22. Red

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Caminó lentamente por el callejón asegurándose que nadie venía siguiéndolo. Los lentes oscuros obstaculizaban su visión, por lo que entre las sombras decidió quitárselos. No había nadie a la vista, así que no había peligro de que alguien viera sus ojos y se alarmara. Aunque probablemente, dados los tiempos que corrían, si las personas vieran sus ojos en lugar de asustarse pensarían que el chico era un fan de Crepúsculo o quizás de Naruto.

Pasó la mano por la correa de su mochila. Precisamente en aquellos momentos traía un ejemplar del primer libro de la saga de libros en la que había pensado. Aún no lo había empezado a leer, pero estaba dispuesto a hacerlo porque se lo había prestado una persona muy importante para él.

Llegó a una puerta a mitad del callejón. Era una puerta lisa de metal, la cual aparentemente solo se abría desde dentro. Sin embargo, el chico sabía que también podía abrirse desde fuera. Solo necesitaba concentrarse un poco. Colocó su mano sobre la puerta a la altura en que se suponía se encontraría el picaporte y tras un breve destello rojo la puerta se abrió hacia fuera lentamente.

Apenas hubo el espacio suficiente para entrar, el joven se coló por la puerta y la jaló tras de sí. Una oscuridad completa se apoderó del lugar donde se encontraba.

—Contraseña —requirió una voz resonante.

—Yo no necesito una contraseña —contestó el muchacho con seguridad. Irónicamente, aquella era la contraseña.

Una leve luz se encendió, pero en lugar de aparecer una habitación o una bodega como podría esperarse, el muchacho resultó hallarse dentro de una cueva. No dio señales de sobresalto, lo cual indicaba claramente que ya había estado en aquel lugar anteriormente. Y era aún más sorprendente porque no solo se trataba de la cueva, sino también de lo que se encontraba ahí.

Enfrente del chico se encontraba una masa descomunal que parecía hecha de ojos. La cosa tenía una forma parecida a la de un huevo, pero no había superficie en la que no se asomara un ojo. Algunos se encontraban cerrados, aparentemente dormitando, pero muchos de ellos se encontraban abiertos y vigilantes. Todos parpadeaban a diferentes intervalos.

—¿A qué has venido, Red? —preguntó aquella masa informe de ojos con su voz que no salía de ningún lugar, sino que más bien resonaba por todo su cuerpo.

—¿Para qué quieres esa información, Argos? —inquirió el joven denominado aparentemente Red—. ¿No es suficiente información que digas que he estado aquí?

El guardián no se inmutó. Parecía seguir aguardando la respuesta a su pregunta.

—Vine a hablar con Belial —respondió el chico—. ¿Qué otra cosa si no?

Red caminó hacia el fondo de la cueva, donde se abría un túnel que conducía a la oscuridad. El chico se internó en esta, pero antes de haber avanzado demasiado hizo aparecer una luz con ayuda de su aura. La luz iluminó el túnel de roca flotando sobre la cabeza del chico.

Mientras más avanzaba, la roca que componía el túnel pareció cambiar. Al principio se trataba de una roca de un color entre café y ámbar, pero cada vez se oscurecía más hasta llegar a parecer obsidiana. En aquel lugar era difícil saber hacia dónde se dirigía el túnel, ya que lo único que se podía ver era el color negro en todo el alrededor. Sin embargo, el chico no se asustó y siguió caminando. Sabía que en aquella parte del camino no podía guiarse por las paredes, sino que debía de orientarse con el suelo, que estaba forrado de una espléndida alfombra de color rojo. No obstante, el túnel daba tantas vueltas que no se podía estar seguro de la dirección más que en unos cuantos pasos.

De repente, al dar una vuelta se encontró con dos seres.

—Fobos, Deimos —dijo el chico con algo de desprecio. Aquellos dos seres eran de los Neumas que no le agradaban en absoluto. Ellos dos eran Neumas que se alimentaban de recuerdos y emociones humanas. Eso le parecía a Red peor que matarlos, ya que un ser humano podía seguir viviendo sin sus recuerdos y emociones, pero en el mejor de los casos se volvería un ser desalmado y violento.

Libro RojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora