026.- Memorias

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Darion

-Darion Demetriou -contesté.

-Hans Dalaras, tenemos un problema con respecto a la reliquia -habló desde el otro lado de la línea.

-Sí, estaré ahí enseguida -colgué.

Miré a Zephyr, que me estaba observando con curiosidad. No tenía ganas de dejarla sola, pero esto era importante.

-Tengo que irme, cualquier cosa me llamas -dije con seriedad, y después la besé rápidamente. Me levanté y desaparecí hasta la entrada de la propiedad de los Dalaras. No podía aparecer más cerca de su casa porque estaba bloqueada por un conjuro que ellos mismos lanzaron.

Su territorio estaba tan apartado del centro de la ciudad como el mío, y era normal para una familia sobrenatural del nivel de la suya. Era una forma de mantenernos alejados de los ojos humanos y de otros aún menos deseados.

Pasé en medio de los arboles hasta llegar al portón del muro de su mansión. Antes de que tocara el timbre, me abrieron y entré pasando por un camino rodeado de jardín. Enfrente de este camino estaba la gran casa de arquitectura británica.

Sentí toda la presión de la magia que había en ese lugar, y era de esperarse de los Dalaras. Seguí caminando y capté la presencia de dos hombres humanos, detrás de mí. No me giré porque por su olor, sabía que eran los mismos guardaespaldas que se presentaron la otra vez.

Llegué a la entrada principal de la casa y me abrió la puerta una mujer adulta de entre treinta y cuarenta años, de cabello corto y ondulado con tonos castaños, ojos grandes y marrones, tez clara y un cuerpo delgado.

-Pase señor Demetriou -invitó la mujer. Pasé, miré a mi alrededor y divisé la silueta de Hans.

-No tenemos tiempo para formalidades, siéntese Darion -soltó Hans, invitándome a sentar en un sofá marrón de cuero-. Mi esposa, Agnes, traerá el artefacto -informó, refiriéndose a la mujer que me había abierto la puerta.

Ésta desapareció por un pasillo, y yo me senté en el dichoso sofá. Hans, en cambio, se sentó en un sillón del mismo material y color.

-¿Cuál es el problema? -pregunté algo impaciente, pero manteniendo mi compostura.

-Los recuerdos se desvanecen poco a poco, lo he examinado y ya se fueron un treinta por ciento de las memorias -reveló con una pizca de tristeza en su voz, que supo disimular.

No sabía cómo reaccionar, si estar enfadado o profundamente dolido. Solo podía echarle la culpa a alguien, y ese era yo. Sentía algo tan doloroso como cuchillas ardientes perforar mi corazón, como si mi mundo cayera totalmente en un dolor intenso. ¿Se habían perdido sus recuerdos junto a mí? Contuve las frías y metálicas lágrimas de sangre que amenazaban con salirse de mis ojos.

-Sabíamos que pasaría, más pronto que tarde, ella se sentiría atraída por ti, y la maldición no podría ser ignorada -habló Hans con su seriedad casi impenetrable. Me quedé mudo. Él tenía razón, y me estaba matando.

-Tampoco te recomiendo alejarte de ella, he estado investigando sobre algunos sucesos que están pasando en la ciudad -hizo una breve pausa-. Al parecer hay un grupo de sobrenaturales que se hacen llamar "onkuru", que se dedican al asesinato y tortura a sueldo tanto de humanos como de otros seres -contó.

Agnes volvió con una pequeña maleta plateada, que posó encima de la mesa de centro que estaba enfrente nuestro. Era el talismán.

-Deja que yo lo haga, Ness -dijo Hans a su esposa. Agnes asintió y le dio una pequeña navaja a Hans. Él pronunció unas palabras que identifiqué como élfico, para después hacerse un corte en la mano y dejar la sangre caer encima de la maleta. La maleta se abrió, y en ese momento entendí cuál era la situación. La maleta solo se podía abrir con la sangre de un Dalaras, y ese conjuro era algo difícil según tenía entendido.

Hans cogió el talismán que descansaba en el interior de la maleta, y lo examinó con una expresión indescifrable.

-¿Has notado si te ha aumentado el poder, últimamente? -interrogó mirando aún el artefacto.

-Últimamente, no, a causa de que le di mi sangre. Pero antes lo notaba cada vez que se activaba la maldición y perdía el control -respondí con voz apagada. Todavía estaba devastado por la noticia que me dio antes, mi humor había cambiado para peor por completo.

-Tiene sentido, el sacrificio no se hizo como es debido y la maldición actuó por su cuenta, sus recuerdos perdidos equivalen a más poder en tu estado sobrenatural -comentó para sí-. No podemos esperar más, en todo un año no se hizo nada al respecto, tendrás que darle tu sangre cada quince días, para ralentizar la maldición hasta que encontremos la forma de acabar con ella -dijo volviendo a guardar el artefacto en su maleta.

-¿Y los efectos secundarios? -pregunté levantándome del sofá.

-Prepararé un antídoto para contrarrestarlo -respondió levantándose también y entregándole el maletín ya cerrado a su esposa.

***

Me fui de la casa de los Dalaras con el corazón destrozado. Yo no quería más poder, me importaba muchísimo más mi amada prometida. Si ella no podía recordar todo lo que realmente pasó, yo habría fracasado en mi promesa.

Volví a atravesar la arboleda que rodeaba la casa de los Dalaras hasta llegar a un cartel donde ponía propiedad privada con el escudo de la familia Dalaras. Me preparé para irme, pero escuché algo y me detuve.

Alguien me estaba observando de lejos, pude escuchar los constantes latidos de su corazón. No era un brujo, porque si lo fuera, encubriría cualquier señuelo de su presencia. Intensifiqué mi sentido del olfato, y percibí el olor de un licántropo. Me resultaba familiar ese olor, pero no lograba recordar a quién pertenecía.

-Manifiéstate -hablé alto y claro, preparándome para la confrontación.

-El sigilo no es lo mío, ¿verdad padre? -escuché una voz detrás de mí, que reconocí al instante.

-Ryan -sonreí y me giré en dirección al que yo había criado como mi hijo. Antes de que pudiera decirme algo lo abracé con todas mis fuerzas.

No había cambiado mucho desde la última vez que lo vi. Solo había crecido unos pocos centímetros, su pelo marrón que antes le llegaba a las orejas, lo había cortado en un estilo más moderno, que dejaba ver mejor su cara aniñada de tez beige. Y sus ojos cafés eran los mismos, ni muy grandes ni muy pequeños, acompañados de largas pestañas.

Me separé de Ryan, noté sus ojos llorosos y mejillas mojadas.

-Lo siento padre, no debería llorar, tú me enseñaste a ser fuerte -se secó las lágrimas con los puños. Posé mis manos en sus hombros.

-No lo sientas, tú eres fuerte -dije mirándole con firmeza.

-No lo soy padre, han pasado cinco años desde que me fui con la manada, y en ningún momento sentí que fueran mi verdadera familia, solo quería acabar la edad del lobezno y volver con usted, padre -contó con la mirada baja.

-Entonces volvamos a casa -.

***

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