Capítulo Cuarenta y Ocho

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Liu se despidió de mí una hora después, aunque le pedí que se quedara más tiempo, aunque quise que se quedara toda la noche conmigo, ambos sabíamos que eso no podía ser. 

Así que nos vestimos y me acompañó en sigilo hasta mi habitación, donde se fue por la ventana. 

No dormí demasiado. En cuanto Liu se fue, fue como si se llevara toda la calma y la tranquilidad con él, y el miedo y la ansiedad volvieron a atacarme ahora que él no estaba para ahuyentarlas. 

Mi madre vino a despertarme sobre las ocho, cuando ya se había hecho completamente de día. Lo hizo con delicadeza, pero ya sabía que yo estaba despierta, sabía que el juicio de Jeff no me estaba dejando dormir. 

Me levanto de la cama y siento que tengo la tripa revuelta. Por unos segundos, me planteo quedarme en casa. Mamá no me diría nada y papá tampoco, no les gusta que asista a los juicios, que le vea la cara a Jeff. Podría quedarme aquí, con Josh, jugando con él, fingiendo que no tengo que ir más al juzgado, que no tengo que declarar, que la pesadilla ha terminado. 

Pero no lo hago, ni siquiera sé por qué. 

El vestido es azul está vez, del color del cielo nocturno. Es ajustado por el pecho y la falda es suelta, con mangas farol. Siento que no soy yo cuando me pongo esa ropa, a pesar de que siempre ha estado en mi armario. Sé que me visto así para que nadie me haga preguntas, para que todos me miren con lástima porque soy una víctima, cuando lo único que quiero es pasar página y olvidarlo todo.

Sé que nunca lo olvidaré.

Josh se despidió de mí con un abrazo y el trayecto en coche fue rápido, demasiado rápido.

Mis dedos habían sufrido las consecuencias del estrés. Tengo heridas en la piel de arrancármela, mis cutículas están en carne viva y mis manos apenas paran quietas por los temblores.

—Tranquila, cielo.— me dice mamá, tomando mi mano antes de que salgamos del coche, mientras papá aparca —Todo irá bien, estamos contigo.

Asiento. Pero yo siento que no.

Mi madre me sigue tomando la mano mientras subimos las escaleras, evitando a los reporteros que siguen acosando a las víctimas en la entrada.

Los de seguridad volvieron a ayudarnos a entrar a los juzgados, pero algunas cámaras me cegaron con su flash. Al día siguiente habría un periódico con una foto mía, o algún artículo de internet. Y también saldría la cara de otras tantas víctimas.

Nos indican que pasemos a la sala y nos sentamos en los bancos. Entraron algunas personas más, personas que habían perdido a sus seres queridos y supervivientes. Y luego entra Jeff, con sus cadenas, con su bozal, siendo arrastrado por los cuatro guardias mastodónticos hacia la mesa donde está sentado su abogado.

—Se abre la sesión.— indica la jueza, golpeando su mazo.

—Señoría— el fiscal interviene, levantándose de su asiento —, estoy seguro de que el jurado ya tiene un veredicto, pero antes de que lo escuchemos, me gustaría seguir con los testimonios, hay personas que todavía quieren contar su historia.

El abogado defensor ni siquiera ha podido leer sus apuntes y ya está sudando. Está claro que ha perdido el caso y, aunque cobraría de todas formas, teme estar en la lista negra de Jeff.

Yo observo cómo el fiscal va llamando a los familiares de las víctimas uno detrás de otro. Algún que otro superviviente contó su experiencia, y aunque él abogado intentó poner en duda sus historias con preguntas, no sirvió de nada.

Me muerdo el labio inferior con tanta fuerza que el sabor metálico de la sangre se mezcla con el del pintalabios que llevo puesto.

—Quisiera llamar ahora a Evolet Reynolds.

Cuando escucho mi nombre, el alma se me cae a los pies y siento que el aliento se me corta en la garganta. Dejo de respirar cuando todo el mundo se gira a verme, incluido Jeff. La sangre se me hiela y me quedo paralizada, sintiendo que el pánico comienza a envolverme como un veneno y que las náuseas crecen en mi garganta.

Mamá me da un apretón en el brazo.

—Vamos, cariño.— me susurra ella, con delicadeza.

No. No quiero subir ahí, no quiero mirarlos a todos y contar un relato que, en parte, es mentira. Jeff se merece pasar por un infierno, se merece que lo condenen por todo lo que ha hecho, pero yo no soy una verdadera víctima suya, sino mi hermano.

Me obligo a mí misma a levantarme, puesto que todo el mundo está esperando una reacción por mi parte. Siento que todos me siguen observando mientras yo camino, temblorosa, hacia el asiento del estrado, que parece alejarse cada vez más a cada paso que yo doy en su dirección.

Casi me tropiezo cuando me subo a la silla, mis Mary Jane rozando mi tendón de Aquiles.

—Señorita Reynolds— la voz del fiscal me hace salir de mi burbuja de pánico y logro centrarme en lo que está sucediendo en este momento —. Su caso es bastante aterrador, ¿no es cierto?

Logro asentir lentamente. Jeff me está clavando puñales con sus ojos inyectados en sangre. Estoy segura de que ni siquiera me habría permitido llegar al estrado con vida si esas cadenas y esos guardias no le estuvieran impidiendo moverse.

—Fue secuestrada por Jeffrey Woods y, cuando no consiguió matarla porque logró escapar, fue a por su hermano pequeño, a quien secuestró para hacerla volver y torturarla, ¿me equivoco?

Sí, en parte, sí.

Trago duro, como si una nuez se me hubiera quedado atascada y no pudiera respirar, como si una soga estuviera tirando de mi cuello, preparada para ahorcarme.

Miro a mamá, a papá, a los rostros llenos de lágrimas de los familiares que han perdido a sus hijos, a sus mujeres o a sus maridos, primos, sobrinos, hermanos... y a los supervivientes que han perdido una parte de sí mismos después de lo que les sucedió.

—¿Por qué cree que Jeff se encaprichó tanto con usted?— vuelve a preguntar el fiscal. Está siendo paciente. A sus ojos, soy otra víctima más del despiadado asesino serial que se está sentando a seis metros delante de mí.

Jadeo. Me cuesta respirar. La cabeza me da vueltas y tengo que apoyar ambas manos en el atril para no desmayarse.

Las palabras de Jane hacen eco en mi cabeza, y las de mi propia conciencia. Escucho a la gente murmurar.

Pobre chica.

Ha tenido que pasarlo muy mal.

Y encima secuestró a su hermano.

Sentí que la cabeza me iba a estallar.

Blood And Tears |Liu Woods|© Book 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora