Capítulo Cuarenta y Dos

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Mamá me pasa el peine una vez más por el pelo para asegurarse de que mi coleta quedaba perfecta, sin ningún cabello fuera de su lugar; todo completamente ordenado y relamido.

Mamá había insistido una y otra vez en que no necesitaba verme inocente en el juicio, porque lo era. Sin embargo, esta mañana me ha pedido que me ponga el vestido blanco que me había comprado una vez para asistir a la comunión de uno de los hijos de una amiga suya, que consiste en un simple vestido monocromático sin transparencias ni volantes, cuello recto, mangas cortas y de falda suelta, un poco por encima de las rodillas. Me había dejado unos zapatos con poca plataforma, unos pendientes de perla sutiles y me había maquillado los ojos muy ligeramente, solo para hacerlos más grandes.

-¿Estás bien, cariño?- me pregunta. Claro que no estoy bien, y ella lo sabe -Nosotros vamos a estar contigo en todo momento- insiste, mientras me aplica rubor en las mejillas con una brocha muy ancha. Las cerdas son muy suaves, pero no consigo relajarme ante el tacto.

Lo que veo frente al espejo es a una chica que tiene, de repente, cinco años menos, con una mirada triste, grande y unas mejillas sonrojadas. No es para nada mi verdadero yo, no es para nada cómo me siento. Estoy temblando, aterrorizada, tengo una mirada tensa y los dedos de mis manos están agarrotados sobre el tocador de la habitación de mi madre.

-Estás muy guapa.

Estoy mintiendo a todo el mundo, voy a mentir a todo el mundo, y lo peor de todo es que me van creer.

Quiero salvar a Liu, pero no quiero perderme en ese intento. No quiero perder mi cordura, mi ser; lo que yo soy, porque sé que no volveré a ser la misma, sé que la culpa me acabará devorando por dentro hasta que no quede nada de mí. Quizá no sea capaz de vivir con esa culpa, por mucho que Jeff se lo merezca.

Bajo las escaleras junto a mamá, papá nos está esperando en la entrada, vestido con un traje negro, una camisa blanca y una corbata de color azul claro. Mamá lleva un vestido azul oscuro con un cinturón negro y unos zapatos con poco tacón.

Miro hacia la izquierda para ver a Josh en el salón, sentado sobre la alfombra, que tiene coches de juguete desparramados por encima, aunque no ha tocado ninguno. La chica que está sentada en el sofá viendo la televisión nos mira a todos, sobretodo a mí.

-Mucha suerte hoy- me dice.

-Gracias.

Josh no podía venir con nosotros porque es demasiado pequeño, me explicó mamá, además de que no quiere hacerle pasar por otra experiencia traumática teniendo que volver a verle la cara a Jeff. Tampoco quería verlo yo, pero no tenía alternativa; tal vez tendría que declarar.

Habría preferido salir corriendo, esconderme en el bosque y no volver jamás. Habría dado cualquier cosa por evitar este juicio, esta sentencia que depende de mí.

Papá condujo en silencio por la autopista hasta que llegamos al edificio de los juzgados, aparcando justo al lado de las escaleras. Puntuales como un reloj, una enorme horda de reporteros nos espera para bombardearnos con preguntas. Sin embargo, había unos cuantos oficiales de policía que nos ayudan a salir del coche y nos escoltan hasta la entrada del edificio, empujando y apartando a los periodistas como si fueran las ramas de numerosos árboles. Yo permanezco entre mis dos padres, ignorando cualquier grito o micrófono que se me pone por delante.

En cuanto atravesamos las puertas de cristal, un silencio sepulcral me ataca los nervios y siento la necesidad de darme la vuelta y salir corriendo. Huir, huir muy lejos de aquí.

Me aferro a la mano de mi padre como si fuese una niña pequeña que tiene miedo de caerse si le suelta.

Un guardia de seguridad alto, calvo y musculoso, se acerca a nosotros y nos acompaña a la sala de juicio en la que este se iba a celebrar, y en cuanto nos sentamos a esperar a que la jueza llegara, yo siento que me voy a desmayar en esta silla tan incómoda de madera barnizada.

-Todos en pie- nos ordena el mismo guardia de seguridad que nos había acompañado -, preside la honorable jueza Sofía Henderson.

Todos nos ponemos en pie, yo con las rodillas chocando entre sí y apoyada en la mesa para no perder el equilibrio. En cuanto la jueza se sienta, todos la imitamos.

-Se abre la sesión- anuncia ella -, el pueblo contra Jeffrey Woods- en cuanto su martillo da un golpe, unas puertas se abren y, no dos, sino cuatro guardias, todos extremadamente fuertes y altos, arrastran a Jeff al interior de la sala. Está encadenado con unas esposas de metal que cubren por completo sus manos hasta las muñecas, los grilletes que inmovilizan sus tobillos están reforzados y las cadenas le rodean sobre el mono naranja de la cárcel que lleva puesto. Su rostro está cubierto por un bozal que no permite que se le vea la sonrisa cortada, pero sus ojos inyectados en sangre nos observan a todos.

-¡Hijo de puta!- escucho que grita alguien detrás de mí. Un hombre, poco más mayor que yo, se levanta de su silla y va hacia él, lo agarra del mono, pero uno de los guardias que acompaña a Jeff lo aparta de un empujón -¡mataste a mi hermana, cabronazo! ¡Se llamaba Marie! ¡Tú mataste a Marie!- grita, entre lágrimas. Su rostro está contraído por la rabia y el dolor, con los ojos achinados y las mejillas empapadas, la boca abierta, como si quisiera gritar hasta quedarse sin voz y no pudiera hacerlo, como si el dolor lo estuviera consumiendo por dentro -¡La mataste! ¡Me quitaste a Marie! ¡Me quitaste lo que más amaba!

Nadie dice nada mientras todos observamos la escena y a Jeff lo sientan frente a la jueza, al lado del abogado de oficio que probablemente le han proporcionado. El hombre se tira del cuello de la camisa; sabe que no va a poder ganar este caso, y está aterrorizado por la presencia del condenado.

Se me retuerce el estómago y el corazón me duele repentinamente.

No es justo.

No es justo lo que les ha pasado a todas estas personas, que han perdido a alguien importante para ellos.

Y yo estoy aquí por una mentira, un plan que depende de lo bien que a mí se me dé mentir.

Se me nubla la vista durante unos largos y desesperantes instantes cuando sus ojos inyectados en sangre se clavan en mi y se achinan ligeramente. Sé que me está sonriendo.

-El bozal se le será retirado en cuanto sea su turno para hablar, señor Woods- le informa la jueza, con educación y firmeza, pero sin mirarle directamente a la cara -Empecemos.

Blood And Tears |Liu Woods|© Book 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora