Capítulo Doce

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Mis ojos se abren lentamente.

—¡Oh, Dios mío, Evolet!— mamá me mira con los ojos llenos de lágrimas, pálida y con las manos cubriendo su boca. Papá la está abrazando por detrás a la vez que le estrechaba la mano a Josh con fuerza, que no dejaba de sollozar abrazado a su brazo.

—¿Eh...?— me incorporo lentamente y me doy cuenta de que ya no estoy en el bosque. Mi cabello está mojado, estoy metida en la cama de mi habitación, vestida con una camiseta blanca de manga corta que me queda dos tallas más grandes de mi época de cuando me dio por usar ropa que me quedaba grande. Tengo las piernas  —¿Qué ha pasado...?

—Unas personas te encontraron en la entrada del cementerio, desmayada y llena de cortadas, sangrando por la nariz— me explica mamá —. Llamaron a la policía y esta te trajo a casa.

Me quedó en silencio, con la cabeza agachada y los ojos mirando fijamente los arañazos de mis tobillos y muslos, a los que ya les ha empezado a crecer una costra de sangre seca. Tengo las rodillas llenas de moretones, así como los brazos.

¿Qué hacía yo desmayada en la puerta del cementerio, si recuerdo perfectamente haberme escapado de las garras de un psicópata deformado por el hueco de la verja del final del recinto, y correr con todas mis fuerzas hasta adentrarme en el bosque? Tengo la memoria borrosa. Recuerdo su comenzó a llover, y yo pensé que estaba a punto de morir.

—Lo siento mucho...— susurro, sin alzar la cara.

—Evolet— mamá pronuncia mi nombre de manera severa y seria —. Sé que no estás llevando nada bien la muerte de tus amigas y que estar tan cerca de la muerte te ha abierto una herida que será imposible de cerrar, pero no puedes meterte en este tipo de problemas constantemente y sin razón alguna, porque estás poniendo en peligro tu vida— alzo la mirada para ver a mi madre con los ojos hinchados y soltando muchas lágrimas —. No quiero pensar que he perdido a mi hija como cuando lo pensé el día que nos anunciaron que tú fuiste una de las víctimas de aquel asesinato...

Trago saliva y permanezco en silencio, escuchando los sollozos de mi madre, que no se puede contener frente a mí.

—Lo siento...— vuelvo a susurrar. Papá posa una de sus manos en mi hombro y no dice nada. Ayuda a mamá a incorporarse y, junto a Josh, abandonan la habitación.

Me siento entumecida, extrañada. Confusa.

Alzo la mirada y me giro para ver que la ventana de mi habitación está abierta, dejándome ver que ya había dejado de llover, era de noche y la brisa calurosa del verano es lo único que entra a la habitación.

Con las piernas temblorosas y débiles, me levanto apoyándome en la pared. Cierro la ventana y le pongo el seguro, haciendo uso de las pocas fuerzas su tengo, y sintiendo cómo mis brazos tiemblan como si careciesen de hueso.

Cuando me dejo caer en la cama, la puerta se abre y veo a Josh con cara tristona, pero sosteniendo con su manita un pequeño plato de color azul y blanco en el que hay dos trozos de pizza. Se acerca a mí y me lo entrega con torpeza.

—Mamá me ha dicho su te traiga esto para que puedas ponerte buena más rápido— musita, agarrando con sus manos la camiseta holgada de su pijama, cuando yo cojo el plato y lo pongo en mi regazo. Le doy una rápida mirada antes de comerme la pizza de jamón y queso. Me rompe el corazón verle así. Él también debe estar preocupado, y no solo por mí, sino lo mamá y papá también. El verano tristes a nosotros debe de haberle puesto triste a él también.

Siento una punzada en el estómago.

—Oye— mi hermanito alza la mirada y me observa extrañado —, ¿y si nos vamos a tu habitación y vemos una peli en tu televisor? Compartiermos los trozos de pizza.

El brillo de sus ojos y la enorme sonrisa de su boca me da la dosis de felicidad que necesito en este momento. Repentinamente, Josh retira las sábanas que me tapan los pies y tira de mi brazo para que me levante y vaya con él a su habitación. Cuando finalmente me levanto, él se adelanta y abre la puerta de mi cuarto para correr al suyo, riendo.

   
   
El reloj digital de color verde de mi hermano con forma de cabeza de dinosaurio me indica que son casi las dos de la madrugada. Josh se ha quedado profundamente dormido, a medias de la película que estábamos viendo.

Cuando los párpados me comienzan a pesar, sé que es la señal para irme ala cama, así que apago la televisión, me levanto de la cama de mi hermano y le acomodo la almohada para que no tenga dolor en el cuello mañana. Después, salgo de la habitación cerrando la puerta y cruzo el pasillo para volver a mi cuarto e intentar dormirme.

Entro de puntillas, descalza y, con cuidado de no despertar a nadie, voy cerrando la puerta de mi cuarto lentamente, hasta que un ruido en la planta baja de casa hace que me pare en seco y el cuello entrero se me ponga tenso y rígido.

Reconozco ese sonido como el de unos cristales romperse.

El corazón me da un vuelco cuando comienzo a pensar en que alguien ha entrado en casa rompiendo el ventanal del salón o alguna de la cocina.

Un sudor frío me baja por las sienes y la espalda. Se me forma un nudo en la garganta y comienzo a sentir que me cuesta respirar.

No lo pienso dos veces y me doy rápidamente la vuelta, cojo mi móvil, su tiene la pantalla llena de grietas y cortes. Después de todo lo que había pasado, pensé que lo había perdido.

Marco rápidamente el número de emergencias y espero a que alguien descuelgue la llamada:

—911, ¿cuál es su emergencia?

—Creo que alguien ha entrado en mi casa...— susurro, con la cabeza agachada y con el móvil pegado a mi rostro para que nadie me escuche. Pero, en ese momento, escucho mi puerta abrirse por las bisagras de la puerta, que chirrían como si estuviese en una película de terror.

—¿Cuál es tu dirección?— es lo último que logro escuchar.

Blood And Tears |Liu Woods|© Book 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora