Capítulo Cinco

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Una luz extremadamente fuerte me ciega cuando abro los ojos. Intento cubrirme la cara con el brazo, pero algo me mantiene sujeta a la camilla. La mujer rubia aparece de nuevo, con las ropas turquesas manchadas de sangre, como sus guantes. Se quita la mascarilla que cubre su boca y su nariz y me mira con preocupación.

—¿Dónde estoy...?— murmuro, con una voz ronca y entrecortada. La misma que cuando desperté.

—En el quirófano, acabamos de operarte— responde ella. Parece realmente agotada —. Hace unas horas que te encontramos tirada en el suelo de tu habitación. Se te había abierto la herida y estabas desangrándote. Hemos tenido que ponerte otra vez la vía para transplantarte sangre.

Me pongo rígida cuando recuerdo los ojos verdes del chico vestido de cuero que entró en mi habitación con un cuchillo en la mano.

Un recuerdo fugaz llega a mi mente, acompañado de un fuerte dolor de cabeza.

Recuerdo los ojos verdes del hombre la noche que mis amigas murieron.

—¡Ha-había...! ¡Había un hombre...!

—Cariño, no había nadie en la habitación— se me hiela la sangre —. Solo estabas tú. Es posible que el homicidio fallido te haya dejado secuelas mortales, como las alucinaciones, el terror nocturno o el insomnio. Puede que incluso sufras de esquizofrenia.

La miro aterrada.

No hace mucho vi el cuerpo de mi amiga Lindsay salir de la nada y gritar mi nombre, con las heridas que le hizo el asesino, llena de sangre.

Comienzo a temblar otra vez y me aferro a las sábanas de la camilla con fuerza, clavando las uñas. Tengo ganas de llorar otra vez. Tenga ganas de gritar BASTA y salir corriendo. Todo esto es demasiado horrible como para ser real. ¿Y si todo esto es una pesadilla? ¿Y si me quedé dormida en el autobús volviendo a casa?

Ahogo mis llantos.

La mujer rubia me mira apenada y entristecida. Siente lástima por mí.

—Tu familia ha venido a verte— me dice —. Pero creo que, ahora mismo, te vendría mejor descansar, así que voy a inyectarte un calmante para que te duermas y hablaré con ellos, ¿vale?

—¿Eh? Pero, es que yo...

—Tranquila, les verás cuando despiertes.

Va en dirección a un lateral de la pequeña habitación y prepara una jeringuilla con un líquido transparente que ya me han inyectado demasiadas veces. Se acerca a mí y, en vez de meter la aguja en la vía, me la clava directamente en el brazo, para que el efecto del calmante sea más rápido.

—No, no quiero dormir, por favor...— susurro. Pero mis ojos ya se están cerrando, y mi vista se ha vuelto completamente negra.

  
  
Despierto tumbada boca arriba y con los brazos cruzados sobre el pecho. Me sorprende no llevar el camisón del hospital, sino un vestido blanco que está manchado de tierra, y estoy descalza.

¿Tierra?

Me levanto rápidamente y me sorprende que no me duela la herida.

Estoy metida en un hueco enorme cavado en la tierra, que es casi negra y, cuando intento salir del agujero, la siento como si fuese ceniza. Me impulso con los brazos y saco una pierna después de la otra. Cuando salgo, mis ojos se encuentran con un montón de lápidas con todo tipo de formas.

Estoy en un cementerio.

—¿Qué hay aquí?— me pregunto a mí misma. Miro a un lado, luego al otro. Y no veo a nadie.

Comienzo a caminar para salir del cementerio en una dirección cualquiera. Cuando no me he alejado demasiado del lugar en el que me he despertado, comienzo a escuchar voces:

¡Basta...! ¡Basta!

—Me duele, ¡me duele mucho!

—¡No, por favor!

—¡¡No!!

Me doy la vuelta de un salto, pero no veo a nadie.

Súbitamente, se comienza a levantar una espesa niebla que no tarda en rodearme y hacer que deje de ver más allá de mi nariz.

Un escalofrío recorre toda mi espalda y las alertas de todo mi cuerpo se disparan.

Empiezo a correr. No sé adónde voy, solo sé que debo correr.

Esquivo todas las lápidas que aparecen en el camino, intentando no tropezar ni golpearme con ellas. Mi respiración se vuelve agitada otra vez, y cada vez corro más rápido, como si estuviese huyendo de alguien.

Un empujón en la espalda me hace caer, y choco contra el suelo de bruces. Cuando miro hacia arriba, vuelvo a estar en el agujero en el que desperté.

Me siento en el suelo, pero esta vez un dolor punzante en mi estómago me impide volver a salir. Cuando bajo la mirada, me aterrorizo al ver que mi vestido se está manchado de mi propia sangre. La sangre de mi herida.

Suelto un aullido y caigo boca arriba en el suelo, retorciéndome de dolor. Arriba del agujero, el chico de la noche anterior que estuvo en mi habitación del hospital se asoma, y me contempla durante unos eternos segundos en silencio.

—¡Acaba conmigo ya!— le exijo, suplicante. No puedo aguantar más este dolor, este sufrimiento, este sentimiento de culpa y agonía. ¿Así es como deben vivir el resto de su vida todas las personas que sobrevivieron a un asesinato? No, yo no puedo vivir así. Este me está destruyendo por dentro.

—¿Quieres morir?— le escucho preguntar. Su voz es grave, firme y dominante. No le tiembla en absoluto.

Asiento frenéticamente, con cada vez menos fuerzas en el cuerpo.

—Por favor, ¡mátame!— grito con todas las fuerzas que me quedan. Después, nada. Silencio. Él sigue asomado, mirándome desde arriba del agujero. Sin embargo, repentinamente, se esfuma. Como si fuese humo, como si él nunca hubiese estado allí —¡Espera! ¡No! ¡Vuelve!— grito una y otra vez hasta que mis cuerdas vocales ya no dan más de sí.

Me quedo allí, tumbada en el suelo, sintiendo la tierra en mis manos, la sangre emanar de mi herida, hasta que vuelvo a cerrar los ojos.

   
  
Abro los ojos lentamente y me vuelvo a encontrar en el hospital. La ventana con la persiana subida me indica que es de día, y el reloj de la pared anuncia las cuatro menos veinte de la tarde.

La puerta se abre y me giro para ver a mis padres y a Josh. Mamá con una bandeja de plástico blanco con mi comida y Josh con una orca de peluche. Nada más verlos, siento las lágrimas acumularse en mis ojos.

Blood And Tears |Liu Woods|© Book 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora