Capitulo Ⅳ- Pink

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Joseph

Otro día exhausto de trabajo... Había llegado a casa con esperanzas de encontrarme con Elizabeth. La llamé pero no respondía, fui a la cocina y no estaba, desde las escaleras volví a llamarla pero sin señales de ella. Me quito el saco y escucho su voz. -Aquí, Joseph estoy aquí...-La voz venia desde el patio así que me dirijo a la parte trasera de la casa. ahí estaba parada ella en medio del jardín así que me acerque con una agradable sonrisa. 

-Hola amor- ella avanza y me abraza. 

-¿Cómo te fue? ¿cómo estas? ¡adivina qué! 

-Wow, te he dicho que aprendas a hablar despacio- le doy un leve golpe en la frente. Ella hace un puchero. 

-Que adivines- Exclama. 

-¿Y ahora qué?

-Bueno es imposible que lo sepas así que te digo... Tenemos una mascota, pero adivina que animal es- Reí. 

-Fácil, un gato. 

-No. 

-Oh entonces una gata. 

-¿Qué diferencia?... olvidado, no. 

-¿Un perro?. 

-No. 

-Entonces un ave. 

-No, te has ido lejos. No es de cielo,  es de tierra y tiene cuatro patas. 

-Pues me rindo- y fue ahí donde escuche el horrible sonido de aquel animal que venia a toda velocidad hacia nosotros. 

-¡Un puerco!- grite. Ella se pone en cuclillas y acaricia aquel animal. -Seguro se escapo de una granja, aléjate puede ser que tenga garrapatas- Ella me mira seriamente y me dice. 

-Es nuestra mascota y se llama Pink, además tu eres el profesional de la salud deberías saber que los cerditos no portan garrapatas. 

-Definitivamente no, esta bestia salvaje no se quedará en nuestra casa. 

-Pero es inofensiva- Toma al puerco en sus manos y me lo enseña de cerca. Retrocedí. 

-Dije que no. 

-Pero en estos últimos dos años nunca te he pedido nada, por favor Joseph, anhelo con toda mi alma tener a este cerdito ¿sí? ¿sí? por favor ¿sí?- Ella tenía razón nunca me había pedido nada y sin embargo he intentado darle todo. 

-De acuerdo, se queda, pero aléjalo de mí. 

-¡Ay! pero ¿por qué? si es tan tierno- avanzaba acercando mas al animal. 

-Hablo enserio- Me doy la vuelta aterrorizado y asqueado para entrar a la casa.

Así fueron pasando los meses ya el puerco se había apoderado de la casa de tal manera que amanecía en nuestra habitación, en nuestra cama, como si sospechosamente mi esposa lo haya dejado entrar. Nunca pude ni podré acostumbrarme a la presencia de ese animal... y lo peor era que a donde sea que yo voy, ahí estaba, iba a la cocina el puerco estaba detrás de mi, iba al trabajo y el puerco me perseguía, iba al patio ahí estaba, hasta iba al baño y en vez de resbalarme con jabón me resbalo con el puerco. -¡Elizabeth!- grite y Elizabeth fue de inmediato a mi auxilio. -ya llegue hasta aquí- dije haciendo una medida en mi frente. -Ya no se puede quedar este animal aquí. 

-¿Pero qué te ha hecho?- Dijo tomando al animal en sus brazos.

-No, la pregunta sería que no ha hecho. 

-Pero... 

-No. 

-Joseph... 

-No- Elizabeth bajó la mirada, enseguida tuvo un aura triste en sí. -Elizabeth...- Ella alza la mirada sollozando. No podía, ni quería ver a Elizabeth llorando. -No...-suspiro -Esta bien. Otra oportunidad, se queda- Una enorme sonrisa se forma en el rostro de Elizabeth. 

El enfermero y la contableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora