32. Miguel

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Lorena se frotó las sienes mientras tomaba asiento en el jardín de Octavio. La casa del Alejandrino se había vuelto una especie de cuartel general y todos los Alejandrinos que estaban dispuestos a pelear en contra de Belial se habían reunido en ella. Para la chica aquello era un tanto molesto, sobre todo porque los sentimientos de miedo, rabia, venganza, confianza, pérdida, euforia y esperanza parecían fundirse en uno solo; algo que la joven Oranday hubiera considerado imposible de antemano. Sin embargo, sabía de sobra que aquello solo era porque gracias a su don podía sentir al mismo tiempo los sentimientos de varios Alejandrinos.

Pero peor aún, si era posible, era estar cerca de Marco. Después de lo sucedido cuando Hiroshi llegó a la casa, el muchacho se encontraba molesto, a la vez que extremadamente preocupado. Lorena sabía que su amigo estaba tratando de urdir un plan para obligar a Gabriel a quedarse fuera de la acción, pero ella dudaba que lo lograra. La mayoría de los Alejandrinos veía con buenos ojos que Gabriel se enfrentara a Belial. Incluso aquellos que no lo hacían, no les importaban el asunto y obviamente no estaban interesados en ayudar a Marco para evitar que Gabriel quedara fuera de la lucha. Sus demás amigos se encontraban preocupados, pero eran conscientes de que el chico Costa definitivamente era la mejor opción. ¿No Marco mismo era el que les había mostrado que Belial era un enemigo sumamente peligroso debido a su don? ¿No la mejor persona para enfrentarse a él era entonces alguien sobre quien aquel don no pudiese funcionar?

—¿Te encuentras bien? —le preguntó una voz.

Lorena levantó la vista y se encontró con Miguel parado frente a ella. El muchacho se encontraba de pie sosteniendo dos vasos de refresco.

—No del todo —le contestó la chica mientras intentaba enfocarse en los sentimientos del joven.

—No hagas eso, por favor —le pidió Miguel tomando asiento frente a ella mientras las ganas de Lorena por hurgar en los sentimientos del chico parecían desaparecer por completo—. Te traje esto. Pensé que te gustaría después de la cara que tenías allá dentro.

El joven le alargó uno de los vasos que llevaba y Lorena lo miró atentamente a los ojos tras recibir el vaso. Tenía firmemente la idea de averiguar qué pasaba en el corazón de Miguel, pero de alguna extraña manera no podía hacerlo.

—Ahora veo de qué eres capaz con tu don —acabó diciendo la muchacha tras dar un sorbo al refresco. Hubiera preferido agua, pero Miguel se lo había llevado y le parecía de mala educación negarse.

—¿De qué hablas? —le preguntó Miguel confundido.

—No puedo ver tus emociones —le respondió Lorena sonriendo—. Me dijiste que no lo hiciera y ahora sencillamente no puedo hacerlo.

—Me estás choreando —repuso el chico sonrojándose.

—¿Realmente crees que lo estoy haciendo? —cuestionó la joven ladeando la cabeza—. ¿Por qué te cuesta tanto trabajo creer que tienes un don para hacer que la gente te obedezca? Digo, seguramente Marco ha sentido cómo lo utilizas en otros.

—Sí, supuestamente por eso me eligió como su discípulo —contó Miguel mirando hacia el suelo con el ceño fruncido—. Pero me parece increíble y algo atemorizante. Es decir, ¿la gente me tiene que seguir solo porque yo lo digo? ¡No me parece justo! ¡Cada quien tiene derecho a hacer lo que quiera, no lo que le diga otra persona!

Lorena se puso a pensar en ello. Aunque una parte de ella se moría de curiosidad por saber qué estaba sintiendo su compañero de trabajo, lo cierto era que no la molestaba para nada. Además, se sentía bastante lúcida, contrariamente a lo que había sentido cuando Felipe la había intentado hipnotizar.

—Es un horror —confesó el joven poniendo mala cara—. No me gusta ver que mis amigos hacen cosas que yo les pido aunque ellos no quieran.

—Pero no hay forma de evitarlo, ¿o sí? —preguntó Lorena.

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