Las cortinas del telón de terciopelo rojo se abren, rasgadas con las garras filosas del vampiro.
Se escuchan los aplausos de la audiencia, sonoros que resuenan entre la oscuridad del lugar. En medio del escenario esta su majestad. El príncipe Nicolau abre sus ojos con confusión mientras se talla los ojos al ser alumbrado con la luz del fuego, mientras ve que se encuentra vestido con la ropa que tiene que tener puesto el Zar cuando se corona.
Allá en Moscú. Allá en la tierra que lo vio nacer, cuyos copos de nieve cubren las calles de piedra y las lámparas son encendidas con fuego.
La nieve cae en el escenario mientras mira como el invierno se presenta, la Corona Imperial Rusa de los Zares descansa en su cabeza.
Pesada y llena de joyas, compuesta de más de cuatro mil novecientos treinta y seis diamantes, con un peso de trecientas noventa y ocho con setenta y dos quilates. De concepción bizantina, tan antigua como la dinastía de la que procede Nicolau. Tan antigua como es su historia, él fue príncipe y futuro Zar de las Rucias.
Ese ha sido su destino, no puedes escapar de él.
La espinela de su cabeza le permite ver como a su alrededor todos le miran y guardan silencio contemplándolo a su real majestad. Y observando como en su mano sostiene el cetro imperial con el diamante Orlov. De ciento ochenta y seis con sesenta y dos quilates, el diamante resplandece reflejando su brillo en los ojos azules acuosos de Nicolau, brillo como la espuma de mar. Como el brillo de una estrella en el cielo distante. Encima del cetro se encuentra el águila bicéfala con el escudo de la Rusia Imperial esmaltado en su pecho.
El teatro se alza sobre el pueblo de Rusia.
Y Nicolau sabía que tenía que cumplir ese deber.
Pero en ese instante su confusión aumenta. Aún más al ver las sombras entre las ventanas brillando al sol, le dañan la vista. ¿Dónde estaba? ¿Estaba soñando? ¿Estaba en un teatro? ¿O se estaba coronando en la Catedral de la Dormición?
Escucha el coro cantando, celebrando su coronación. Cuyas gargantas son agudas, roncas y algunas profundas. Como miles de cotilleos que se devoran sus tímpanos.
Eso no tenía sentido.
Tradicionalmente el coro canta después de la coronación. No debería interrumpir el Credo de Nicea que se escuchaba entre el sonoro eco. Pero había una voz que acaparaba las voces principales, esa hermosa y gutural voz, tan varonil y divinamente celestial como el canto entre las nubes de un ángel al vuelo.
Un ángel cuyas alas son negras como las plumas de un cuervo.
La reconocería donde fuera, incluso aunque estuviera ciego. Aunque se quedara sin ningún sentido además del oído. Sabría perfectamente a quien pertenece.
Benet.
El pánico se muestra en la mente confundida de Nicolau.
¡No! ¡No de nuevo! ¡Aléjenlo de él!
Nicolau se muestra temeroso mientras sigue la ceremonia.
Benet, ese vampiro.
Las hojas de otoño caen en sus recuerdos bastos y fugaces. Idéntico a escuchar las voces pero sin entender las palabras de la gente. La verdadera faceta de Nicolau se muestra cruda. Paso mucho tiempo así. Incluso sigue confundiendo el ayer con el hoy.
¿La locura es contagiosa?
Refunfuña furioso mientras con su cetro en mano ve como se acerca lentamente la figura cantarina e ilusoria de Benet. Con el cetro pesado golpea la figura del vampiro, se desvanece entre el giro de una sombra mientras la ceremonia seguía.
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"El Amante Del Zar" (Saga "Almas Gemelas" Libro 1)
VampirosEl corazón late potente aquella noche de invierno, las copas con el vino rojo están goteando en la cama de seda y los gemidos de dos voces resuenan en la soledad del lugar, sensual, excitante, anhelante de placer no importan las horas que pasen. Hay...