Capítulo 8: La danza de los vampiros.

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Se ajustó el uniforme de cosaco. Andrea su esposo, le observa con añoranza, una profunda tristeza en sus ojos verdes. Como si la felicidad se hubiera escapado de su alma. Dmitiry se da la vuelta, su parche en el ojo es un recuerdo tortuoso del castigo indecoroso de su Zar cuando le da la gana pegarle. El hombre oso explota enfurecido.

—Andrea, deja esta locura de la revolución, deja de verte con esos humanos judíos y esos alfas rusos. ¡¿Qué no puedes ver que te acercas a la muerte?! — Cabreado arroja su espada a la pared, nuestro lobo mantiene la cabeza baja. Vólkov toma una botella de licor y se empina los tragos.

—Dmitriy...necesito decirte algo. Yo, hable con un brujo, te dije que me había sentido enfermo durante estos días—

Sin tomarlo muy en serio, el Átaman sonríe con sorna. —¡¿Y qué?! ¡¿Acaso estas embarazado?! —Trago a trago se mantiene en una esquina, esperando de Andrea un festival de gritos suyos. Pero solo conocen respuesta el silencio absoluto. Se da la vuelta para buscar su mirada. —¿Mi luna...?—

—Lo lamento, te juro que en cuanto ese brujo me pueda ayudar le pediré un aborto—Sin mirarle a los ojos por vergüenza se levanta de la silla para irse de la habitación. Dmitriy taciturno corre tras suyo.

—¡No! ¡Espera por favor! —Tomándolo por sus hombros le obliga a mirarlo directamente. —¡¿Por qué no me lo dijiste?! ¡Estás hablando de mi hijo!

—¡Si! ¡Un hijo que no debía nacer! —Quita sus manos apartándolo—¿Tienes idea de la aberración que cargo en mi vientre? ¡Cargo una vulgar calamidad! ¡Una mezcla asquerosa entre oso y lobo! ¡Pútrido, deleznable, ruín! —Con un suave abrazo su luna roja le roba las palabras.

—Tienes a mi hijo, pensaba que...—Momentos después, Passolini siente los suaves sollozos de esa bestia con la que se casó, sorprendido de oír una genuina sonrisa de felicidad y alegría.

—¿Por qué estas llorando?

—Pensaba que no podía tener hijos, que...que nunca tendría descendencia. ¡Andrea mi luna seremos papás! ¡Vamos a tener una familia! ¡Huiremos de este Imperio! —Le besa las cejas, sus mejillas, radiante de felicidad, mirándolo con amor. Nuestro alfa, amargamente sonríe, porque ahora tenía un motivo más poderoso por el que derrocar al Zar, quería que el fruto de su vientre, tuviera la dicha de tener un padre. Tiene miedo de ilusionarse. ¿Y si ese bebé no se logra?

—Mi amor, pase lo que pase, voy a tenerte a mi lado. Lo prometo...—

Y con sus besos suaves, las plegarias de las lunas rojas han sido escuchadas por un demonio invisible. Que les ha brindado el derecho de pasar su crueldad por varias generaciones más. Tal vez el inicio del reinado del mal.

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Rogue entrelaza sus piernas de marfil con las de tono porcelana canela, descansaba con su prometido al lado, quien dormía plácidamente. Su dicha no podía ser mayor, tenía todo lo que quería, su matrimonio era aprobado, se deseaban y ni asomo del miserable Zar que con tanto ímpetu le buscaba. En la enorme alcoba de cóncavos cristales, gusto gregoriano, gótico y barroco, descansan en las mismas habitaciones su madre y padre. En estas paredes que fueron su hogar durante tantos años, se vuelve a mirar ese rostro moreno, de pestañas largas, de piernas torneadas, corambre candela que entre sus brazos se pierde en la blancura de sus bíceps.

Hambriento, se relame sus rojos labios, acercándose cual serpiente al tierno conejo. Besándole el cuello, pasa sus tocas manos por su cuerpo desnudo, su apetito sexual jamás es detenido, anhelaba su cuerpo, sus suspiros, levanta las delicadas y monumentalmente costosas mantas de seda roja, dejando a la vista ese cuerpo moreno que tanto placer le brinda, tanto amor, cariño y cubierto cruelmente en golpes, puñetazos, violentos mordiscos que ha regalado a su amante, adoraba proclamar ese hombre como suyo. Sin pena, ni pudor palmea las desnudas caderas de Benet, que redondas y pomposas, eran tan suaves como una almohada, se endereza para ir entre esas curvas caderonas, colocándose entre ellas, con sus manos menea la entrada descubierta, para sorpresivamente, aún en el plácido mundo de sueños que se encuentra Benet acostado. Con su lengua sin aviso entra en su cuerpo otra vez, no le importara molestar su sueño, algo que amaba hacer, era que su amado D'La Rosa, tenía el sueño tan profundo que podía hacerle lo que quiera, claro aun así no causaba el mínimo disgusto en nuestro dulce príncipe romano, ya que a veces se despertaba en medio de las montadas que le daba.

"El Amante Del Zar" (Saga "Almas Gemelas" Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora