Mi cabeza no deja de atormentarme con las últimas palabras que escuché de él mientras se marchaba, la noticia le cayó como a mí, tan fría y dolorosa. Cuando lo dije, estaba tan aturdida que luego no pude recoger mis palabras, solo lo vi levantarse y darse la vuelta.
"Ciertamente tienes razón, amar duele, es medio vivir y morir por completo".
Cuando logro reaccionar y llamarlo repetidas veces, ya fue demasiado tarde, esa era su forma de decirme adiós. Ni siquiera tuve tiempo de preguntarle sobre la relación que tiene con Agustín, pero ya no me importa, con escuchar sus palabras una y otra vez es suficiente tortura. Estaba empezando a sentir cosas por mí y yo, por idiota, lo dejé ir.
Este amor me ha traído más dolor qué alegría y ahora le rompí el corazón a Pablo. Este sentimiento debe morir. Pongo mis manos sobre mi vientre, aún plano, y sonrío con tristeza.
—Tengo mucho miedo, pero voy a luchar por ti. Tú serás mi razón de vivir.
No sé la respuesta de Agustín, aunque haya dicho desde antes que se haría cargo, pero no me importa, yo seré madre y padre para mi pequeño. Sin embargo, esta noche voy a llorar mi pérdida, lloraré por él.
Pablo
Escucho mi teléfono vibrar decenas de veces, pero no tengo fuerza, ni ánimos para responder a las llamadas y mensajes. Mi mente se quedó en esa cocina, en sus palabras, en su desesperación ¿De qué sirvió dejar crecer estos sentimientos? ¿Por qué volví a caer en las redes del amor? He perdido, otra vez aprendí que yo no funciono en el amor.
Voy a terminar con la disparatada relación con Layla y, con todo mi dolor, tendré que comentarle sobre el embarazo de Valentina. De alguien que no soy yo.
Pablo, idiota.
Llegué a mi departamento, apenas me tiré al sofá y cerré los ojos, no quiero seguir pensando en ella.
El sonido incesante del timbre me obliga a despertar. Veo mi reloj, apenas logré dormir dos horas aunque en realidad pasaron muy rápido. Aún sigue tocando el timbre, sea quien sea, no se rinde. No me queda más remedio que abrir la puerta.
Pasa cual ventarrón, sin más remedio que aceptarla, cierro la puerta. Se sienta en el mismo sofá donde estuve dormitando y me mira molesta.
—¿Qué es lo que te pasa? Esperanza me llamó desesperada porque no contestabas las llamadas. Todos están preocupados —exclama molesta. Si tú supieras, estarías igual que yo.
—Layla, no tengo ganas de hablar.
—Pues conmigo si vas a tener ganas, no me voy a mover de aquí hasta que me digas qué rayos te sucede —me mira desafiante y algo en sus ojos me dice que sí, es tan terca que se quedaría. Sin más remedio, me siento a su lado.
—¿Segura que quieres saberlo? Quizás esto te pueda doler —advierto. Su mirada pasa a ser una de desconcierto. Espero que se lo esté pensando.
—No me vas a asustar con eso. Sea lo que sea, lo soportaré.
—Bien, tu mejor amigo, esa persona que tanto amas... le fue infiel a mi mejor amiga. Cuando lo confronté, tuvo el descaro de negarlo y cuestionarme sobre mis sentimientos por ella. Allí estaba Valentina, en su departamento ¿Quieres escuchar más?
Se queda inmóvil, no se atreve a decir palabra alguna. Desde aquí creo escuchar a su corazón romperse, las expresiones de su cara pasan del desconcierto a la decepción y eso que falta lo peor.
—Qué... ¿Qué más falta por saber? —titubea. Lo siento tanto, amiga.
—Va a ser padre, Valentina está embarazada.
Hasta allí llegó su fortaleza, deja caer su rostro y se cubre con las manos. Alcanzo a escuchar sus sollozos, Agustín se cayó del pedestal donde Layla lo tenía. Me acerco a ella para abrazarla cuando menos, pero no puedo evitarlo y yo también termino llorando.
Al menos ella es como yo, no soy capaz de interferir en la vida de un bebé, de alejarlo de sus padres. Está aceptando la derrota.
—Esto se acabó, Layla, lo mejor es que... —me aparta de ella.
—¡Qué se jodan, Pablo! Los perjuicios de tu asistente y la indiferencia de Agustín nos llevaron a esto, por lo menos que Valentina sea consciente de lo que perdió —sin previo aviso, estampa sus labios contra los míos, el sabor de nuestras lágrimas dominan en el beso. Tal vez si fuese otra situación me acostaba con ella, pero no, no quiero más errores.
Mi cuerpo no responde porque no es ella, busca sus caricias, ahnela probar el sabor de sus labios, de nuevo y suplica por conocer la textura de su piel. Pero sabe que no es la mujer que tengo frente a mí, ya nada va a ser igual.
Me separo lentamente de ella y miro, hacia cualquier parte, menos a ella. Pero, para aumentar el dolor, la escucho sollozar. Me parte verla así.
—No puedo, perdóname —lamento. Me pongo en pie y camino a la cocina por un poco de agua, cuando regreso la veo estática, con sus lágrimas aún deslizándose.
—Perdón por ese beso tan improviso —sonríe levemente—. Sin duda eres un caballero.
—No lo soy, simplemente no quiero cometer más errores. Aunque no lo creas, esto nos está haciendo daño. Tú tienes que olvidar a Agustín y yo a Valentina, pero nosotros —suspiro— esto no puede ser, al menos como pareja.
—Tienes razón, a partir de ahora serás mi nuevo mejor amigo y me alejaré de ellos —niego con la cabeza.
—No despidas a Valentina —susurro—, ella no tiene la culpa de que él...
Ella me mira sorprendida. Sí, soy un tonto que a pesar de que perdió a su amor, la sigue defendiendo. Se dibuja una sonrisa tenue en mis labios, lamentándome por seguir cuidándola. Layla pasó de la sorpresa a la tristeza.
—¿Qué es lo que tiene ella que yo no? —susurra— tú, Agustín...
—Pienso que él está obsesionado con ella, no creo que haya olvidado tan pronto a Nadia. Y yo —suspiro— no supe valorarla cuando estuvo a mi lado. Tú mereces a alguien mejor que Agustín y que yo.
Por lo menos que tú seas feliz, yo estoy condenado.
Se puso en pie, me abraza y sin más palabras, se va del departamento. Dejándome a mí, con mi soledad. No sé si cumplirá su palabra de seguir siendo amigos y de no desquitarse con Valentina, despidiéndola. Suspiro, he hecho todo lo posible.
Por ahora, me voy a ahogar en trabajo, poner tierra de por medio entre ella y yo, olvidarme de su dirección y de la oficina donde trabaja. El viaje de promoción es en cuatro días y por un lado me reconforta, pero no quiero soportar esos días encerrado aquí y mordiéndome las uñas aguantando las ganas de ir en su busca.
Tomo mi teléfono y marco a la única persona que va a entenderme; que me ayudará sin preguntar demasiado.
—¿Hola? Necesito despejarme, quiero adelantar mi viaje. No, iré solo. Cuando llegues, te lo contaré pero por ahora ¿Cuándo es el siguiente viaje a Ciudad de México?
Valentina
Abro los ojos, molesta porque los rayos del sol me hicieron despertar. No sé cuándo me quedé dormida, lo último que recuerdo es el fastidioso tono del teléfono sonando mientras lloraba. No quería saber de nadie pero tampoco tenía la fuerza suficiente para levantarme y apagarlo.
Afortunadamente es sábado y tengo el fin de semana libre. No sé con qué cara miraré a Layla cuando le diga que estoy embarazada y de su mejor amigo. El recuerdo de la mirada rota de Pablo revolotea otra vez en mi consciencia, la alejo mientras, desganada, voy a cambiarme de ropa.
Un golpe seco me detiene, aporrean la puerta con fuerza y me asusta, hasta que el sonido de su voz me tranquiliza (a medias).
—Tenemos que hablar. Abre la puerta por favor, Valentina —no quiero verlo, pero no tengo más remedio que abrirle. Se ve abatido, con la misma ropa de ayer y con unas ojeras marcadas. Sí ha sufrido igual que yo.
Pero no hay remedio, todo está perdido.
Resoplo tratando de serenarme —¿Qué es lo que quieres?
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¿Cómo decirte que te quiero?
Hayran Kurgu¿Qué debo hacer para que te fijes en mí? Siempre pasas a mi lado, pero jamás te detienes a mirarme. Soy solo una más en la lista de personas con la que te has topado. Tienes todo y yo tengo nada. ¿Cómo puedo rivalizar con las mujeres que te pasea...