Capítulo Ocho

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Las lágrimas resbalan por mis mejillas junto a las gotas de lluvia que ruedan por toda mi cara y se pierden en la tierra húmeda que cubre los ataúdes en los que están enterrados mis tres únicas amigas. Las tres únicas que tuve en todo el instituto y que me aceptaron con todos mis problemas y demonios.

Sé que por muchos años que pasen, jamás conseguiré reemplazarlas.

Mis uñas se clavan en la falda del vestido mientras siento que el moño se vuelve a soltar y mi pelo, completamente empapado, se desliza por mi espalda y hombros.

Estoy helada. Hace frío a pesar de que sea verano.

Me siento tan culpable por lo sucedido. Las palabras de la madre de Lyndsay me taladran la cabeza con mucha fuerza. Y es que tiene razón. Yo siempre fui la suicida, la que despreciaba su vida; la que deseaba morir. Y el destino, cruel e irónico, les arrebató la vida a tres personas que sí deseaban vivir.

—¿Por qué...?— Sollozo. Me acarició la mejilla hinchada por la bofetada de Christina y me digo a mí misma que me lo merezco.

Un trueno suena justo encima de mí y hace que de un salto y pegué un grito del susto. Me llevo las manos al pecho y mis ojos enfocan lo primero que tienen delante: una tumba con forma cuadrada y llena de rosas marchitas, situada a unos metros de las de Liz, Trish y Lindsay. Cuando me acerco, tengo que agacharme para leer el nombre y la fecha de defunción:

Susan Woods.

1998-2017.

Una mujer que murió demasiado joven. Es una verdadera lástima.

Me fijo unos instantes en las flores que hay medio marchitas y me doy cuenta de que unas tienen pinta de ser más recientes que otras. Recojo un pétalo caído y  acaricio con los dedos su terciopelo. Entonces, unos pasos detrás de mí hacen que me de la vuelta rápidamente.

—¡No toques su tumba!— Escucho que grita una voz masculina. Antes de que termine de darme la vuelta, un enorme dolor me asalta en el hombro. Siento un empujón, y caigo al suelo de costado, golpeándome la cabeza con una lápida cercana. Suelto un aullido de dolor. Siento que el brazo me arde y un fuerte dolor en la cabeza que me hace retorcerme.

Cuando intento levantarme, mis ojos ven un reguero de sangre en el suelo, húmedo por la lluvia: mi sangre.

Mi vista se vuelve borrosa por unos segundos y me tambaleo, mareada y aterrorizada. De nuevo me veo en una situación como la que viví con mis amigas, cuando murieron. Tal vez yo vaya a morir ahora.

Alzo la mirada lentamente con una mano en la parte dolorosa de mi brazo, sintiendo un corte que no dejaba de sangrar. Delante de mí, se encuentra el hombre de la bufanda blanca y negra de los ojos verdes que había estado persiguiéndome en mis pesadillas y alucinaciones. Tenía un cuchillo enorme y afilado en la mano derecha con la hoja manchada de sangre. El líquido rojo se limpiaba por la lluvia que caía sobre el arma.

—¡No tienes derecho a tocarla!

Las lágrimas salen de mis ojos y siento que me ahogo. Tengo un nudo amargo en la garganta que me impide tragar y respirar con normalidad.

El hombre alza el cuchillo para acabar conmigo y mi única respuesta es cubrirme con los brazos, como si así pudiera protegerme. Cierro los ojos con fuerza y me preparo para mi final.

—¡Evolet!

La voz de mi hermano hace que abra los ojos y descubra mi cabeza rápidamente.

—¡Josh!— Chillo. El hombre frente a mí se ha dado la vuelta, interrumpiendo su ataque.

—¡Tenemos que irnos, Evolet! ¡Papá se va a enfadar si no vienes!

No. No puedo dejar que Josh se acerque o que el asesino vaya hacia él. Tengo que hacer algo, tengo que...

—¡Ve con mamá! ¡Corre!

Ni siquiera sé cómo lo hago, pero me levanto rápidamente, casi saltando. En unos segundos me he imaginado al hombre de la bufanda a rayas cogiendo a mi hermano del brazo, apuntándole con el cuchillo para matarlo y Josh llorando y chillando sin parar. En ese lapso de tiempo, una descarga de adrenalina se ha apoderado de mí, y el subidón me ha hecho levantarme saltando, olvidar el dolor y empujar al asesino con todas mis fuerzas.

No sé de dónde saco el impulso, pero consigo que caiga al suelo y suelte el cuchillo, que se queda incrustado en la tierra. Escucho que gruñe con irá, y, después, susurra con voz ronca:

—Susan...

Frunzo el ceño y decido no quedarme parada por más tiempo: salgo corriendo esquivando las tumbas hasta las puertas de la verja del cementerio. Con las pocas fuerzas que me quedan, voy a base de zancadas hasta el coche con las puertas abiertas, donde papá y Josh me esperan bajo un paraguas para evitar mojarse. Cuando llego junto a ellos, me desplomo y caigo de rodillas en el suelo, hiperventilando y con el corazón a punto de salirse de mi boca.

—¡Evolet!— Papá y Josh chillan mi nombre, horrorizados y asustados.

—¡Evolet, estás sangrando!— Josh me toca la frente y el brazo muy asustado. Papá me coge en brazos y me mete directamente en el coche, le pide a mamá que conduzca y rápidamente nos incorporamos a la carretera de la autopista, junto con más coches.

Miro hacia atrás y sonrío al no ver el cementerio.

—Ve hacia el hospital— Papá señala la desviación que hay a la derecha.

—¡No!— Salto. Papá se gira a verme.

—Sí— Decreta mamá, que me clava la mirada por el espejo retrovisor —. Tienes una herida en la frente y un corte en el brazo. Estás sangrando, Evolet. Voy a llevarte al hospital.

—Estoy bien— Me apresuro a decir —. Por favor... no quiero volver...

Mamá me mira por unos segundos más y se salta el desvío a la derecha, para continuar recto en dirección a casa.

—¡Verónica...!— Papá la mira sorprendido y enfadado.

—La curaremos en casa— Se adelanta mamá. Vuelvo a sonreír y me relajo en mi asiento, con una mano puesta sobre el corte de mi brazo para hacer que deje de sangrar.

Blood And Tears |Liu Woods|© Book 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora