Capítulo 16: Un destino más cruel que la muerte.

188 18 72
                                    

Anastasia admiraba las motitas de nieve caer en el jardín del Kremlin, era hermoso, un baile de copos blancos que rivalizaban con su vestido, donde el invierno parecía ya parte de su vida, ella corría de aquí para allá, jugaba a las escondidas con Benet, tras suyo, le seguía su hermano mayor, Aleksey cuidaba que su hermanita no se lastimara, sus risas en el hermoso jardín de flores y matorrales, cuyo brillo resplandece en lentejuelas cuando Benet las observa mejor. En el centro del jardín, estaba Nicolau dando una cuenta regresiva con los ojos cerrados, como niños inocentes, encerrados en una jaula de felicidad. D'La Rosa estaba escondido atrás de un matorral apenas lo suficientemente frondoso para cubrir su cuerpo, estaba agarrado a la rama del árbol, boca abajo, cual murciélago. Supone que ya le hacía falta un buen ejercicio en su existencia.

Mientras pasaba felizmente sus momentos esperando a que Nicolau lo encontrara, en la ventana cercana del Kremlin, estaba Vincent mirándolo, sin más el demonio estalló en carcajadas. Benet le ordeno silencio chitándole. No deseaba echar a perder el juego, sin más, aquel demonio bajo por la ventana hasta llegar al vampiro convertido en víbora.

—Es curioso...—Comentó el demonio de ojos espirales, cuyo rojo comenzaba a casi derramarse en lágrimas saladas. —Pasaste de ser un regente, general y casi emperador, a limitarte a ser solo un payaso para niños, atrapado en una jaula rada cuya espalda está cubierta en la infelicidad de aquellos se encomendaron a tu merced...—Su sonrisa burlona buscaba fastidiarle la vida al que debía ser su nuevo amo, a quien Rasputín contrato para proteger. Vincent esperaba; como casi todos sus contratos lo maldijera, que le dijera que se callara, que lo mataría, esperaba mil insultos. Porque ojos, los seres del mundo terrenal eran iguales, pero... ninguno llegó.

—Siempre he querido tener y cuidar niños...—Puntualizo Benet con una sonrisa, dejando confundido al demonio. —Estoy en el paraíso, en un paraíso que ni tú en toda tu eternidad podrás otorgarme en ningún instante, prefiero este lugar, pacifico, idílico...—Comento con una sonrisa, tenía un compañero comprensivo, casi recobrando el amor que tantos años buscaron en el otro, un lazó más fuerte que el amor, que soporta tempestad y no se rige por mero placer, tenía niños amables y hermosos, si... era el paraíso para Benet, un paraíso egoísta. Pero la felicidad, ¿Qué no era sino la satisfacción de uno mismo? Vincent no se veía contento con la respuesta.

—No eres divertido de molestar...—Señalo el demonio, admirando que D'La Rosa seguía mirándolo, Vincent se sentía fascinado por sus ojos, por sus labios, su amable porte, su cuerpo musculoso. Todo en él hacía de Benet un caballero encantador y atractivo, capaz de embrujar hasta al diablillo más impertinente, sin más, alejo su vista, apenado. —Deja de verme así...—Señalo el demonio.

—Oh perdona, el coqueteo descarado me sale natural...—Se mofó el vampiro, cuya mentalidad de niño muchas veces ocasionaba que olas de simpatía y amabilidad que le han ganado estar invicto en tanta seducción. Hombre. ¿Era toda esa combinación de perfección la razón por la cual Grigory incluso dio su vida por él? ¿Era su sonrisa lo qué convenció al inmortal de crudo corazón alemán? ¿Eran sus palabras las que llenaron de dicha y felicidad a Nicolau?

—Este cuerpo aún te ama...—Advirtió la criatura, mirando las hojas sobre el césped, es que Benet y su silueta podían hacerlo suspirar.

—Oh, ¿Quién no me amaría? —Y su voz, un canto de sirena, o la sinfonía de un tritón, cuya lengua ansia lamer Vincent con ímpetu, deseando su cuerpo, ansiando ver su desnudes, sentir su interior envolviendo su carne. Todo en Benet era una muestra de descarada perfección y hermosura. Su barba no hacía más que alzar su hombría, sus rasgos eran atractivos, sabe que es guapo, sabe que es deseado, sabe que fue cruel con los sentimientos que tenía Rasputín por él y aun así podía burlarse de todo lo que quiera, porque su sonrisa eran perlas robadas de las ostras, viéndole menear su pierna en el follaje del matorral, como si se tratara del coqueto gato sonriente de Alicia en el país de las maravillas.

"El Amante Del Zar" (Saga "Almas Gemelas" Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora