Capítulo: 23

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—¿A qué hora volverás?— me preguntó Lucas desde el sofá, donde se encontraba repantigado y con un bol de palomitas entre su brazo y costado. Me dio un poco de envidia, no lo voy a negar.

—A eso de las diez de la mañana, supongo.

—Vale. Pásalo bien y dile a Isco que una más y le reviento yo a él— reí y negué con la cabeza.

—Hasta mañana...

Salí de casa y me subí en uno de los coches de Lucas, un Volkswagen plateado que no tenía más de un año y medio. Con mis pobres conocimientos de conducción maniobré marcha atrás y me incorporé en la carretera, derechita hacia la casa de Isco. Al parecer mañana por la mañana tenía que irse muy pronto a hacer no sé qué y me había pedido que me quedara con el pequeño Isco para llevarle al colegio. Yo acepté encantada por varios motivos: me venía bien el dinero, le había cogido cariño al niño y me apetecía estar con Isco, aunque la última vez que nos vimos casi me parte la nariz.

(...)

—¡Alicia!— el pequeñajo me recibió con ese tono afable y simpático típico en él, saltando del sofá hacia mis brazos.

—¿Cómo estás, peque?— le revolví el pelo y dejé un beso en su mejilla. No lo podía evitar, me despertaba todas las alarmas maternales. Sentía que haría cualquier cosa para que estuviera bien. Lo daría todo por quedarme embarazada otra vez, pero siguiendo adelante con el embarazo. De solo pensar que se me pudiera pasar el arroz se me ponían los pelos de punta.

—Qué bien que hayas podido venir— dijo Isco enarbolando una sonrisa. Me acerqué a él y le di un beso en la mejilla.

—Cómo negarme— bromeé mirando a Junior.

—¿Comemos ya?— preguntó el pequeño agarrando a su padre de los pantalones. Éste asintió y le acarició el pelo con la mano cuyo brazo tenía totalmente tatuado. No me había fijado demasiado en ese aspecto suyo, pero era irresistiblemente seductor.

—Venga, vamos.

Nos sentamos los tres a la mesa, donde aguardaban platos de arroz a la cubana, agua para Junior y dos copas de vino para nosotros.

—Así que papá casi te rompe la nariz.

—¡Por los pelos no lo hizo!– reí mirándole de reojo.

—Pero es que es muy mala portera— le explicó al pequeño, quien solo nos miraba y se reía.

—¿Yo soy mejor?

—Ya lo creo que sí.

—¿Tan tremendamente mala soy?— hice pucheros y Junior me acarició el brazo con su pequeña mano, inspirándome muchísimo cariño.

—No, hombre. Tienes potencial, solo tienes que aprender a explotarlo— intentó redimirse pero entre esas risas era poco convencible.

Terminamos de cenar un rato después, Junior se fue a ver sus dibujos y nosotros dos nos quedamos recogiendo la cocina. Hablábamos de banalidades, entre risas y miradas furtivas. Me gustaba estar con él.
En un momento dado fui a lavar una cuchara y al ponerla debajo del grifo saltó el agua por todos lados, mojándome a mí entera y a él en todo el brazo y parte de la cara. 

—Ay perdón— me disculpé entre risas. Isco me miró atónito. ¡Ni que hubiera matado a alguien!

—Esta es la razón por la que prefiero lavavajillas— acabó riendo y apartándome del grifo, arrinconándome contra la esquina de la encimera. Me apoyé en ella cruzada de brazos y observé cómo él seguía lavando. Segundos más tarde me miró y se acercó todavía más a mí.— Estás empapada.

—No me digas— reí con cierto nerviosismo y le intenté limpiar con mi mano el agua de su brazo, el tatuado. Cuanto más lo miraba más me gustaba.

—Papá, ¿vamos a la cama?— apareció la figura del pequeño en la habitación, con ojos cansados aunque con un atisbo de diversión al vernos así.

Isco cogió un paño de cocina y me lo pasó por la cara, haciendo que los tres soltáramos unas carcajadas.

—Vamos, que esto no pasa todos los días— me dijo, refiriéndose a que siempre era él quien se lo tenía que llevar a la cama a rastras.

Fuimos a la habitación de Junior, le pusimos el pijama y le metimos en la cama. Nos pidió que nos quedáramos un rato con él, pero al ver que ya habían pasado veinte minutos y no se dormía Isco me dijo que me fuera a cambiar.

—Te vas a quedar fría, coge algo de mi armario. Ahora voy yo.

Le di un último beso al pequeño y me dirigí a la habitación de Isco. Rebusqué en su armario algo que ponerme –situación que me recordó muchísimo a la de una noche pasada– y terminé eligiendo una camiseta blanca larga y unos pantalones de deporte. Éstos últimos me quedaban tan grandes que se me caían así que tuve que prescindir de ellos.

—Ya se ha dormido— dijo en un tono de voz bajo entrando en la habitación y haciéndome dar un respingo. Me acabé de quitar los pantalones y los volví a guardar.

—Me quedaban muy grandes.

—No te preocupes— hizo una pausa en la que aprovechó para sentarse en el filo de su cama y me miró intensamente desde allí.— Te queda bien.

Sonreí sonrojada, seguramente con las mejillas ardiendo. Me ponía muy nerviosa su forma de mirarme, como si buscara algo en mí, como queriendo hacer y decir algo pero nunca atreviéndose.

—Bueno, me voy a la otra habitación. Duerme bien, que mañana madrugas.

—Tú también. ¿No me das un beso de buenas noches?— preguntó elevando una de las comisuras de sus labios. Joder, que putada de sonrisa.

—Tú ya eres mayorcito— reí ligeramente y me fui de ahí, aunque con unas ganas terribles de quedarme y darle lo que pedía.

Me tumbé en mi correspondiente cama, fría y sola. Tenía el corazón en un puño y una expresión afable en el rostro, sabiendo que él estaba ahí, a unos metros de distancia. Dormí tranquila, aunque como siempre los recuerdos me azotaban en los peores momentos.

Better things to come {Isco Alarcón}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora