Capítulo: 21

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Me llevé las manos a la cara al sentir como el balón había impactado brutalmente en ella. Un dolor muy intenso se apoderó de mi nariz y labios, y poco tardé en darme cuenta de que me estaban saliendo chorros de sangre.

—¡Alicia! Madre mía, si ya lo veía venir...— dijo Lucas corriendo hacia mí. Cerré los ojos del dolor y del mareo, me daba vueltas todo. Escuchaba lejanas las voces de los demás pero no entendía nada.

—Lo siento, lo siento....— esa voz irreconocible fue la de Isco, quien se preocupó en desabrocharme los guantes y quitármelos. Se los había dejado todos rojos de sangre al pobre Nico.

—Ven, vamos a la enfermería— sentenció mi hermano tirando de mí y yo le seguí como pude, sin decir ni una sola palabra acerca de mi visión nublada y mi fuerte mareo.

—Ya la llevo yo, tranquilo— insistió Isco quien pasó un brazo por mi espalda y me sujetó fuerte por si me caía.

Escuché las voces de Sergio, Nacho, Marco y Casemiro entre otras, y la indiscutible voz femenina de María. Pero en mi mente todo daba vueltas y lo único que hacía era andar como autómata, sujetada por Isco, y con las manos en la nariz por la cual manaban cantidades de sangre exorbitante.
Llegamos a la enfermería no sé cómo, me tumbaron y me pararon la hemorragia. Después me limpiaron la cara con menos delicadeza de la que me hubiera gustado, Isco me ofreció su mano y la apreté fuerte cuando el médico me tocó la nariz en busca de alguna fractura.

—Bueno Alicia, no te preocupes porque todo esta bien— me contó con meliflua voz. Isco soltó una bocanada de aire a mi lado, soltando toda la tensión que le recorría las venas del cuerpo.— La nariz sangra mucho ya lo sabes. El labio superior se te ha cortado un poco, pero no necesitarás tiritas de aproximación ni mucho menos, puntos. Por lo demás, ten cuidado la próxima media hora porque estarás un poco mareada y toma algo de azúcar cuando llegues a casa, ¿de acuerdo?

Asentí, sin dejar de mirar con estupor a la basura donde había tirado gasas y gasas empapadas en sangre. ¿Quedaba acaso alguna gota en mi cuerpo?

—Muchas gracias, doc— le respondió amistosamente Isco para seguidamente ayudarme a bajar de la camilla y salir de la enfermería.— Vamos a mi coche, te llevo a casa.

No asentí, simplemente me dejé llevar. Paramos en los vestuarios para recoger sus cosas y como bien indicó, fuimos hasta su coche. Me ayudó a apearme, cerró la puerta y se subió en el lado del piloto.

—¿Estás bien?— preguntó apoyando una de sus manos en mi muslo y mirándome con cierto temor. Le lancé una mirada tranquilizadora, él hizo un rictus y arrancó el vehículo.

El trayecto duró menos de lo normal, quizás porque no miré a la carretera, tan solo cerré los ojos y me sujeté la gasa contra la nariz y el labio hasta que paró de brotar sangre.
Le di mis llaves y entramos en casa, yo desesperada por tumbarme en el sofá. Él fue a la cocina, me trajo agua y un bollo de chocolate y se sentó a mi lado.

—Gracias— pronuncié con un hilo de voz y me tomé de un sorbo toda la bebida.

—Joder... lo siento mucho, de verdad— su mirada de consternación penetró mis ojos y lo único que salió de mí fue sujetar y acariciar una de sus manos.

—No pasa nada, esto me pasa por bocazas— él rió ligeramente aunque con una expresión de confusión.— Es que dije que se me daba mejor ser portera...

—Siento discrepar— reímos, aunque yo tuve que ponerme seria de nuevo porque la herida del labio me tiraba.

—No, no te rías, a ver si eso se te va a abrir y...— no sé si aquella imagen le daba repugnancia o estupor, o ambas. Pero le entendía, a mí me pasaba lo mismo. Sería pésima enfermera o médico.

Me tomé el bollo como pude, no por hambre sino porque el cuerpo me pedía azúcar. Isco fue a la cocina a por otro y se lo engulló, haciéndome compañía.
No dijimos mucho, pero el silencio que había era tranquilizador y agradable. Me gustaba que estuviera a mi lado, yo pegaba al respaldo y él sentado cerca de mi cadera. Le miraba una y otra vez y sentía unos revuelcos en mi estómago que si fuera más cursi, calificaría de otra cosa. Sus ojos eran maravillosamente lúcidos, grandes y penetrantes, y cuando se clavaban en mí conseguían alzar la temperatura de mi cara inmediatamente. No podía, no quería desear estar en otro lugar. Y él, a pesar de las circunstancias, tenía el porte típico de quien esta donde desea estar.

—¿Necesitas algo más?

Negué con la cabeza, con los ojos fijos en nuestras manos que, por alguna razón, estaban unidas. Las suyas eran grandes y fuertes, las mías algo más pequeñas y delgadas. Era una imagen que no quería olvidar.
En ese momento se abrió la puerta principal y entró Lucas con una mirada de preocupación que se esfumó al vernos en el sofá. Isco y yo separamos nuestras manos a la velocidad del rayo.

—Ah, estáis aquí. ¿Qué ha dicho el médico?

—Nada, que todo bien. Le he dado algo de comer y ahora se encuentra mejor, ¿no?

—Sí, ya mejor— asentí con una muy ligera sonrisa, casi inapreciable.

—Menos mal. Muchas gracias, tío— le dijo Lucas dándole una palmada en la espalda al malagueño. Éste se levantó, dispuesto a irse.— ¿Te quieres quedar a cenar?

—No, gracias, tengo que ir con Junior— dijo refiriéndose a su hijo. La forma en la que lo dijo me causó tanta ternura que no me importó que se fuera.— Mejórate, ya te preguntaré qué tal.

—Vale— esta vez me esforcé en sonreírle como es debido.

Isco se fue de casa, Lucas me lanzó una retahíla de preguntas como si fuera un tercer grado y me dio más besos que los que me había dado en todos los días que llevaba con él en Madrid.

Quérote— dijo finalmente, cuando estaba a punto de irse a duchar.

Quérote.

Better things to come {Isco Alarcón}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora