Capítulo: 24

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/A las cuatro de la mañana de un esperado sábado el cuerpo ya no se encontraba en sus cinco sentidos. El olor a alcohol, sudor y humo empalagaba los olfatos de quienes aún no se habían acostumbrado a la esencia de la discoteca. Había tanta gente que a penas cabían, lo que hizo pensar a Alicia que seguramente se había sobrepasado monumentalmente el máximo del aforo. Aún así ella bailaba, inquieta, sudorosa, sin separarse de sus conocidos pero a lo suyo.
Un hombre joven, seguramente universitario, se acercó a ella con aplomo y una mirada casi peligrosa. Sabía a lo que iba y estaba dispuesto a conseguirlo.

—¿Bailas sola, nena?

—Se podría decir que sí— respondió ella sin darle demasiada importancia. Siguió meneándose al ritmo de la música, con pasos decididos y sin ningún tipo de vergüenza.

—¿Cómo te llamas, cariño?

—Alicia, ¿y tú?

—Edu— con una sonrisa de sorna se aproximó más hacia su cuerpo hasta apoyar las manos en sus caderas. Alicia dejó caer sus brazos algo incómoda.— ¿Qué pasa? ¿Te molesta?

—Es que... yo,...

El chico bailó contra ella, restregando su cuerpo sudoroso con auténtico ímpetu. Alicia se separó definitivamente y fue escrutada por la mirada penetrante del chico quien, por fin, había logrado entender lo que ella quería.

—Esta bien, ¿te invito a una copa?

Sin recibir respuesta la agarró de la muñeca y la dirigió entre la muchedumbre hasta la barra, donde pidió dos mojitos. Hablaron más tranquilamente, aunque siempre gritando por encima del sonido de la estridente música latina. Edu, a pesar de ser un Don Juan, era simpático y bastante gracioso. En una de las carcajadas que se estaba echando Alicia fue agarrada fuertemente por un brazo y tirada hacia atrás. En medio segundo perdió de vista el lugar donde antes se encontraba.

—¿Qué coño haces, desgraciada?

La voz de Andre retumbó en sus oídos y la flaquearon las piernas hasta el punto de pensar que se iba a caer. Sus dedos apretaban la carne de su brazo con tanta fuerza que parecía como si la sangre no le llegara.

—¡Menuda zorra estás hecha!

Tiró de ella con fuerza hasta un lugar más calmado, en el pasillo de los baños. La música ensordecedora se escuchaba de lejos y en ese momento, Alicia temió la soledad de aquel pasillo.

—Solo estábamos hablando...— se intentó disculpar, aunque estaba azorada. No podía ni mirarle a los ojos porque sentía tanto miedo y se sentía tan desprotegida.

—Me importa una puta mierda. Eres mía, eres jodidamente mía, ¿lo entiendes?

El aliento hediondo, olor a alcohol, la impactó en el rostro consiguiendo casi marearla. Le dolía el brazo de tan fuerte que la estaba apretando y le dolía la mirada de tener que aguantársela. Sus ojos ponzoñosos parecían querer atravesarla.

—Sí, lo siento.

—Y ahora diles a tus amiguitos que nos vamos— sentenció, apartando sus dedos de ella y dirigiéndose hacia la salida. Alicia intentó respirar con tranquilidad pero tenía un nudo en la garganta y unas ganas incontrolables de llorar.

Pero le siguió. Obediente, fue tras él. Y se marcharon de aquella aglomerada discoteca./

Noté como alguien me agarraba de una pierna, chillé y abrí los ojos. Me di cuenta de que todo había sido un sueño, que tenía las mejillas llenas de lágrimas y que, una vez más, me sudaba todo el cuerpo. Pero esta vez había algo más, Isco estaba ahí, con una mano en mi muslo, con una mirada de asombro que me dolía en lo más profundo. Ni siquiera supe cómo sentirme.

—Tranquila, solo ha sido una pesadilla— dijo con voz pausada, acariciándome el muslo y limpiándome las lágrimas de la mejilla. Lo que él no sabía es que no era una pesadilla, era un puñetero recuerdo vívido.

—Lo siento... ¿He despertado a...?

—No creo, no te preocupes.

Le miré fijamente a los ojos, esos tan brillantes que en estos momentos tenían una nube de consternación que me partía el alma. No quería que me viera así, ni que me mirara así. Bajé la mirada y me intenté incorporar, pero él puso su mano detrás de mi cabeza y me llevó hacia él, hacia su cuerpo, y yo lo rodeé con mis brazos.
Apoyé mi cabeza en su hombro, notando tensos sus músculos. Seguro que él sentía en su pecho como el corazón me trotaba desbocado. Acarició mi pelo una y otra vez, y me sentí mejor. Me sentí algo más protegida.

—Perdona por esto— dije separándome un poco. Él negó con la cabeza, todavía con sus manos en mis caderas. Por mí como si no las apartaba nunca.

—No hace falta que te disculpes. ¿Qué ha pasado? ¿Con qué soñaste?

—Ya no me acuerdo— mentí ladinamente, aunque supe enseguida que no me creía. Colocó un mechón de flequillo detrás de mi oreja suavemente y yo acaricié su mano. ¿Cómo pedirle que se quedara?

—Entiendo que no me lo quieras contar, pero si es algo que te preocupa tanto deberías decírselo a alguien.

—Lo sé.

—Bien— esbozó una franca sonrisa y apartó su mano de mi cara.— Te diría que me puedo quedar contigo aquí pero no quiero que parezca que me estoy aprovechando de...

—Quédate.

Sin decir una palabra más me eché de nuevo sobre mi espalda y él hizo lo propio unos segundos más tarde. Mantuvimos las distancias, como si hubiera una barrera que dividiera la cama en dos. Pero lejos de molestarme, me agradó. Le agradecí en mis pensamientos que fuera cauto, aunque ambos deseáramos cruzar esa línea imaginaria y pegarnos. Y dormir pegados.

Better things to come {Isco Alarcón}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora