El cumpleaños de mi madre había sido igual que siempre, aunque este año lo viví de otra forma. Lo disfruté más y me sentí mucho más cercana a mi familia, quienes eran conscientes de todo lo que me había pasado. Cuando mi relación con Andre comenzó a enfriarse no se lo dije a nadie y cuando llegó a ser un infierno seguí callada, como si el no hablar de ello fuera a borrar lo que estaba pasando. Por esa razón las comidas familiares me resultaban difíciles, porque todos veían en mí a una persona feliz aunque en realidad me estuviera cayendo a pedazos o tuviera el cuerpo con moretones. Este año ellos no me trataron extremadamente diferente, pero me sentía más unida, más arrebujada por su cariño.
—Qué dolor de cabeza— habló mi padre cuando la familia se fue. Sí, éramos muy ruidosos.
—¿A que sí? Creo que voy a salir a dar una vuelta— dije resoplando e incorporándome en el sofá.
—¿Quieres que te acompañe?— preguntó Lucas elevando la mirada del móvil. Yo negué.
—No, prefiero ir sola. Vuelvo en un rato.
Salí de casa con un abrigo viejo que había dejado en mi armario antes de irme a Madrid y empecé a pasear por las calles de nuestro barrio. El dolor de cabeza fue sustituido por el frío en mis orejas y por un bombardeo de recuerdos. Recuerdos de mis antiguos amigos, de mi camino hacia el instituto, hacia la parada de autobús, hacia la playa... Y sin darme cuenta mis pasos me acabaron llevando a una calle que me conocía demasiado bien, llena de chalets adosados de enladrillado rojizo. Una de aquellas viviendas fue la mía hace un tiempo. La miré con ojos cristalizados rememorando todas las veces que salí y entré de allí, de la vez que salí en una camilla de ambulancia directa al hospital... No todo eran malos recuerdos, los primeros meses en aquel lugar fueron de ensueño. Cuando decidimos irnos a vivir juntos fue una sensación increíble, pasar todo el día con la persona que quieres, compartir todo con él, decorar la casa juntos... Unas lágrimas nostálgicas atravesaron mis mejillas. Quizás la razón por la que a veces permanecemos con personas que nos hacen mal es el recordar lo bien que nos hicieron en un principio y esperar que vuelva a ser así.
No llevaba más de cinco minutos ahí de pie, observando mi antigua casa, cuando la puerta se abrió y salió un hombre. ¡Andre! El corazón me dio un vuelco enorme y me paralizó durante unos segundos. Salió con un abrigo fino, las manos en los bolsillos y la mirada en el suelo. Estaba algo cambiado, llevaba el pelo algo despeinado y se había dejado crecer barba de unos días. Quizás para otra persona estaría irreconocible pero yo le distinguiría siempre, incluso en un concierto lleno de gente o incluso si cambiara tanto que ni él se reconociera en el espejo. Yo siempre le encontraría.
Cuando mi cerebro retomó el control de mi cuerpo me fui de allí a paso rápido, no quería que me viera. Además, habiendo estado a menos de quince metros de distancia ya se había incumplido la orden de alejamiento, esta vez por mi culpa. Cuando llegué a casa todavía no me creía que le hubiera acabado de ver. El corazón bombeaba sangre con fuerza.
—¿Qué tal el paseo, cielo?— inquirió mi madre, que se encontraba en el sofá bajo el brazo de mi padre.
—Muy bien, me voy a dormir ya. Hasta mañana.
—Hasta mañana— respondieron los dos.
Subí a mi habitación y me puse el pijama. Estaba tan nerviosa que incluso me puse los pantalones al revés, pero me daba igual. Hacía meses que no le veía y ahí estaba, tan apuesto como siempre pero de diferente forma. Por alguna razón solo pude pensar en todos los buenos momentos que vivimos juntos, cuando nos conocimos en la universidad, cuando nos besamos por primera vez, cuando me venía a recoger a casa, cuando lo hicimos en mi habitación aprovechando que mis padres no estaban, cuando fuimos a pasar el día a Santiago y casi le atropella un coche –tuvimos que ir a la farmacia y le estuve limpiando las heridas–, cuando nos graduamos, cuando fuimos a vivir juntos...
No pude evitar llorar, esta vez no de dolor sino de pena, de echar de menos algo que seguramente no volvería. Miré mi muñeca y ahí estaba tatuada la palabra "Magia", lo que me hizo recordar instantáneamente a Isco. Pensar en él me calmó y me hizo ver que las cosas habían cambiado, que lo de Andre era pasado y que ahora tenía a Isco, le quería y me sentía querida a su lado.
Isco
Después de una divertida tarde en el parque infantil me esperaba una abrumadora noche en compañía de Victoria. Habíamos decidido cenar juntos, al parecer ella tenía algo que decirme. No estaba muy nervioso al respecto aunque sí lo empecé a estar cuando terminamos de acostar a Isco y me miró con esa seriedad tan característica suya.
—Suéltalo, no parece nada bueno lo que tienes que decirme— dije cruzado de brazos y apoyado contra la encimera de la cocina. Victoria se preparaba para su discurso a un par de metros de distancia, al lado del frigorífico, observando los dibujos de nuestro hijo que había colgados con imanes.
—Me han ofrecido un trabajo en Francia, en principio el contrato es para un año y por supuesto me tendría que mudar allí— suspiré harto.
—Vale, ya sé por dónde va esto...
—No, no lo sabes, espérate— me cortó aproximando las distancias. Sus ojos marrones me empezaron a dar miedo por lo que me pudiera decir.— Te quería pedir que me dejaras llevarme a Isco a Francia.
—¿¡Un año entero?!
—En principio sí.
Se me hizo un nudo en la garganta. Ni de coña podría estar un año separado de mi hijo, eso sí que no.
—No sé ni cómo lo estás preguntando...— solté el aire de golpe y empecé a dar tumbos por la cocina bajo la mirada escudriñadora de Victoria.
—Isco, tú no te puedes hacer cargo de él, tienes un calendario muy difícil y...
—¿Cómo que no? Lo llevo haciendo tres años.
—¡Pero con mi ayuda!
—Hombre, eres la madre, no te jode.
La conversación me estaba empezando a calentar demasiado y no quería gritar como para despertar al niño. Por lo menos Vito tranquilizaba algo la situación.
—Piénsatelo, todavía no he dicho que sí...— dijo recogiendo sus cosas.
—No tengo nada que pensar, es un no.
—Deja de ser tan infantil— me señaló con el dedo con cierta rabia.— Sabes que no te puedes hacer cargo de él como un padre normal, así que deja que por lo menos alguien le cuide bien.
—¿Me estás tachando de mal padre? No tienes ni puta idea, tú ya no vives aquí.
—No digo que lo seas, pero tampoco tienes tanto tiempo para él. Joder, ¡sacarle al campo cuando ganas una copa no te convierte en el mejor padre del mundo!
—Ya lo sé, pero hago mucho más que eso. Le llevo al colegio todos los días, le ayudo con los deberes, le doy de comer, me quedo con él hasta que se queda dormido... Y vale, quizás algunas veces se tiene que quedar con mis padres pero eso no me hace mal padre. Hago lo que puedo. Pero lo más importante es que le quiero y no voy a dejar que te lo lleves, punto y final.
Terminé con la vena del cuello hinchada y reuniendo un acopio importante para no gritar. Victoria rodó los ojos con enfado y se enfiló hacia la puerta.
—Yo también le quiero, le he parido, y te digo que esto es lo mejor. Piénsalo.
Cerró la puerta de un portazo y yo me quedé helado como piedra. No, no tenía nada que pensar. Isco se quedaba conmigo.
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Better things to come {Isco Alarcón}
Fanfic||La rutina de la violencia, del poder, del acoso, de las lágrimas ahogadas y del miedo hacia aquella persona que dice quererte. Alicia conocía muy bien todo aquello, la aturdía, la amordazaba y ella se dejaba llevar -quizás por falta de coraje, de...