Valentina
No sé por qué me vuelve loca pensar en que la gente está caminando cerca de nosotros y él esté al borde de llevarnos a la locura. Deja libre mis brazos y me sujeto a su cuello. Su declaración, aunque simple, ha aliviado mi corazón. Y a pesar de que debo decirle sobre el paparazzi, me permito disfrutar este momento porque lo extraño. Necesitaba tanto sentir sus besos, sus caricias, escuchar de sus labios que aún me ama. Sigue con su ataque a mi cuello, mordisqueando la piel. Apenas logro contener mis suspiros mientras se pega más contra mí.
Su boca desciende por mi pecho, mi consciencia se alarma y frena mis pensamientos alocados. Trato de buscar algo con qué detenerlo, al menos por el momento, porque realmente quiero continuar esto en otra parte, ya sea en su departamento o en el mío. Pero preferiría que fuera en el mío, para restregarle en la cara a Abril que ni con sus intrigas pudo separarnos.
—Pablo, amor, tenemos que hablar —digo entre jadeos, aunque no parece escucharme porque sus manos se han colado por mi blusa.
—Eso es lo último que quiero hacer—ronronea sobre mi barbilla.
—Es sobre Esteban, hay algo que tienes que saber.
De inmediato, maldigo haber dicho su nombre porque me separa con brusquedad y mi cuerpo lo extraña. Su mirada vuelve a tornarse fría. Lo siento, pero tiene que saber que ese estúpido ha venido a fastidiarlo todo. A pesar de que odio haber detenido nuestra posible reconciliación, sé que hice lo correcto. Me preparo para el huracán que se avecina.
—¿Por qué quieres hablar de ese cabrón? —gruñe.
—Porque mientras tú le estabas destrozando la cara, había un fotógrafo captando todo —su semblante cambia al terror—. Ese infeliz había planeado todo, lo único que hiciste es darle el gusto.
—¡Maldita sea! —exclama y golpea un par de veces la pared, para luego apoyarse contra ella—. No van a descansar hasta joderme la vida. No tiene suficiente con el tiempo que sufrí por ella, ahora quiere más.
Él mantiene la mirada gacha. Mis dedos se apoyan contra su brazo y acaricio ligeramente su piel. Sé que tiene heridas que apenas se van cicatrizando y otras que se han reabierto por mi culpa. Quiero enmendar mis errores, quiero curar cada una de sus heridas y que sea una mejor persona. Como antes de nuestro desastre. Nuestras miradas se encuentran y le doy la más cálida y reconfortante de mis sonrisas. Que sepa que voy a ayudarlo, pase lo que pase.
Enmarca mi rostro entre sus manos y besa tiernamente mis labios, como si fuera el pétalo de una rosa. Nuestras bocas se mueven despacio, como si bailaran un vals; el mundo se ha detenido, solo existe el sonido de los besos, el latir frenético de nuestros corazones y el sentimientos de amor grabado en el alma. Esto es lo que tanto deseo ser, su refugio.
—Vamos a mi departamento —digo al separarme— allí pensarás con más claridad.
—Jamás si estoy contigo —suelto una risa pícara.
—Mejor, porque estaré en las buenas y en las malas.
No llegamos con ganas de quitarnos la ropa, pero si con las manos unidas. Quizás no diga mucho, pero al menos es un paso más para volver a su vida. Durante el camino, llamamos a Layla, Agustín, Esperanza y Mariola, pues son nuestros amigos además de que son quienes pueden resolver este maldito desastre. En media hora estarán aquí. Mientras tanto, preparo un té para relajarlo, sin embargo, puedo notar su preocupación.
La gira está a la vuelta de la esquina, los boletos se están vendiendo como pan caliente y el disco sube como la espuma entre las listas de ventas. La publicidad negativa puede derrumbar todo lo construido y eso es lo que teme. Estoy a punto de regresar a la cocina cuando me sorprende, tomándome la mano y una silenciosa invitación a sentarme a su lado.
—He tenido que enfrentar mis monstruos para sacar este disco, he luchado contra mí mismo para llegar a ser lo que soy... ¿Y todo para que ellos vengan a destruirlo todo en minutos?
—No pienses en eso, encontraremos la solución —beso su mano—. Tú no puedes rendirte ahora. Eres mucho más fuerte que ellos, no dejes que te vean así. Eso es lo que quieren y tú no puedes permitirlo.
Mis labios recorren la palma con ligeros besos y luego dirijo su mano a mi pecho, justo donde está mi corazón. Observa, sorprendido, cada movimiento que hago. Quedo frente a él, para que la palma se apoye en su mejilla y roce su barba con ternura.
—¿Lo escuchas? Está latiendo por ti. Porque te amo, aun cuando eras un imbécil, nunca dejé de quererte. Siempre guardaba la esperanza de que te fijaras en mí. Por eso temía que me dejaras, porque no me creía la fortuna de tener tu amor. Entiende que solo soy tuya.
Uno nuestras frentes, mirándonos fijamente. Ahora es él quien acaricia mi rostro y me regala su más tierna mirada. Luego besa la punta de mi nariz, se separa un poco pero sin dejar de verme directamente a los ojos. Aquel aire de preocupación parece haberse ido, dejándonos con un silencioso deseo de romper con este orgullo que nos separaba y amarnos.
—Eres mucho más que mía —susurra—. Eres mi refugio. Vuelve conmigo.
—No tienes que pedírmelo —musito. Nuestros labios se unen, al igual que las manos. Casi sin darnos cuenta, mi cuerpo se recuesta en el sofá, con Pablo sobre mí pero con cuidado de no ahogarme con su peso.
Todo mi ser está en el cielo, porque extrañaba esto. No se trata de su cuerpo, de su manera de hacerme el amor, aunque no voy a negar que deseaba tanto esto, en realidad anhelaba ser su apoyo, escucharlo en todo momento, que supiera que siempre puede contar conmigo, los mimos, los reconfortantes abrazos o caricias. Aquellas cosas que pueden ser banales para los demás, para mí, es lo más especial de una relación.
Y, sobretodo, escucharle decir que me ama. Dios sabe cuánto me hacía falta oírlo.
Su boca se cuela en la mía, saboréandome toda, al igual que sus dedos por debajo de mi blusa. Avanzando con toques sutiles, pero sensuales, al contorno de mis senos, que siguen cubiertos por el sujetador. Se coloca entre mis piernas y, con la misma, me aferro a su cintura. Lo pego con urgencia, deseando que la ropa desaparezca. Sin embargo, quiere tomarlo con calma.
—Sabes que llegarán todos en media hora ¿Verdad? —musito entre jadeos al sentir sus besos en mi cuello.
—Lo sé —gruñe— y sé que debo parar ya. Pero te juro que después de esto, no te dejará salir de la cama por una semana.
Aquella dulce amenaza estremece mi cuerpo de placer, pero como dije, teníamos que parar. Aleja sus manos de mi cuerpo, se pone en cuclillas sobre el sofá y me ayuda para levantarme. Besa mis pómulos, mi nariz y mi frente antes de decirme que debe irse al baño. De todas maneras, los dos necesitamos refrescarnos.
—Una cosa —volteo a ver, está sobre el marco de la puerta—, que sepas que realmente he dejado todo atrás.
—Y yo confío plenamente en ti.
Ahora, juntos, nos tocará enfrentar lo que se avecina, sin embargo, somos más fuertes. Él no es el muchacho que humillaron hace tiempo, ni yo la chica insegura que intentaron pisotear. Hay heridas que todavía faltan por curarse, pero creo en que lo superaremos y que al final de esta lucha, podremos vivir nuestro amor a plenitud.
Porque, tanto él como yo, merecemos nuestro final feliz.
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¿Cómo decirte que te quiero?
Hayran Kurgu¿Qué debo hacer para que te fijes en mí? Siempre pasas a mi lado, pero jamás te detienes a mirarme. Soy solo una más en la lista de personas con la que te has topado. Tienes todo y yo tengo nada. ¿Cómo puedo rivalizar con las mujeres que te pasea...