Capítulo: 52 (parte segunda)

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Isco

Sentía una impotencia que me hervía la sangre en las venas y me calentaba la cabeza. Aún no comprendía nada y por esa razón seguía ahí de pie, sin ella, intentando encontrar una respuesta a todas las malditas preguntas que me hacían caldo el cerebro. Yo sabía que ella, más que discutir conmigo, discutía consigo misma. Algo tenía que no la dejaba vivir tranquila y ahora sabía que, al menos una parte, eran todos esos pensamientos de inferioridad que la carcomían por dentro. Y me dolía muchísimo que no se tuviera en cuenta a sí misma porque para mí estaba en un puto pedestal y la llevaría al fin del mundo.
Esto no iba a acabar así.

Salí del trance catatónico en el que me encontraba y fui hasta mi coche, me apeé y empecé a conducir a treinta kilómetros/hora alrededor del Retiro hasta que por fin la divisé. Iba caminando con la cabeza gacha y las manos en los bolsillos. Me paré a su lado y sin miramientos la pedí que subiera.

—Sube al coche— espeté sacando la cabeza por la ventanilla y notando algunas finas gotas de agua. Ella no parecía muy segura.— Va a llover, sube.

—No lo alargues más, Isco...—reprochó al borde de las lágrimas.

—Por favor, sube. Te llevo a casa.

Al final accedió y sin decir una palabra rodeó el coche y entró en el asiento del copiloto. Nos mantuvimos callados unos minutos, yo intentaba concentrarme en el tráfico pero la verdad es que no pensaba en otra cosa más que en ella. No iba a callarme, no iba a desperdiciar este trayecto.

—Ojalá te quisieras como yo te quiero, porque si lo hicieras sabrías elegir quedarte conmigo en lugar de volver con quien te hizo daño.

Ella tragó saliva y se sorbió la nariz. Luego suspiró, se acomodó en el asiento e hizo de todo menos emitir un sonido en forma de palabra.

—Eres una de las personas más importantes de mi vida y joder, me duele que creas que no eres suficiente. ¿Alguna vez te he hecho sentir así?

—No, tú no— respondió enseguida, tranquilizándome.— Pero tú podrías estar con cualquier mujer que te propusieras, guapa, encantadora, que saliera contigo posando en los periódicos...

—Esa mujer eres tú.

Otra vez silencio y mi corazón doliendo de tan rápido que palpitaba. No sé cómo conseguía que mi pie no se pasara con el acelerador.

—¿Por qué denunciaste a tu ex?— no sé si era el momento idóneo para sacar el tema, aunque claro, temas como este nunca eran bienvenidos en ninguna situación. Ella suspiró y supe que estaba dispuesta a hablar.— Y no me digas que simplemente discutíais.

—Discutíamos, esa es la verdad. Él tenía problemas y no sé en qué momento me convertí en su saco de patatas. Una vez se le fue la mano y ahí es cuando decidí denunciarle. Y sé que él ha sido el que me destrozado el autoestima y el que me ha ido cambiando, pero ahora mismo no sé ni quien soy. No sé quién era ni cómo me sentía con respecto a mí misma antes de él.

No necesité mirarla para saber que estaba llorando. Yo en cambio apretaba el volante con tal fuerza que me dolían los dedos y los nudillos se habían tornado a un color blanquecino. Siempre me habían dolido enormemente estos temas pero ahora que lo tenía tan cercano... Era desolador.

—¿Sabes cómo no lo vas a descubrir? Renunciando a las nuevas oportunidades que te está dando la vida y volviendo, una vez más, a lo que te hace daño.

—¿A dónde vas?— preguntó al notar que no estábamos yendo hacia su casa.

—A mi casa, Alicia— noté su mirada por el rabillo del ojo.— No me mires así, ¿de verdad piensas que te voy a dejar, en casa o donde sea?

—Isco, ¿por qué lo haces más difícil de lo que ya es? Me estás haciendo daño.

—Ojalá le dijeras a eso al cabrón que tuviste que denunciar— solté cabreado. Simplemente no podía evitarlo.

Llegamos a casa y aparqué el coche en el garaje pero los dos permanecimos en el sitio.

—¿Me quieres?— pregunté sin miedo, sabiendo la respuesta porque la podía ver en sus ojos escrita a mayúsculas.

—No sabes cuánto— susurró casi inaudiblemente.

No necesité más, la agarré de ambos lados de la cara y planté un beso en sus labios que amansó todas mis preocupaciones. Sus manos trémulas acariciaron mis mejillas y siguió el beso tan delicado y pasional a la vez.

—Pues yo a ti te quiero demasiado como para dejarte ir y menos con alguien como ese— dije al separarnos y mirándola a los ojos cristalizados sin dejar de agarrar su rostro. Eran jodidamente preciosa.—¿Estamos?

—Estamos— soltó una risa floja y tímida para luego volver a unir nuestros labios.

Acaricié su tatuaje a posta para que ella lo recordara y sonrió. No puedo describir la felicidad que sentí al ver su sonrisa y lo importante que fue para mí. Después salimos del coche y entramos a casa, la diría cuánto la quería de todas las formas en las que un hombre es capaz de hacerlo.

Better things to come {Isco Alarcón}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora