Prefacio

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Castigada. No me lo puedo creer. Salgo de la oficina del director dando un portazo y fulmino a los cuatro idiotas que se encuentran esperando y que, curiosamente son los responsables de mi sanción. Logan Collins, Ashton Green, Jake Parker y Will Adams, el grupo de orangutanes más popular del instituto, se encuentran sentados en los incómodos asientos de la sala contigua al despacho del director. Sus posiciones son despreocupadas, como si todo aquello no fuera con ellos, como si no fueran culpables de que en ese momento nos encontráramos allí. Pero nada más lejos de la realidad, fueron ellos los que me obligaron a actuar de la manera en la que lo hice.

Recapitulemos. Aquella misma mañana, cuando abrí mi taquilla, miles de hojas del patio trasero del colegio, se precipitaron desde el interior del armario, donde en la puerta había un precioso grafiti que decía "Buenos días, petarda". Lo peor de todo, es que dentro guardaba mis libros y cuadernos, que por aquel entonces ya estaban recubiertos de barro. Sabía perfectamente quiénes eran los responsables. Logan llevaba molestándome desde que tenía memoria. Era el hermano de mi mejor amiga, Mia, y nos conocíamos desde que éramos pequeños. El chico era un año mayor que nosotras y siempre nos había molestado, tanto a ella como a mí. Como vivíamos uno al lado del otro, nuestros padres se empeñaron en que formáramos una amistad inquebrantable. Bueno, eso solo funcionó con Mia y conmigo, Logan ya tenía a su mejor amigo, Ashton, y juntos se encargaron de hacernos la vida imposible. Un par de años después se les unieron Jake y Will, y los cuatro formaron lo que yo llamo el grupo de orangutanes, pero los demás en el instituto los conocen como los populares, los guaperas, los playboys, etc. Tanto chicos como chicas van detrás de ellos, los primeros porque quieren ser sus amigos, y las segundas porque quieren ser algo más que sus amigas, aunque solo sea por una noche. Sí, todo muy cliché.

Volviendo al tema que nos concierne, los orangutanes eran los autores de mi broma de mal gusto, y lo sabía básicamente porque Logan era el único que me llamaba petarda. No, antes de que lo penséis si quiera, el chico no estaba enamorado de mí en secreto, y era por eso por lo que me molestaba. De hecho, tenía novia desde los quince años, aunque no creo que fueran exclusivos el uno con el otro, pero eso a mí no me importa. La cuestión, decidí vengarme de aquellos cuatro durante el almuerzo, por lo que bañé al cabecilla con la deliciosa salsa de tomate que acompaña a los espaguetis aquel día. En la cafetería se hizo el silencio, todos esperaban la reacción del chico. Me miró con los ojos furiosos, mientras intentaba inútilmente quitar las manchas de tomate de su camiseta. Entonces estampó la ensaladilla rusa que habían decidido proporcionar hoy encima de mi cabeza, manchándome todo el pelo. Lo que hice a continuación fue un acto reflejo, saliendo en defensa de mi preciosa melena, le tiré el plato entero de puré encima. Entonces se desató el caos. Alguien gritó "GUERRA DE COMIDA" y la cafetería se convirtió en una batalla campal. Para mi desgracia, el director llegó en esos momentos y emitió un silbido que nos dejó a todos congelados en nuestro lugar.

-Señorita Evans -dijo sonriendo, pero sin nada de alegría en su voz-, a mi despacho. Ahora.

No me dio tiempo a protestar, porque la mirada que me dedicó realmente me asustó, así que, sin decir nada más, agaché la cabeza y le seguí.

Por eso estoy ahora saliendo de su oficina, con un castigo totalmente injusto que no me merezco. El director me ha obligado a venir el sábado por la mañana al colegio y pasarme tres horas ahí metida, sin poder hacer nada. Los chicos, que al parecer lo han escuchado todo, sueltan leves risitas, con una expresión burlona en sus rostros. Que ganas de estamparles otro plato de puré encima, pero antes de que pueda actuar, oigo una voz a mis espaldas.

-Vosotros también tendréis el mismo castigo -¡JÁ! Pringados. Me alegro de que por una vez en la vida se haga justicia en este instituto.

-Pero señor director -se queja Logan levantándose de su asiento-. No puede castigarnos precisamente este sábado. Estamos preparando el partido más importante de toda la temporada.

-Lo sé, y el entrenador también -los cuatro sueltan un suspiro de alivio, creyendo que su coach se pondrá de su lado-, y está de acuerdo con el castigo. Dice que debéis aprender a ser consecuentes con vuestros actos.

Quiero bailar y saltar de alegría. Al fin el karma se pone de mi lado y les da su merecido a aquellos orangutanes. Los cuatro se quedan estupefactos, y dirigen su odio hacia mí. Pero ¿de qué van? ¡Si empezaron ellos! Poco a poco se van retirando de la habitación, frustrados y aceptando su castigo. El líder es el último, que sigue mirándome como si quisiera arrancarme la cabeza.

-Petarda -escupe mientras pasa a mi lado y me empuja con su hombro.

-Idiota -respondo mientras le fulmino con la mirada.

Y esta es la historia de por qué debo ir un sábado por la mañana alcolegio.     

La desaparición de Mia CollinsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora