Lia

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El alumnado iba y venía, unos a sus aulas, otros al bar, y otros solo platicaban de trivialidades en el patio.

Desde lo alto observaba el maravilloso panorama de ese jardín tan hermoso al costado de las gradas, las flores de ese pedazo de tierra me encantaban, era una bonita tarde, no había sol, ni había lluvia.

Sentía tanta paz, era como si nada importara, al salir de mi casa besé a mi hija, abrazé a mis padres y a mis hermanos.

Estaba muy tranquila, todo el camino al colegio pensé en mi, en la Lía que fuí, y en la que estaba a punto de convertirme. En mi interior albergaba la posibilidad de que Levent se haya equivocado y su pronóstico de cáncer fuera falso. ¡Maldita sea! No podia creerlo, siempre creí que esas cosas le pasaban solo a la gente mala y aquí estoy yo sin saber que pasará conmigo.

Emir se había convertido en un pilar fundamental en mi vida y en la de mi hija, el tiempo pasó y no fue en vano sirvió para demostrarme lo bueno que era el cariño de Emir para mi vida.

Emir siempre supo lo que pensaba acerca de tener pareja, siempre respetó eso, era mi amigo en todo el sentido de la palabra. Siempre creí que nadie se fijaría en mi por ser madre soltera, pero ahí estaba el cambiandome la vida.

Pero asi es la vida, uno no elije a quien va a querer, aveces somos la herida y otras veces nos toca ser la navaja.

Me había metido tanto en mis pensamientos que olvidé que tenia que bajar e ir al salón, pero una voz agresiva me sacó de mi estupor.

-Quitate enferma- Espetó Hande, tirandome hacía un lado. -O prefieres que te saqué yo- Dijo mientras me agarraba una muñeca con su mano derecha.

¡Por Dios! Ese momento, ese miserable momento en el que casi le quiebro las muñecas a mi compañera.

-¿Que pasa florecita de amor? Te sientes vulnerable ahora ¿vas a gritar? ¿que harás preciosa? ¡Ups! No veo a tu corte de defensa preciosa. Sigió diciendo Hande mientras que con la mano izquierda le hacia señas a Ana para que se acerque.

-Vamos a llevarla a un lugar donde podamos hablar tranquilas, ¿no te molesta verdad enfermita?- Escupió Hande mientras se reía.

-Ya veremos que haces ahora que estas sola maldita, ni Camila ni Alison vendrán esta vez- dijo Ana, mirandome con desprecio, un brillo oscuro nacía en sus ojos.

Hace días había notado como ella me miraba peor de lo que lo hacía la propia Hande.

Esta última me agarro del brazo y con fuerza tiró de mi hasta hacerme bajar las gradas, sentí como el corazón se me quería salir del pecho, estaba llena de pánico. Maldecí una y otra vez el no haberle hecho caso a Emir cuando me dijo que no entré al colegio hasta que el llegue, y ahora seguramente estaba en la puerta esperandome y no vendría ayudarme.

Sentí miedo, un miedo infernal, no era para menos, esas dos fieras me dirigían hacia los baños masculinos por la parte trasera del colegio, por lo que ni uno de mis amigos pudo vernos al pasar.

En el trayecto aposte todo por todo y dejé caer el lazo con el que me sostenía el cabello, Emir me lo había obsequiado una vez como premio al acabarme mis medicinas.

-Sientate Lia, solo queremos conversar, no vamos a lastimarte- Soltó Ana mientras Hande se aseguraba de que no viniera nadie.

-Lo se Ana, por eso no grite ni me escandalizé en todo el camino- respondí tratando de parecer tranquila y sonriendo para poder controlar la incomoda situación.

Pero la verdad es que me sentia débil, en cualquier momento mis piernas me podían traicionar y doblarse hasta caer desmayada por enésima vez.

-Apresurate Ana, enseñale quien manda y vamonos de aquí- bramó Hande, estaba asustandose, situación de la que me aproveché.

-Pensé que que eras tu la que quería hablar conmigo

Tenía que jugarmelas todas por todas, algo en mi me decía que uno de mis amigos hallaría mi lazo y correria a buscarme.

-Dejame ver tu cicatríz- exclamó un Hande, en un gesto que anunciaba ser sincero

-Lo siento, esta bajo mi uniforme, es complicado- me disculpé, tratando de calmar el momento.

-¿Ah si? Pero no te resulta complicado cuando te sacas el uniforme para acostarte con el doctor o con Emir- preguntó Ana, la voz y las manos le temblaban.

Fue ahí cuando entendí que el problema de estas dos mujeres era uno solo: Emir Vasquéz.

Eterna.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora