Capítulo 20: En lo profundo de mi corazón, ahí siempre estarás tú.

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El sonido de las olas llegaba a los oídos de Benet con ímpetu, mientras intentaba abrir sus ojos, se había curado de la quemadura con el fierro incandescente, pero nuevos dolores estaban presentes haciéndolo gritar severamente con la mordaza en su boca.

El quejido fue sonoro y fuerte cuando se despertó, lo despertó el dolor puro, ulceras en sus pies y muñecas por las quemaduras de sol y las cadenas alrededor de estos, sangre goteando de su frente por los golpes, heridas abiertas infringidas por rasguños que solo un animal haría, marcas de los fierros que rasgaron y quemaron su piel, su estómago ruge con fiereza y hambre, hacía tiempo que no sentía un hambre tan fuerte como ese, no desde que se fue de San Petersburgo con su amado Nicolau.

Su espalda duele horrores, había sido golpeado con un objeto pesado hasta fracturar su columna, tal vez fue golpeado con una pala, una cadena le apresaba con cadenas fuertes de plata, la plata lo debilitaba, le habían puesto una camisa de fuerza bendecida, aplacando y debilitándolo aún más, haciéndolo sentir agotado y en duermevela. Pero sobre todo tenia puesto un collarín de perro con bozal amarrado, dejando que sus dientes muerdan permanentemente el bozal de plata y cuero que le hace babear y le impide hablar. Una medida de seguridad extrema contra Benet, ya que era un vampiro al que nadie tomara desprevenido.

Su rostro está cubierto por un costal, le impide ver donde está, pero puede adivinar que se encuentra en un barco.

Había estado suficientes días en altamar para reconocer la marea y el sonido de las olas.

Sus cabellos caen sobre su cuerpo y rostro con las gotas saladas del agua de mar en sus labios resecos. El tintineo de su inmovilizado cuerpo y jadeo de dolor le impide siquiera emitir alguna palabra.

Pero el dolor corporal no es nada comparado con pensar en Nicolau, en recordar su sonrisa, sus bonitos ojos azules que brillan como la espuma de mar de las olas reflejadas en la noche, en pensar en sus labios acorazonados, en su cuerpo musculoso y su piel suave y delicadamente blanca como la porcelana. En su amabilidad y cariño, en sus hermosos cortejos, en sus días llenos de tranquilidad y paz disfrutando de su intimidad y tiempo juntos. Haciendo el amor, cantando a la luz de la luna completamente borrachos, tocando música en el pueblo, cenando juntos, sus besos suaves en su cuerpo, marcados en su piel.

A su mente llega el recuerdo de los cabellos blancos y finos en la palma de sus manos después de hacer el amor.

Persistentes como el tic tac de un reloj viejo.

Cuyas manecillas se han detenido hace años.

Se oxidan en sus memorias como aquella vida de humano que alguna vez tuvo.

Si hubiera muerto aquella noche nunca hubiera conocido a Nicolau.

Una lágrima resbala de uno de sus ojos, invisible y llena de dolor.

Estaba furioso, en su mente. Su odio se siente en lo profundo de su alma, a su recuerdo llega el rostro del Zar Alejandro, el maldito bastardo que golpeaba y lastimaba a su amado Nicolau, a su propio hijo. Y que seguro lo está lastimando en estos momentos, y Benet no puede hacer nada para evitarlo, se siente impotente, al no poder proteger a su amado Nicolau. Su amado príncipe.

Permanece inmovilizado mientras piensa en el rostro del Zar, en cómo le arrebato su collar favorito, el hermoso y más preciado recuerdo del símbolo de amor que le ha dado Nicolau.

Ahora el único recuerdo que tiene de su amado es su rostro lleno de lágrimas amargas gritándole que lo amaba.

Se sentía impotente recordando con melancolía.

Benet odiaba con toda su fuerza dejarse engañar, nunca debió confiar en Fabio, nunca debió hacerle caso a pesar de que él le insistió en ir a Moscú.

"El Amante Del Zar" (Saga "Almas Gemelas" Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora