Capítulo Veinticuatro

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Su voz penetra en lo más profundo de mi ser, perforando mis entrañas y abriéndose paso a través de mí junto al veneno del miedo. Suena como muchas voces graves hablando al mismo tiempo.

Cuando los tres hombres se empiezan a acercar a mí con paso tranquilo, tuve la sensación de que la tierra se adhería a mis zapatos y me era imposible salir corriendo. Caigo al suelo de espaldas y me arrastro hasta que consigo ponerme en pie, pero algo me agarra del tobillo y provoca mi caída de nuevo. Seguidamente, me comienza a arrastrar por el suelo, acercándome a los tres chicos que querían matarme.

—¡No, por favor, no!

El sonido de un filo cortando el viento y un rápido movimiento hace que me encoja en el suelo. Cuando me giro, veo la hoja de un hacha a pocos centímetros de mi cara, que ha cortado unos mechones de mi pelo.

Se me escapa un chillido de la boca, pero un golpe en mi mejilla me silencia. El chico de gafas amarillas saca el hacha del suelo sin problemas y la alza, esta vez para no fallar. Consigo esquivar la hoja otra vez haciéndome a un lado, pero unas extensiones de color negro me atraparon por las muñecas y por la cintura y no me dejaron moverme.

—¡Por favor, por favor...!— grito, una y otra vez. El joven de máscara blanca con labios y ojos negros hace a un lado al chico de gafas y saca un cuchillo de caza del bolsillo de su chaqueta. Lo coloca sobre mi mejilla y veo un movimiento rápido.

Un ardor me ataca el hombro, como si algo me hubiera mordido. Gimoteo con lágrimas en los ojos y me retuerzo de un lado a otro. De nuevo, siento ardor. Esta vez en la mejilla y en el pecho. Me está cortando con el cuchillo sin piedad. Quiere que me ahogue en mi propia sangre.

La punta del cuchillo me señala entre los ojos y se alza lentamente para darme fin, pero un grito infernal y agudo lo detiene y algo libera una de mis piernas. Le doy una patada al chico y muerdo las extensiones que retienen mis brazos y que se han aflojado de repente. Una vez libre, logro soltarme la cintura y la otra pierna y ponerme en pie de un salto. Ninguno de los tres hombres intentan detenerme.

Reconozco a unos metros de mí una bufanda a rayas blancas y negras. El hombre alto de traje negro ya no está y los otros tres se han abalanzado sobre el hombre de cuero, que solo puede defenderse con un cuchillo.

¿Por qué está aquí? ¿Cómo ha podido encontrarme? Él fue quien me pidió que me marchara.

Esquiva los ataques de los enmascarados mientras, al mismo tiempo, intenta ensartar a alguno de ellos con su cuchillo o provocarles algún daño. Consigue hacerle un corte a uno, pero no muy profundo.

El chico de gafas amarillas se coloca detrás de él cuando está distraído con los otros dos y alza su hacha.

—¡Liu!— mis piernas se mueven solas, corro con todas mis fuerzas y empujo al hombre, haciéndole caer al suelo. No sirve de nada, el chico del pasamontañas negro saca otro cuchillo de caza y se lo clava en el costado. Liu cae al suelo boca arriba y, cuando me levanto, los tres ya han desaparecido.

Él se remueve en el suelo e intenta levantarse sin ningún tipo de resultado, acaba boca abajo en el suelo, gruñendo.

Me quedo inmóvil, de pie, mirándole. ¿Por qué me he salvado? Hace un par de horas quería matarme, habría estado a punto de asfixiarme si...

Me doy la vuelta, lista para

Bajo la mirada y lo observo respirar de forma irregular.

Me muerdo el labio inferior y presiono el corte de mi pecho con mis dedos para evitar que siga sangrando. Pongo un pie atrás, pero no llego a avanzar.

Sé que me arrepentiré de esto.

—Liu— me agacho a su lado y le doy la vuelta con cuidado. Sus ojos están abiertos y parece que tiene la mirada perdida, pero parpadea —, Liu, ¿puedes oírme?

—Susan...— murmura, con voz entrecortada. Sus ojos se encuentran con los míos y parece sorprenderse, pero no dice nada.

—Perdóname— me inclino sobre él, le rompo la camisa tras romper mi blusa y se la pongo al rededor de la cintura con el trozo de la mía para ejercer presión y que no pierda mucha sangre —Liu, tengo que levantarte...— tomo uno de sus brazos y lo pongo sobre mi hombro. Cojo el otro y me levanto junto a él, despacio y con cuidado de no empeorar su estado. Uno de sus brazos pasa por detrás de mis hombros y comienzo a caminar con él. Enseguida siento su peso sobre mí y mis piernas temblar.

—Sigue... por esa dirección— me señala con la barbilla en dirección sur, así que sigo sus indicaciones conforme cruzamos el bosque y, más pronto de lo que esperaba, diviso la carretera entre los árboles. Una vez que dejamos el bosque atrás, solo tengo que seguir el camino que recuerdo hasta llegar a la casa, que tiene la puerta de la calle abierta.

Con los músculos de las piernas a punto de estallar y muy sobrecargados, hago un último esfuerzo subiendo las escaleras con él.

—Abre esa puerta— hago lo que me dice y entramos en una habitación de paredes oscuras y poca iluminación. Lo recuesto delicadamente en la cama de sábanas grises y ahogo una exclamación al ver que mi mano izquierda está manchada con su sangre.

—El... el botiquín...— atino a decir.

—Abajo en el armario de al lado de la escalera, sobre una estantería— balbucea, soltando varios gruñidos —. No tiene pérdida.

Salgo de la habitación corriendo, bajo las escaleras y abro una pequeña puerta de madera. En una estantería a la que tengo que llegar poniéndome de puntillas se encuentra, efectivamente, el botiquín. Así que lo cojo y, con el corazón en un puño, salto las escaleras y vuelvo a la habitación.

—Te-tengo que quitarte la...

—Hazlo— me interrumpe. Asiento y le quito la bufanda, el abrigo de cuero y lo que queda de su camisa con mucho cuidado, junto al torniquete improvisado, dejándolo desnudo de cintura para arriba y con un agujero ensangrentado en el costado que no deja de borbotear.

No puedo evitar fijarme en todas las cicatrices que marcan su pecho y su estómago. Son imperfectas e irregulares y tienen marcas de haber sido cosidas antaño. Una de ellas tiene una forma similar a la de un corazón, con palabras que no alcanzo a leer ¿Quién ha podido hacerle una cosa así...? Es horrible, es...

Se me revuelve el estómago, pero aguanto mientras le limpio la sangre y le echo alcohol en la herida.

Él ha intentado matarme, ha matado a mis tres únicas amigas y luego me ha intentado matar otra vez, ¿por qué estoy curándole? Podría haber dejado que se pudriera en medio de aquel bosque, pero entonces yo no habría podido salir, y...

¿Podría vivir con el cargo de conciencia de haber dejado morir a una persona?

—Tienes que coser la herida.

—Pero, es que... yo...

—Tienes que hacerlo— repite.

Trago duro con las manos temblorosas. Pero alejo todos los malos pensamientos de mi cabeza cuando mis dedos toman con delicadeza la aguja quirúrgica y clavan la punta en un lateral de su herida para cerrarla.

Blood And Tears |Liu Woods|© Book 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora