Josh me mira desde el sofá y yo le sonrío mientras papá y yo esperamos a que mamá baje las escaleras. Él me devuelve la sonrisa, pero sus ojos siguen tristes, ausentes. Y eso es lo que hace que se me borre la mía.
Mamá y papá me habían dicho que el psicólogo había estado hablando con él y había conseguido mejorar su estado de ánimo. También les había dicho que solo era cuestión de tiempo que continuara con su vida de forma totalmente normal, aunque jamás se le olvidaría aquella experiencia. Era un niño joven, con una vida entera por delante.
¿Alguien podía superar aquello?
Por lo visto, Josh tenía una mentalidad fuerte. Aunque también cabía la posibilidad de que su mente bloqueara por completo sus recuerdos.
—Ten cuidado, Evolet— me dice él, cogiéndome la mano después de acercarse a mí.
—Lo tendré— respondo, apretando sus deditos —. Conseguiremos que lo encarcelen para siempre, te lo prometo.
Su mirada parece descongelarse un poco. Sus ojos se ven más felices, más aliviados.
En cuanto mamá baja las escaleras, le da un beso en la frente y me coge de la mano. Salimos todos de casa y nos metemos en el coche para ir en dirección al juzgado. Los periodistas vuelven a echarse encima de nosotros en cuanto papá aparca el coche, pero los guardias se abren paso hacia nosotros y nos escoltan, de nuevo, hasta que atravesamos las puertas de cristal.
En seguida tenemos que entrar en la sala del juicio y yo me siento en el mismo lugar que el día anterior, rezando por que todo saliera bien.
Jeff vuelve a aparecer acompañado de los guardias por la puerta, encadenado y con el bozal puesto. Esta vez, alguien lanza una piedra que aterriza directamente sobre la cabeza de Jeff. Uno de los guardias que permanecía de pie al lado del estrado intercepta al responsable y lo expulsa de la sala.
Jeff se ríe, con una herida que sangra en la frente.
—Señoría, me gustaría seguir con los testimonios— comienza el fiscal.
—Continuaremos con el espectáculo después de que las señoras y señores del juzgado vean esto— el abogado de Jeff, que está sudando la gota gorda como la última vez, se levanta de la mesa, siempre manteniendo las distancias con su cliente, y se aproxima al jurado para dejar unos papeles —. Ayer mismo mi cliente se sometió a unas rigurosas pruebas para determinar su estado de salud mental.
Las personas sentadas en el jurado leyeron atentamente los papeles, e incluso susurraron entre ellos.
—El señor Jeffrey Woods está, evidentemente, enfermo— concluye el abogado —. Padece un severo trastorno mental irreversible, por lo que pido para él un traslado al centro psiquiátrico de la capital.
—Lo que está usted haciendo, abogado— interviene el fiscal —, es darme la razón. Dice usted que Jeffrey Woods está mentalmente enfermo, por lo que yo vuelvo a recalcar que ese hombre es un psicópata, un peligro para la sociedad. Y como tal, debe ser eliminado.
—¡Protesto!
—¿Hemos acabado con esta pantomima, abogado? Porque detrás de usted hay cientos de personas que desean denunciar a ese asesino al que usted está defendiendo.
El abogado no puede estar más estresado. El pañuelo que sostiene en la mano está arrugado y empapado, porque no deja de secarse el sudor de su frente con él. El fiscal, por el contrario, está relajado y tranquilo; sabe que tiene el caso en sus manos porque las evidencias no hacen más que señalar a Jeff.
Y, de nuevo, varias personas se sentaron en el estrado, respondiendo a la pregunta "¿A quién te ha quitado Jeff a ti?"
Esta vez todo fue rápido. En cuanto me quise dar cuenta, la jueza, con lágrimas en los ojos, dio por finalizado el juicio y todos nos levantamos después de que anunciara la fecha del próximo.
Mientras salimos de la sala, mamá se lleva las manos a la cara, sollozando. Había sido demasiado para ella, así que papá me pide que espere en el pasillo mientras la acompaña al baño, porque no quiere dejarla sola.
—Me conmueve que sigas viniendo a verme.
Me doy la vuelta de golpe y me encuentro con una sonrisa cortada de forma irregular, con carne enrojecida y mal cicatrizada.
El pánico me presiona el corazón con fuerza y lo primero que hago es mirar en todas direcciones, buscando a los guardias responsables de su escolta, pero no hay nadie. Y aunque él esté encadenado, no me siento segura estando tan cerca.
—Tranquila, no voy a hacerte nada— me dice, pero no puedo creerle —. Solo quería saludarte. Les he dicho que quería beber agua.
—Aléjate de mí.
—Oh— Jeff se lleva las manos al pecho, aprovechando la poca movilidad de la que dispone —, ¿estás enfadada conmigo? Tal vez debería mencionar a Liu en el juicio y decir que yo no fui quien te secuestró, ¿dejarías de estar enfadada?
No respondo.
—Claro que, ¿quién podría creerme a mí?— inquiere, de forma retórica.
Yo permanezco en silencio.
—Y, dime, ¿vas a declarar tú también?
—¿Eh?
—Ya sabes— se acerca a mí y yo retrocedo instintivamente. Mi gesto le provoca una risa silenciosa —Jeff me quitó esto..., Jeff me quitó lo otro...
—Ya basta— aprieto los puños hasta que siento que mis uñas empiezan a dañar las palmas de mis manos —. Has hecho daño a esa gente, has matado a sus familias.
—¿Y qué hay de Liu?— trago saliva en cuanto vuelve a mencionarlo —¿Qué te quitó él?
Bajo la cabeza e intento reprimir las lágrimas que amenazan con salir de mis ojos.
—Liu no es como tú— gruño. Jeff coge aire para seguir hablando, pero no le dejo continuar: —. Sé lo que vas a decir, pero no lo es. Él ya ha pagado por sus crímenes, y ahora te toca a ti.
Jeff frunce el ceño ligeramente.
—No voy a declarar contra ti, ya he mentido suficiente— aclaro, mirándolo a los ojos —. Aunque eso realmente no va a cambiar nada, porque tú ya estás condenado.
Las mandíbulas de Jeff se tensan.
—Y créeme, tienes suerte de que Jane no decidiera acabar contigo en el bosque— añado —. Deberías darme las gracias por impedírselo.
En un movimiento rápido, Jeff se acerca a mí sin que yo pueda alejarme y me da un cabezazo. Un grito de dolor se escapa de mis labios y caigo de rodillas al suelo, sintiendo que la sangre empieza a brotar de una herida.
—¡Te voy a matar, zorra! ¿¡Me oyes!? ¡Te voy a matar a ti y a toda tu puta familia!
Los guardias son alertados de inmediato e inmovilizan a Jeff, volviendo a colocarle el bozal y se lo llevan por la fuerza.
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Blood And Tears |Liu Woods|© Book 1
Teen FictionRepentinamente, Evolet despierta en un hospital sin saber lo sucedido. No entiende lo que ha pasado y sus recuerdos están borrosos. Dos policías la informan de que hubo un asesinato, y que ella logró sobrevivir. Pero, ¿quién intentó matarla? ¡Cualqu...