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Agustín

¿Qué puede ver ella en mí? No soy más que un muerto en vida, los pedazos de un hombre que vivió y amó intensamente. Un imbécil que creyó que podía borrar sus recuerdos en el cuerpo de otra mujer, sin ningún sentimiento, y que causó heridas en ella, en el hombre que ama y perdimos lo que se estaba construyendo en su vientre. Pero lo que más me está molestando ahora, es la cantidad de veces que Layla lloró, porque seguro estaba enamorada cuando di la noticia de que sería padre.

Ser consiente de sus sentimientos me hace sentir culpable, no merezco estar cerca de ella; sé que debería alejarme, pero algo me dice que no, que siga a su lado. Tal vez sea el instinto, la sensación de que debo protegerla. Mi mente es un lío y ahora no sé cómo voy a comportarme estando junto a ella. Respiro hondamente y toco la puerta, escucho su voz, mi cuerpo se estremece. Entro a la oficina con brusquedad, apenas mirando a Valentina y deteniendo mis ojos en Layla.

—¡Vaya! Nos has traído el desayuno. Es una lástima que ya nos adelantamos —sonríe Valentina.

La saludo, dejando las cosas sobre el escritorio. Cuando me acerco a Layla, siento mi cuerpos temblar y cuando rozo la piel de sus mejillas con mis labios, un pensamiento loco se asoma.

—Lo siento, debí llamar antes, pero pasaba por aquí y bueno… volveré pronto a Málaga. Quiero pasar el tiempo con mis amigas.

—¿No tienes un negocio que atender? —espeta.

—Por supuesto, pero como yo soy el jefe, puedo tomarme los ratos libres que se me den la gana.

La miro desafiante, sus ojos brillan intensamente, como si estuviera dispuesta a dar batalla, pero también como si suplicara algo. Su boca hace una mueca y junto todas mis fuerzas para no caer en los pensamientos algo locos que revolotean.

Valentina empieza a servir el café; trato de apartar la mirada de Layla, pero es como si fuera un imán, por más que lo intento, no puedo despegar mis ojos de su rostro, sin embargo, ella parece estar más pendiente de todo, menos de mí.

Valen no pierde oportunidad para romper el hielo y compartir lo maravilloso que le está yendo. Al menos pude reivindicarme con ella, ya es feliz con la persona que ama. Tanto él como ella merecían estar juntos sin que nada ni nadie los separe y estoy seguro que pelearán a capa y espada por su amor.

Por cierto, no sé a qué esperan para decirme sobre Esteban, es obvio que lo he visto, pues no hay gran diferencia de tiempo entre su salida de esta oficina y nuestro encuentro. Pero pasan los minutos y los temas, ninguna de las dos se ha atrevido a decir palabra alguna. Si dejo que ellas lo confiesen, pasaremos toda la tarde aquí.

—Hay algo que quiero hablar con ustedes, chicas —suspiro— me he encontrado a Esteban aquí. No entiendo por qué no quieren decirlo, pero saben que no es momento de callarse esto. Ahora que Pablo no está, soy el encargado de cuidarlas…

—¡Hey! No eres nuestro niñero —exclama Layla, para mi sorpresa—, además sabemos cuidarnos muy bien.

—Pues eso no me parece, sino, ese estúpido no habría entrado a tu oficina.

—No tengo qué negarle la entrada, este es un edificio público y yo no tengo nada que temer, además, es a ellos quienes deberían avergonzarse por el daño que han hecho.

—¡No se trata de eso! —respondo ya desesperado por su terquedad—. Aún desconocemos si son capaces de hacernos más daño ¡Deberías preocuparte más por ti, maldita sea!

—¿Y qué sugieres, guardaespaldas? —ironiza. Valentina no ha dicho nada más; parce muy contenta de presenciar el espectáculo.

—No te lo diré, porque te estás portando como una niña y francamente… —sonrío irónico— no se me da tratar con niñas malcriadas.

¿Cómo decirte que te quiero? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora