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Valentina

Lo observo detenidamente, pensando en que aquello es una broma pero su mirada llena de seguridad me paraliza. Esquivo su mirar y camino hacia el otro extremo de la habitación. El silencio nos ha invadido; mis pensamientos viajan a mil por hora y sé que lo merezco, porque no debí dudar de su amor y fidelidad, sin embargo, el dolor de perderlo es más fuerte que yo y que la razón. Los reclamos no sirven de nada cuando soy la culpable de esta situación.

Poso, nuevamente, mis ojos en él y los recuerdos me torturan, extrañándolo aún cuando lo tengo frente a mí; es como si estuviera un océano entre nosotros y me ahogo tratando de alcanzarlo. Pensar en que seguiré sin él y duele que, tal vez, me olvide definitivamente. Siento un nudo en mi garganta.

—¿Qué estás diciendo? —alcanzo a decir.

—Mira dónde estamos, a lo que llegamos con las intrigas y la desconfianza. No puedo estar con alguien que no se fíe de mí, que se deja llevar por los rumores y dejarme así sin más; ni darme la oportunidad de explicar las cosas.

—Pablo... —suspiro— soy una idiota ¿Qué más puedo decirte? Pero no podía evitar sentir miedo. No soy como las chicas con las que te veía pasear, pensaba en que te darías cuenta de que no valgo la pena. Te amo, bien lo sabe Dios, pero ese temor de perderte me perseguía a cada momento. Lo de Julia solo fue el remate.

—De todas maneras, tuvo que pasar esto para que vinieras. No nos hagamos más daño, lo mejor es que no nos veamos más.

No sé si fue sin querer pero su voz sonó fría en la última frase. Si había algo de amor, lo acabo de matar y siento que el dolor se extiende por mi pecho. Antes de que empiece a llorar, salgo de allí. Escucho que me llama pero huyo sin que me vea Layla y Agustín; casi no veo porque tengo los ojos nublados de mis lágrimas.

Está apoyada en la puerta, permanece inalterable aún cuando me ve llorando; mirándome con prepotencia. No puedo creer que fui su amiga y que, hasta ahora, conozco su verdadero ser. Limpio mis lágrimas antes de acercarme a ella.

—¿Por qué sigues aquí? Dije que te marcharas.

—Porque sabía que ese poco hombre iba a hacerte daño. Te lo dije, Valentina, él no vale ni valdrá la pena. Jamás me haces caso.

—¿Realmente crees que me hace daño? Porque de todas las personas que conozco, tú fuiste la que más me dañó. Tu estúpida venganza lastimó a Julia, casi mata a Pablo y a mí me hiciste infeliz. Nadie te importa, solo tú; quieres que todo se cumpla a tu voluntad, sin importar las consecuencias.

—¿Solo yo? Julia estuvo en una clínica por meses, dejó sus sueños, su brillante porvenir...

—Y algo me dice que hay mucho más que eso. Pero, francamente, ya no me interesa. No quiero volver a verte, no te acerques a mí ni a Pablo. Lograste lo que querías, Abril, así que ya es tiempo de que nos dejes en paz y no regreses más.

—Tienes razón, Pablo ya pagó. La mujer que ama lo ha dejado y ahora sabe lo que es sufrir; espero que se pudra en el infierno —sonríe con cinismo. Cansada de aquella carita de mosquita muerta, le suelto una bofetada— ¡Qué haces, estúpida!

—Algo que debí hacer desde hace tiempo ¡Y lárgate de una vez!

—¡Púdrete! —le enseño el dedo de en medio.

Este es el final de una amistad, aunque no sé si alguna vez fue mi amiga. No sé en qué punto cambió su actitud ni sus razones para utilizarme de esa maneras, pero no tiene corazón si fue capaz de herir a las personas que quería solo por sus ganas de vengarse. Estoy tan cansada, entro al departamento, me tiro al sofá; lloro largo y tendido, hasta que mi cuerpo se agote y logre cerrar los ojos.

¿Cómo decirte que te quiero? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora