6. Compañero de trabajo

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Lorena miró el reloj que traía en su muñeca. Las dos de la tarde. En aquel momento sus amigos se estarían reuniendo con Marco para escuchar la historia que les había ya contado a Gabriel y a ella misma. Gabriel estaría nuevamente presente. Marco le había dicho que no era necesario, pero él insistió en que quería oír la historia otra vez.

La chica sonrió al recordar eso. Sabía que para Gabriel aquello era como leer un buen libro, cosa que no podía hacer solamente una vez. El joven leía cualquier cosa que le gustara al menos dos veces.

—Lorena, ¿puedes ayudarme aquí? —le preguntó uno de sus compañeros de trabajo.

—Por supuesto —contestó la muchacha.

Su trabajo de cocina le hacía estar en constante contacto con cuchillos. Sospechaba que a Gabriel no le habría gustado para nada aquello, pues el chico le tenía fobia a la mayoría de objetos punzocortantes. Ella ya se había acostumbrado, lo cual era una suerte, ya que de esa manera no necesitaba poner excesiva atención a lo que estaba haciendo. Aquel día en especial era imposible concentrarse debido a que no paraba de recordar lo que había sucedido el día anterior.

Después de que los Carneros y Mercurio (¡no podía creer que hubiera conocido a uno de los antiguos dioses de los griegos y romanos!) se hubieron retirado, Marco había tranquilizado a Vanya, Adriana y José Luis. Les costó algo de tiempo, sobre todo para convencer a Adriana de que todo aquello había sucedido en realidad. Una vez hecho lo anterior les presentó a las dos personas que habían llegado a socorrerlo.

—Este es Octavio —les dijo Marco—. Fue mi alumno cuando yo tenía catorce años y actualmente vivo con él. Fue un gesto muy amable invitarme a vivir con él considerando que vive cerca de la preparatoria.

—Es lo menos que podía hacer para agradecerte todo lo que me enseñaste —repuso Octavio con una sonrisa en tanto le extendía una mano a las chicas—. Más considerando que cuando nos conocimos te traté bastante mal por considerarte un mocoso.

—¡Eso es asunto olvidado! —exclamó Marco restándole importancia al asunto con un movimiento de su mano—. Y esta es Daniela, aprendiz que tomé cuando tenía dieciséis años. Es una de las chicas más talentosas que he conocido en mi vida. Cuando yo comencé a entrenarla ella ya sabía concentrar su aura. Ha sido la alumna que se ha graduado más rápido de todos.

—Sabía cómo concentrar mi aura, pero no cómo utilizarla —explicó la chica—. Y realmente no es tan sorprendente, ya que, modestia aparte, mi aura es una de las más poderosas documentadas en la historia de la humanidad.

—En eso tiene razón —concordó Marco—. Es improbable que encuentren ser humano que posea un aura más poderosa que la de Daniela. Actualmente es uno de los miembros más destacados de los Alejandrinos.

—Te daría la mano, pero... —se excusó Gabriel mostrándole la mano a Octavio cuando este estiró la suya hacia él.

—¿Qué te pasó, Gabriel? —le preguntó bastante preocupado Marco viendo la mano del chico que parecía hincharse cada vez más.

—Creo que es porque no sé golpear —contestó Gabriel—. La verdad es que ahora que lo pienso fue el primer chico al que golpeé en mi vida.

—¿El primero? —le preguntaron sus amigos a coro con un tono de sorpresa bastante marcado.

—Déjame ver —le pidió Marco tomando la mano del muchacho con cuidado—. Tal vez no cerraste bien el puño. Una de las primeras cosas que tendré que enseñarte es golpear de manera correcta. Aunque lo cierto es que de nada sirve saber golpear cuando lo haces con demasiada fuerza. El golpe más duro puede destrozar los nudillos por muy bien que se coloque el puño. ¿Crees que golpeaste con mucha fuerza?

Libro RojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora