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15 de Agosto 2018

Seattle
Lauren

Mi parte favorita del día era caminar hacía el preescolar de mi pequeña, sabía que sin duda el mejor regalo que tenía en la vida era a Megan.

Sus pequeños ojos verdes y ese cabello castaño, para fortuna era tan parecida a mi.

Respire los pequeños pinos a la orilla del camino, llegar al aquellos salones era rápido, desde nuestra nueva casa. Todo marchaba más que bien y mi nuevo y mejorado empleo me permitía descansar toda la tarde, algo que Megan y yo no podíamos permitirnos apenas meses atrás.
Salude a algunas personas en el camino, en general aquí la gente era demasiado amable.

Cuando estuve a tan solo una calle de llegar, sonó mi móvil. Lo miré suplicando que no fuera mi jefe ahora mismo, pero fue tarde, era el mismo llamando.

-Hola habla Jauregui.
Salude en un tono serio.

-Tenemos una situación en la estación, tienes que volver en dos horas.
Miré algo apenada a mi pequeña hija salir hacía la puerta. Su profesora me conocía así que no hubo problema en llamar a Megan y recogerla en la entrada.
Con su pequeña mochila a su espalda corrió hacia mi, colgué el móvil antes de atraparla.

-Hola mamá. Saludó entusiasmada y besó mi mejilla. -Hoy hicimos un dibujo de nuestra familia. Sonrió e intento sacarlo de su mochila.
Aunque la detuve ella no dejó de tener ese brillo especial en su mirada.

-Te tengo una noticia. Me agaché para estar a su altura y aproveché para limpiar la pequeña mancha de pintura seca en su mejilla, su piel blanca era igual que la mía. Ella amaba dibujar y pintar.

-¿Cual? Mamá.

-Pues que vamos a visitar a los abuelos. Hizo un pequeño festejo y regresó a tomar mi mano. Eso no era algo que había planeado para hoy, pero con los cambios de la estación no podía arriesgarme a perderlo.
Caminamos a casa sin platicar mucho. Al pensar en el dibujo sabía que algo me haría enfadar de nuevo. Su ausencia. Esa pequeña mano de Megan sin ser tomada por alguien más.
Miré el porche de la casa, casi a punto de llegar mi vista buscó algo detrás. Había sentido una extraña mirada, como si alguien viniera siguiéndonos o vigilará desde cerca.
Sacudí mi cabeza y llevé a Megan dentro.
No era la casa más grande pero para mi hija y para mí, era suficiente, dos plantas, dos recámaras, y una hermosa estancia.

-¿Crees que deba llevar mis juguetes mamá?
Preguntó dulcemente mientras yo empacaba ropa mía y de Megan en una maleta pequeña, por si a caso se hacía muy tarde y no pudiéramos regresar a casa.
Cuando estuvimos listas la llevé al auto y la aseguré en su asiento mientras regresaba para cerrar la casa.
Faltaba una hora y media para acudir a la estación y aunque no era lejos, la casa de mis padres quedaba casi al doble de distancia que de la nuestra a la estación.
Conduje con cuidado por las calles y miraba a Megan dé reojo, ella estaba muy pensativa. Sus labios hacían ese movimiento como ella. Por dios, era imposible pasar un solo día sin recordar algo.

Algunos minutos después la casa de mis padres apareció a la vista. Miré el reloj. Justo a tiempo. Ni siquiera les había avisado pero sabía que mi madre jamás se negaría a cuidar a su nieta.
Megan me sonrió al estacionarme.
Apenas la había soltado del cinturón cuando salto por la acera hacía la puerta.
Tocó desesperada.
Yo solté una risa involuntaria. Era tan linda cuando algo le inquietaba. Su cabello castaño recortado un poco más allá de su cuello se movía con los pequeños saltitos que daba mientras esperaba.
Mi padre apareció en la puerta y me miró a mi antes de mirar hacía abajo.
Megan gritó de alegría cuando la cargó en brazos y la llenó de besos.
Los alcancé ya adentro.
Mi madre besó mi mejilla después de arrebatar a Megan de los brazos de mi padre.

-¿Cuéntame qué pasa Lauren?
Mi papá puso atención en mi. Su mano tocó suavemente la mía.

-Nada, es solo que tenía planeado la tarde con ella y de repente el comandante a decidido llamarme, tal vez una junta, nuevas instrucciones.
Besó mi mejilla. Aunque en un principio el estaba en contra de mi trabajo poco a poco se acostumbro a que para Megan y para mi era el mejor medio para sobrevivir. Finalmente cuidar a un bebé a tus 19 años no era nada fácil y más siendo mujer.

Cuando era pequeña el se reía de lo que contestaba al preguntarme que quería ser de grande. Bombero. Ahora era toda una realidad y solo el y mi madre sabían cuanto me había costado el llegar hasta donde estaba.

-Calma hija sabes que no cambiarán nada, mañana también será un buen día para pasar con Meg.
Asentí para no discutir sobre eso.

-Solo no quiero pasarla como cuando era pequeña, nunca fui constante en su vida y ahora que tengo oportunidad no quiero desaprovecharla.
Mi madre apareció junto a Megan, llevaba una galleta en cada mano. Negué riendo. Ni siquiera a mi me habían consentido tanto.

-Mi amor, Megan. Ella vino a mis brazos. - Tengo que salir por unas horas, prometo volver para la cena ¿Si?
Besó mi mejilla con adoración y siguió comiendo. Cuando se trataba de comida, nada más le importaba.

Salí de la casa de mis padres con una sensación extraña en el pecho. No quería alejarme de Megan por más horas pero si en la estación me requerían era mi obligación estar ahí.
Presentía que algo iba a pasar esa noche.

Cuando te fuiste Donde viven las historias. Descúbrelo ahora