Capitulo XXXII - Algo que no sabías.

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Elizabeth

-No sé mucho de guerras y esas cosas pero mi padre fue un soldado. Antes de irse a combatir dejó embarazada a mi madre y cuando volvió el había perdido sus dos piernas... A pesar de saber que tenia una esposa y una hija esperándolo en casa, nunca volvió, prefirió quedarse en casa de sus familiares. Mi madre obviamente fue a preguntarle cuál fue la razón de que no quisiese volver y él solo contestó : "No te serviré de nada". Mi madre le suplicó que volviera, que ella lo amaba con o sin piernas, que si se sentía impotente se podía solucionar... Pero todo lo que dijo mi madre fue en vano. Creo que esa es la razón por la que ella es tan seria.- Miro a Joseph- ¿Qué pasó con tu padre?

Él sale de sus pensamientos y me mira. - Hice bien en no haberla juzgado. Bueno... Mi padre fue un empresario francés.

-¡Francés!- exclamo por la sorpresa.

-Sí, un francés llamado Elías Levitt.

Lo señalo con una sonrisa de oreja a oreja -Tu segundo nombre...

-Sí, se me otorgó ese otro nombre por causa de él. En fin, el conoció a mi madre en casa de un amigo, mi madre era ama de casa permanente en ese lugar. Hacía visitas constantes después de haber conocido a mi madre hasta hablaban a escondidas... Al final ella renunció para estar con él, al principio tuvieron una excelente vida hasta que mi madre descubrió que él ya era un hombre casado y con dos hijos. Ella ni siquiera tuvo que pedirle que se fuera, él se fue y le dejó la casa a mi madre y dijo : "Lamento haberte engañado, no sé si lo que siento por ti es amor pero sí sé que amo a mi familia, es al lado de ellos donde pertenezco". Yo apenas tenia cinco años, no entendía nada en ese entonces pero hasta ahora no olvido aquel momento...

-Vaya...- Nos quedamos en silencio por un momento y luego besé su mejilla. - Gracias por esto, ya me siento mucho mejor.

Joseph

Elizabeth no dejaba de estar deprimida así que tuve la brillante idea de llevarla a un lugar de paz, donde no recordaríamos nuestros problemas o lo débil que fue nuestro matrimonio... El campo. Hicimos cosas como cocinar en fogón, barrer con un tirigüillo, hordenear a una vaca y divertirnos en el río. Hasta en el área de la salud se necesita un descanso cuando ya la persona no rinde en su labor o se estresa constantemente, puede que hasta se le desarrolle una enfermedad. Para evitar eso al personal se le da vacasiones para liberar su mente y regresar renovado, eso es lo que quiero para Elizabeth. Que me deje todo a mí, me encargaré de que sea feliz y reforzaremos nuestro matrimonio.

-Me alegra que te sientas mejor. Elizabeth, debemos tener más comunicación y confianza ¿no lo crees?

-Sí, si hubiese confiado en ti desde un principio sin llegar a conclusiones precipitadas estoy segura que no pasaría nada de esto.

-Yo también tuve culpa por ayudar a quien me perjudica, aveces es bueno alejarse de algunas cosas o personas. Así que de mi parte me propongo a que esto funcione, aun somos recién casados y te amo.

-Yo también te amo Joseph, no es un amor que sobrepase, de hecho, es igual al tuyo... Te amo como tú me amas a mí y no es algo físico, me enamoré de tu alma. Yo también estoy dispuesta a que esto funcione, debo jugar bien mi papel de esposa.- Nos reímos mutuamente esa noche estrellada bajo un árbol de cerezas.

-¿Si volvemos a casa ya no estarás triste?-Le preguntó a Elizabeth.

-Triste sí estaré, aun me duele lo que me hizo Alex pero tampoco pienso entrar en depresión por eso. No se termina de conocer a nadie.- Ella dirige su mirada a otra parte y yo paso mi mano en su hombro acercándola a mí.

-A mí no me importaría pasar toda mi vida conociéndote mientras eso signifique estar a tu lado.- Ella voltea a verme y yo uní nuestros labios en un cálido beso. Cuando Elizabeth se estremece suele sentir un espasmo recorrer su cuerpo y su mirada se torna somnolienta mientras que sus músculos se relajan. Me separó de ella y justo así veo que está -¿qué sucede? -Se sonroja y mueve su cabeza en señal de que no le pasa nada pero yo sé lo que quiere así que sonrió y vuelvo a besarla ésta vez atrayéndola totalmente contra mi cuerpo encerrándola entre mis brazos. Ella solo me sigue el beso y sujeta suerte de mi chaqueta. Vuelvo a mirar su rostro sonrojado que ya no es un ligero tono rosado sino, rojo. -Vamos adentro amor.- Ella asiente mirándome con cuyos ojos brillan bajo la luz de la luna.

-S...sí.

El enfermero y la contableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora