Capítulo Nueve

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—¿Cómo te has hecho esto?— me pregunta mamá, limpiando la sangre de mi cara.

—Estuve dando una vuelta por el cementerio y unas zarzas me hicieron el corte en el brazo— Respondo con la excusa que había estado pensando desde que mamá decidió que me trataría las heridas en casa.

—Ajá, ¿y el golpe?

Trago saliva. Sigo teniendo el nudo en la garganta y la sensación de que algo me oprime el pecho. Sigo teniendo el miedo en el cuerpo.

—Me tropecé y me di contra una lápida sin querer— contesto. Mamá me mira con una ceja alzada. No sé lo ha creído ni de broma, pero no insiste y me sigue limpiando la sangre. Cuando termina, me desinfecta la herida y me pone una tirita por encima.

—Tanta sangre y luego resulta ser una herida de nada...— susurra con alivio. Yo asiento lentamente y me acaricio la superficie de la tirita —¡No te la toques! ¿Qué tienes, cinco años?

—Perdón— río por lo bajo y entrelazo los dedos de mis manos sobre mi regazo.

—La cena estará en unos minutos, te sugiero que te vayas tranquilizando, porque no te vas a ir a la cama sin cenar.

—Pero, mamá, es que...

—Es que... ¡me muero de ganas de probar tus judías verdes!— me interrumpe, acabando la frase por mí.

Me quedo con la boca abierta mientras la veo guardar las cosas en el botiquín y salir de mi habitación con él para dejarlo donde estaba. Está claro que no me va a pasar por alto la cena, así que más vale que me vaya preparando.

Me siento en la cama y me acaricio el estómago, donde están la cicatriz de la herida con la que desperté en el hospital. Me digo a mí misma que ya ha pasado todo, que la policía encontrará al asesino, lo llevarán a la cárcel y yo no volveré a verlo jamás. Es posible que hasta lo maten. Pero el miedo me golpea una y otra vez con pensamientos horribles.

¿Y si me ha seguido hasta aquí?

¿Y si entra en casa y me mata por la noche, cuando intenté dormir?

¿Y si después de matarme va a por mis padres?

¿Y si decide matar a Josh antes que a mí para hacerme sufrir más?

—¡Dios mío!— me tapo la boca con las manos y ahogo el llanto. Me es imposible alejar esos pensamientos, así que me rindo y rompo a llorar.

Por la noche, después de ser obligada a cenar, por lo menos, una pieza de fruta, subo las escaleras y me encierro en mi habitación. Acto seguido, corro hacia la ventana y la cierro con seguro, bajo las persianas y corro las cortinas. Después, voy hacia la habitación de Josh y la de mamá y papá y hago lo mismo.

Puede que estemos en verano y que haga un calor de la leche, pero no pienso arriesgarme a morir o a que muera mi familia.

Me acuesto en la cama en ropa interior y con las sábanas finas por encima. Cierro los ojos e intento dormir, pero de nuevo me es imposible. No tardo mucho en darme por vencida y en comenzar a dar vueltas como una croqueta en la cama.

  
  

—¡Mamá, vamos!— insisto, por cuarta vez —¡Ya tengo dieciocho, soy más que capaz de cuidar de Josh yo sola!— señalo a mi hermano pequeño con el dedo, que está viendo la tele tumbado en el sofá —Además, tampoco es tan problemático como para que tengas que llamar a una canguro.

—Evolet, la última vez que me dijiste eso te quedaste dormida viendo Eclipse y tu hermano nos estalló el microondas metiendo un vaso de leche con cacao y la cuchara de metal— me recrimina ella, de brazos cruzados y una sonrisa —. Te diré lo que va a pasar: va a venir la canguro, va a cuidar muy bien de vosotros y cuando tu padre y yo volvamos, le daré doscientos dólares de mi monedero— le da golpecitos a su bolso de cuero con la mano —¿Ha quedado claro?

—¿No es mucho sueldo para una sola noche y para una chica que solo va a ver la tele y a estar con el móvil hasta que volváis a casa?— alzo la ceja, incrédula y en total desacuerdo.

—Evolet...

Abro la boca para protestar, pero mi madre se me adelanta:

—Si me vuelves a contestar no te compraré las flores para tus amigas.

Cierro la boca como si fuesen dos compuertas. Mamá sonríe victoriosa, me da un beso en la frente, se despide de Josh y se va con papá de casa, tomados de la mano.

Rápidamente cierro con seguro todas las ventanas de la casa, incluso el ventanal del salón que permanecía abierto para que diese un poco el aire en casa. Me aseguro de que ninguna se puede abrir por la fuerza y, después, pongo el cerrojo de cadena de la puerta. Cuando he terminado, me dejó caer en el sofá junto a Josh y veo Cómo entrenar a tu dragón con él.

—¿Por qué has cerrado todas las ventanas?— me pregunta de repente. Me giro a verle y le sonrío para que no se preocupe.

—Es que he visto en las noticias que va a volver a caer una tormenta, y mamá me ha pedido que cierre todas las puertas y ventanas— respondo.

—Ah, vale. ¿Entonces no vamos a pedir pizza?

Me muerdo el labio inferior. No me fío ni del repartidor de pizza ahora mismo.

Giro la cabeza para ver a Josh y él deja de prestarle atención a la película para verme a mí también.

—¿Fideos instantáneos?— sugiero.

—Vale— responde. Estiro las comisuras de los labios en una sonrisa y voy hacia la cocina para preparar los fideos mientras esperamos a la canguro.

Al cabo de un par de horas, cuando ya hemos terminado de cenar, la canguro sigue sin aparecer. Josh hace rato que se ha ido a la cama, y yo sigo esperando sentada en el sofá, frente a la televisión, a que aparezca. El reloj de la pared de detrás de la mesa grande donde comemos siempre marca las doce y cuarto de la noche. Sé que ya no va a venir.

Blood And Tears |Liu Woods|© Book 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora