Capítulo Tres

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Lindsay me sonríe ampliamente jugando con los pompones que cuelgan de mi abrigo de color negro. La purpurina de sus labios brilla cuando nos ponemos justo debajo de una farola que alumbra la calle, que está totalmente desierta.

—¿Por qué no vamos a ese parque de allí?— Liz señala el que está justo al otro lado de la acera. Trish y yo nos miramos la una a la otra y yo me muerdo el labio inferior, inquieta y algo asustada. Me aferro a mi abrigo y retrocedo un poco. Yo ni siquiera quería venir, fueron ellas las que me obligaron a salir. Ahora mismo, lo que quiero es volver a casa rápido. Hace frío y ya es casi media noche.

—Solo cinco minutos.

—Liz, está muy oscuro y no hay nadie.

—No va a pasar nada, no seas tonta.

Liz siempre ha sido una cabezota. Cuando algo se le mete en la cabeza no hay forma de quitárselo hasta que, al menos, haya probado lo que quiere hacer para quedarse contenta. Por esa razón acabamos de salir de un restaurante de comida rápida. Lindsay ha tenido que comerse una hamburguesa del menú infantil porque a ella se le antojaba el juguete que tenía. Yo he tenido que aguantarme con las patatas, que he compartido con Trish.

Lindsay hace una mueca de desagrado, pero Liz ya está cruzando la carretera para ir en dirección al parque. No obstante, Lindsay y yo la detenemos.

—Otro día.

—Vale, mamá— responde Liz, enfadada.

—Chicas— todas se giran a verme. Lo cierto es que no he hablado casi nada en lo que llevamos de tarde —. Yo debería volver ya a casa.

Omití el porque no quiero quedarme más tiempo aquí.

—Claro. Todas debemos irnos ya— Trish asiente y comenzamos a caminar en dirección al barrio en el que todas vivimos. Pero yo empiezo aescuchar más pasos de los que debería.

—¿Chicas?— la voz de Liz suena más alejada de lo que debería. Escucho que sus pasos se detienen. Entonces, un grito desgarrador nos sorprende a todas. Y el sonido de cómo la piel es perforada, arrancada, cortada.

Me comienzan a temblar las piernas mientras mi amiga grita desgarradoramente hasta que, finalmente, se detiene. Pero después es Trish a la que escuchamos. Un crujido terrible me hiela la sangre y hace que se me revuelva el estómago. Me cubro la boca lentamente con la mano, con miedo a vomitar aquí mismo, en la calle.

No soy capaz de girarme, ni de caminar. Lo lógico sería salir corriendo o intentar proteger a tus amigas, pero yo no me atrevo a hacer ninguna de esas cosas.

Lindsay me agarra del brazo, llorando e hiperventilando por lo aterrada que está. Todo su cuerpo tiembla y sus uñas se clavan en mi piel, pero a mí no me importa. Entonces, me suelta repentinamente y comienza a gritar. De nuevo más crujidos, oigo cómo un líquido se derrama por el suelo en una gran cantidad y, cuando dejo de escuchar a mi amiga y un peso muerto cae al suelo, es una señal para correr, tropiezo dando un puntapié torpemente.

Un grito casi inhumano se escapa de mis labios cuando me doy la vuelta y veo los cuerpos de mis amigas en el suelo. Todas están cubiertas de sangre, con la ropa rota y la piel desgarrada, cortada y removida: Lindsay está boca abajo, sobre un enorme charco de sangre que moja su ropa y su pelo. Trish tiene un enorme tajo en el estómago, del que le sobresalen las tripas, cortadas como si fuesen salchichas ensangrentadas. Tiene los ojos abiertos y mira fijamente el cielo. Por último, Liz tiene un corte en el cuello muy profundo que, al mínimo movimiento, podría hacer que su cabeza se desprendiera del cuerpo. Su brazo ha sido rebanado y ahora yace a unos centímetros de ella. Tiene una expresión de terror y dolor horrible en el rostro. Y me fijo en que está magullada.

Las lágrimas resbalan por mis mejillas y el miedo fluye por mis venas como mi sangre.

Una silueta masculina se mueve en mi dirección, decidido y firme. No vacila. La luz de la farola le da a contraluz y solo veo que lleva ropas de cuero negro, las manos enguantadas del mismo material, con un cuchillo en la mano derecha que gotea.

Me arrastro de espaldas, como si no pudiese salir corriendo o caminar.

Estoy sudando. Las gotas de sudor caen por mis sienes y mi espalda. De mi boca se escapan gemidos y pequeños llantos por la pérdida de mis amigas.

Él se acerca más a mí y me agarra del hombro. Yo intento soltarme, pero es demasiado fuerte. Mis manos se manchan de sangre intentando soltar su mano.

—¡¡Si ella no está viva, nadie más lo merece!!— vocifera. Parece iracundo, furioso. ¿Con quién? No lo sé, no quiero saberlo.

—¡No, por favor!— suplico, balbuceando. Me veo reflejada en la hoja ensangrentada del cuchillo jamonero que lleva cuando lo alza, preparado para acabar conmigo también. Y soy consciente de que va a ser lo más doloroso que experimente jamás.

Cierran los ojos con fuerza y siento cómo se clava en mi estómago y empieza a cortar mi piel con una facilidad aterradora. Siento mi sangre brotar de mi cuerpo y de mi boca cuando grito de dolor y al retorcerme.

Entonces, escucho el sonido de unas sirenas a lo lejos.

Él me suelta y caigo de espaldas al suelo, golpeándome la parte de atrás de la cabeza.

Siento que estoy convulsionando, devatiéndome entre la vida y la muerte. Miro fijamente el cielo, sin posibilidad de parpadear y retorciéndome cada vez más despacio por el dolor. Escucho los pasos del hombre alejarse corriendo a una gran velocidad. Entonces, a mí se me van cerrando los ojos, después de desear mi muerte para acabar con mi sufrimiento de una vez por todas.

  
   
Abro los ojos rápidamente y me llevo una mano al pecho.

Estoy en el hospital, con el corazón en un puño y con la respiración agitada y entrecortada.

Miro a los lados y lo único que veo es oscuridad. Estoy empapada en sudor y con los ojos llenos de lágrimas.

—Solo ha sido un sueño...— susurro, intentando tranquilizarme. Y sé que no voy a poder volver a dormir.

Blood And Tears |Liu Woods|© Book 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora