo encuentro. Hay varias personas pero no hay rastro del él, siento un leve empujón. Una luz intensa me enceguece y de repente... oscuridad.

Agustín

Veo a Valentina bailar con Pablo. El ambiente que percibo entre ellos es de tristeza. Debí adivinarlo cuando regresé a su departamento, luego de haber discutido; él también siente lo mismo. Yo los he separado, por culpa de mis errores. Noto que él se marcha repentinamente mientras ella va detrás. Decido seguirla. En medio del camino, cerca de la entrada, me retienen del brazo.

—¿Layla? —la miro de pies a cabeza, se ve preciosa en ese vestido dorado, de minúsculos tirantes, y que abrazan su silueta, dejándome sin aliento.

—¡Qué coincidencia! —responde.

—Estás guapísima esta noche. Espero que no se ofenda tu acompañante.

—Vengo sola ¿Por qué dices eso?

—Por nada —miento, pero en el fondo me alegro que esté sola.

Por primera vez en mi vida, no sé qué decirle. Me pone nervioso que esté tan bella y sensual, tal vez porque nunca la había visto en su faceta como modelo, siempre me rehusaba a verla pues temía que empezara a mirarla de otra manera. Pero ahora no puedo evitarlo ya.

Ella intenta seguir su paso, pero la tomo de la mano. Nos miramos a los ojos, aunque yo repaso la mirada hacia sus labios y me siento idiota porque estoy con alguien más, que ha tenido que sacrificar su amor y felicidad.

—Será mejor que me vaya —murmuro—, pero me gustaría que volviéramos a hablarnos.

—Agustín, yo no... —el ensordecedor chirrido de unas llantas interrumpe la respuesta. Tengo un mal presentimiento. Salgo, a toda prisa, a la calle, mientras un tumulto de gente ya rodeaba el lugar.

Estaban murmurando, concluían que el chófer había huido y era una mujer la víctima, pero que la ambulancia ya venía en camino. Nervioso me abro paso entre la gente para quitarme el maldito pensamiento.

Un cuerpo tendido, inconsciente, un ligero río de sangre extendiéndose por el pavimento. Caigo de rodillas, empiezo a gritar y no puedo evitar llorar. La gente me mira con lástima, pero se quedan allí. Estoy a punto de gritarles que se vayan, hasta que siento una mano sobre mi hombro: Layla.

La ambulancia llega y, sin darme ningún ápice de aliento, suben a Valentina a la camilla y me piden que vaya con ellos. Mi amiga pregunta que si puede ir, aceptan al ver mi estado de shock.

—Tengo miedo, Layla —susurro.

—No te derrumbes, vamos a esperar a que la examinen. Yo me voy a quedar contigo.

Nos tomamos de la mano mientras veo como la madre de mi hijo lucha por su vida.

¿Cómo decirte que te quiero? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora