Capítulo Uno

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Una sensación horrible y desagradable me envuelve por completo. Entonces, me despierto. Sin embargo, me cuesta mucho abrir los ojos, como si me hubieran pegaso los párpados, y mi cuerpo está totalmente inmóvil. No siento nada, solo el corazón, que late a mucha velocidad, y el pecho subir y bajar por mi acelerada respiración.

Intento moverme y me balanceo vagamente. Me empiezo a agobiar. Parece que mi cuerpo está sujeto a la camilla por unas correas que no me dejan incorporarme. Un calor sofocante y desagradable me sube por el cuerpo y trato de hacer fuerza para liberarme de lo que me mantiene sujeta. Finalmente, abro los ojos. Y lo primero que veo es un techo con paneles de luz blanca que me ciegan por unos instantes. La ventana de la sala está abierta y deja pasar el frío de la noche.

A mis oídos llegan pitidos que me hacen daño al oído. Estos coinciden con mi acelerado pulso. Muevo la cabeza de un laso a otro y me encuentro con una barra de color plateado que sostiene dos bolsas de plástico: una tiene un líquido transparente y otra uno rojo carmesí: sangre. sigo los conductos de plástico con la mirada hasta detenerme en mis antebrazos. Me cuesta mucho alzar la cabeza para ver bien mi cuerpo. Logro ver una vía con el líquido rojo atravesar mi antebrazo izquierdo. Cuando lo intento mover, un dolor punzante me recorre el brazo. Siento que tengo algo metido por dentro de la piel. No me molesto en mover el otro porque sé que está igual.

Estoy en el hospital, tumbada en una camilla. Y con una vía en cada brazo.

¿Qué está pasando? ¿Por qué estoy aquí? ¿Qué me ha ocurrido?

Observo detenidamente mis antebrazos, descubiertos. Se pueden apreciar las heridas recientes y las cicatrices que tengo dibujadas en la piel.

¿Acaso intenté suicidarme?

Empiezo a sentir mi cuerpo y un dolor muy fuerte hace que me encoja. Me vuelvo a quedar inmóvil. De mi boca sale un gemido entrecortado y ronco. Mi boca está seca, así como mi garganta.

Escucho la puerta de la habitación abrirse y cerrarse. Intento incorporarme otra vez, pero el dolor que he comenzado a sentir se hace más fuerte y me lo impide. En mi campo visual, limitado al frente y a ambos lados, aparece una mujer vestida con un mono de color turquesa. Tiene una mascarilla blanca cubriendo su boca y su nariz y su cabello, rubio, está recogido en un moño bajo. Sus ojos azules me miran.

—¿Cómo te encuentras, cariño?— me pregunta.

Intento responder, pero lo único que sale de mi boca es otro gemido grave y entrecortado. No puedo hablar.

—No te fuerces mucho. Has estado mucho tiempo en coma, es normal que te cueste hablar al principio— me dice, para que deje de forzar y mis cuerdas vocales.

¿¡Mucho tiempo en coma!? ¿¡Qué es lo que me pasó!?

Los pitidos de la máquina que está a mi lado y que me daña el oído se alteran y se vuelven más rápidos.

—Tranquila, tranquila— me intenta tranquilizar la mujer, moviendo sus manos de arriba a abajo delante de mí, despacio —. Tus heridas aún no han cicatrizado del todo y estás muy herida, así que tienes que estar calmada para que la curación vaya bien y no tengas ningún problema.

Pero es que no entiendo nada. ¿Heridas por cicatrizar? ¿Por qué no logro recordar nada desde que me he despertado? Estoy asustada, dolorida, desconcertada.

—Tus padres están fuera, esperando para verte— me informa la mujer, explotando mi burbuja de pensamientos obsesivos.

¡Mi familia! ¡No me había acordado de ellos! ¡Mamá, papá! ¡Ellos me dirán qué fue lo que pasó!

La mujer se baja la máscara y así puedo ver su nariz respingona y sus perfilados labios, que son de un color rosado. Desaparece por la puerta y, al cabo de unos segundos, mis padres aparecen en la habitación, con lágrimas en los ojos y una enorme sonrisa de alivio y felicidad en la cara. Mamá se acerca a mí y acaricia mi cabello con delicadeza.

—Me alegro mucho de que estés bien, mi vida— me dice mamá. Papá se mantiene firme, aguantando las ganas de llorar. Yo estiro las comisuras de mis labios en algo parecido a una sonrisa.

Busco con la mirada a mi hermano pequeño, al que no veo por ningún lado.

—Josh se ha quedado en casa, no queríamos que te viese así— me dice papá, cuando se da cuenta de que lo estoy buscando.

Mamá observa mis antebrazos y las cicatrices que tengo de cortes y golpes, unos más recientes que otros. Su rostro hace una mueca de preocupación.

—Tendremos que hablar de esto en algún momento, Evolet— me susurra mamá. No pensé que se enteraría de esta forma.

Solo asiento y me relajo en la camilla, soltando un profundo suspiro. Sin embargo, el dolor se hace más fuerte y hace que me revuelva un poco. La señora que viste de turquesa vuelve a aparecer en la habitación y les llama la atención a mis padres:

—Señores, Evolet ha sido operada muy recientemente y necesita descansar. Sus heridas tienen que curarse, así que será mejor que se marchen y vuelvan la semana que viene— dice, con la voz tranquila y pausada —. Para entonces, seguro que se encuentra mejor y puede hablar.

Papá asiente, comprendiendo la situación, pero mamá sostiene mi mano con fuerza, como si no quisiera marcharse y dejarme aquí sola. Pero lo hace. Sale por la puerta con papá. La mujer rubia me mira con una sonrisa amable y se acerca a mí con una jeringuilla que hace que me asuste. Ella ríe y le quita el tapón que envuelve la aguja.

—No te preocupes— me dice —Es un calmante, te ayudará a descansar y a aliviarte el dolor.

Introduce la aguja en el conducto e goteo que tiene la bolsa del líquido transparente y en cuestión de segundos, siento que los párpados me pesan y que tengo mucho sueño. El dolor que siento por todo el cuerpo se hace cada vez más suave hasta que, finalmente, desaparece y mis ojos se cierran.

Blood And Tears |Liu Woods|© Book 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora