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Valentina

Veo pasar a Agustín con una extraña actitud, ni siquiera voltea a mirarme cuando lo llamo. Una idea se baraja en mi cabeza y corro, a prisa, al camerino de Layla, donde la encuentro llorando frente al espejo. Noto que su cabello está alborotado, los tirantes del sostén alejados del hombro, ahora sé lo que pasó, me acerco a ella y me siento a un lado. Simplemente la acompaño en silencio. Lo que no entiendo es ¿Por qué lo hizo en este preciso momento?

Al cabo de unos minutos, levanta la mirada y limpia las lágrimas restantes con sus manos. Sea lo que sea que haya sucedido, estoy segura de que no lo perdonará tan fácilmente. Al notar que estoy allí, me abraza antes de volver a sollozar. Me rompe el corazón verla así, porque me recuerda a lo mucho que lloré por el amor de Pablo.

—Los hombres son unos idiotas, que solo ven lo que tienen frente a ellos.

—No digas esas cosas, Lay… no todos los hombres son iguales —o logran cambiar a pesar de ser estúpidos, aunque sigo sin creer que Agus haya cometido una tontería— si quieres contarme lo que pasó, no hay problema, si no… estás en tu derecho.

—¿Sabes lo que es tocar el cielo con las manos y… caerte de golpe?

—Sí, perfectamente —la cantidad de veces que Pablo se ha tenido que frenar a pesar de que deseo hacer el amor con él… o la vez que íbamos a hacerlo cuando él estaba borracho.

—Pues… no sé por qué lo hizo, me dejé llevar por la pasión, por el amor que tengo y las ganas de ser suya, casi lo hacemos, Valentina y yo… me siento como una vulgar…

—¡Hey! No digas eso, porque no lo eres. Además, estoy segura de que él no lo vio de esa manera. Lo vi salir y estaba muy aturdido. Tal vez deberías dejar que se enfríe un poco las cosas y aclarar las cosas después.

—¡No! ¿Crees que tendré cara para verlo? Después de lo que pasó e irse sin ninguna explicación, no tengo ganas de escuchar sus excusas. Quiero irme a casa, dile a Julieta que no deseo saber de nadie en este fin de semana.

Insisto, me duele verla así. Son los peligros que conlleva el enamorarse sin ser correspondido, pero a pesar de las advertencias, el corazón es un loco que no sabe escuchar, solo siente y cuando lo destrozan, cuesta repararlo. Probablemente en este momento no tenga ganas de hablar con Agustín y la entiendo, pero debe hacerlo, porque creo que los sentimientos de él han cambiado, solo que no sabe cómo afrontarlos ni clasificarlos.

Llamo a Julieta y le explico que Layla no se siente bien y quiere descansar este fin de semana, acepta a regañadientes. Invito a mi amiga al departamento, para que no pase esta pena sola, es lo mínimo que puedo hacer después de este desastre y luego de haberme ayudado con la pérdida de mi bebé.

Desde la cocina, observo que tiene la mirada fija en la pared, apenas ha tocado la taza de té; me preocupa que esté así. No quiero que pierda esa luz que desprende, que se convierta en lo que yo alguna vez fui. Ella no merece pagar ese precio. Regreso a la sala con unas papas fritas y una hamburguesa, en nuestras conversaciones previas, dijo que ese era el mejor remedio para cuando se sentía mal, pero ni se inmuta cuando lo dejo allí. Suena mi celular y, sin ver de quién se trata, respondo.

—Es extraño ser Cupido, tomando en cuenta nuestra historia —sonrío.

—Tienes razón, creo que es más raro para ti pero, a este punto, ni siquiera sé si vivo mi vida o una telenovela —ríe; me imagino como echa su cabeza hacia atrás, las arrugas que se dibujan en sus ojos y la sonrisa que dibuja—. Te echo tanto de menos.

—¿Tienes que ponerte romántico justo ahora? —reclamo—. No es justo, porque ahora me entran unas ganas de besarte y no estás.

—Ya falta poco, el próximo viernes me tendrás en tu cama —susurra.

¿Cómo decirte que te quiero? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora