Epílogo

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Ella subió al auto de sus padres. Lo recordaba todo después de tantos años. Su parque favorito, el lugar donde comía helado, su vieja escuela, incluso las veces que camino por esas calles.

Los desayunos con él, su primer beso, esa despedida en que camino a casa sola.

Feliz guardo esos guantes porque le recordaba a ella. Raro, pero estaba ahí el amor que sintió por esa azabache.

Caminaba a la panadería que tan bien conocía, porque los viejos hábitos no se pierden, ni los lugares que tanto se transcurrió.

Lo recordó, recordó cómo se sintió cuando se marchó. Sabía que regresaría pero se perdió a sí mismo, hasta que sus miradas volvieron a congeniar. Todo ese tiempo él estuvo ahí, porque a donde quiera que mirase ella aprecia en su mente con aquellos tiernos gentos que hacía; sonriéndole de reojo, riendo hasta que el dolor de estómago no la dejaba seguir, causando un desastre en su corazón y sobre todo causándole ganas de besarla por última vez.

Por más lejos los sentimientos seguían ahí y eso era el amor, complicado, arriesgado, pero vale la pena porque es necesario.

Ella avanzó, él recordó muy bien aquellas palabras que no le dijo antes de que se fuera.

―No te vallas, no me dejes ahora, no así, no cuando te has convertido en algo que amo―Lo dijo enfrentando aquel nudo en la garganta que volvió a aparecer como aquel día.

Toda esa aceptación de no verlo enfadar tiernamente, su risa irónica, no poder buscarlo para hablar de cualquier cosa sin sentido.

Felix seguía estático y ella caminaba despacio, con miedo de que fuera solo una ilusión de tener a su primer amor en frente.

Frente a frente ella lo abrazó.

―No volveré a irme―Tomó suavemente su cara y la besó como deseó besarla todos estos años.

Dos gatos negrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora