31. La prueba

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Hiroshi Motosuwa volteó a ver a los cuatro amigos, los cuales se sintieron un poco intimidados al pensar que estaban frente a uno de los miembros del Consejo Alejandrino. Aunque no sabían mucho sobre él, por lo que habían oído resultaba obvio que el Consejo era la organización que se encargaba de coordinar a todos los Alejandrinos alrededor del mundo.

—¿Cuáles son sus nombres? —inquirió el señor Motosuwa mientras los miraba a todos.

—Lorena Oranday —se presentó primero la chica dando un paso al frente.

—José Luis Cruzado —dijo su amigo poniéndose en fila al lado de Lorena.

—Vanya Lima —expresó la joven siguiendo el ejemplo de Chelis y poniéndose del otro lado de Lorena.

—Adriana Larios —se presentó la última colocándose al otro lado del muchacho.

Hiroshi miró atentamente a cada uno de ellos. Los jóvenes sabían que de algún modo los estaba analizando, como si fuera capaz de ver sus habilidades con solo echarle una mirada a su rostro. Detrás del miembro del Consejo, Marco, Gabriel y Octavio lucían algo nerviosos.

—Oranday, Cruzado, Lima y Larios —llamó Hiroshi utilizando el apellido de los chicos para referirse a ellos—. ¿Están listos para formar parte de la sociedad Alejandrina? ¿Están preparados para hacer todo lo posible por impedir que los Neumas controlen el mundo y a la raza humana?

—Sí, señor —contestaron los muchachos a coro, algunos con más seguridad que otros.

El hombre japonés sonrió ante aquella declaración.

—De acuerdo —aceptó el hombre—. Sé que hablan con el corazón cuando dicen eso, pero creerlo no es suficiente. Tienen que probarme que merecen formar parte de los Alejandrinos antes de que les sean entregadas sus Aliquam lapides.

—¿Probarle? —repitió algo sorprendida y asustada Adriana.

—¿De qué manera? —preguntó Chelis frunciendo el ceño.

—Será una prueba sencilla —contestó Motosuwa mientras comenzaba a mover sus manos en círculo y concentraba su aura—. Deberán mostrarme que son dignos de llevar el título de Alejandrinos.

Hiroshi comenzó a cantar. Los jóvenes identificaron algunas palabras de las que pronunciaba el hombre, por lo cual resultó obvio que el canto era una lengua relacionada con el español. En tanto él cantaba, su aura de color café claro comenzó a rodearlos. Los chicos sintieron que un escalofrío les recorría el cuerpo, pero se consolaron pensando que el miembro del Consejo Alejandrino jamás los pondría en peligro. Si aquella fuese su intención no creían que Marco se hubiera quedado tranquilamente viendo como sus amigos eran rodeados por el aura de su compañero.

El aura de color café claro que rodeaba a los chicos se fue haciendo cada vez más densa, lo suficiente para que dejaran de percibir las cosas que los rodeaban. Los jóvenes se juntaron un poco más dentro del área que les dejaba libre el aura del hombre japonés.

De repente el aura que los rodeaba se dispersó bruscamente. Los muchachos se encontraban en un lugar muy extraño. Recordaba en cierta manera el cuadro La Persistencia De La Memoria de Dalí, solo que sin aquellos relojes blandos que se escurrían por dondequiera. Era un lugar que daba la impresión de un desierto, pero no contenía arena.

—¿Dónde estamos? —se preguntó Adriana en voz alta.

Lorena dio unos cuantos pasos en dirección a un tronco marchito que se encontraba unos pasos más allá. Pasó sus dedos sobre la corteza y comprobó que el árbol parecía carente de vida.

—Tal vez la prueba consiste en transformar este lugar, ¿no les parece? —propuso Vanya.

—¿Transformarlo en qué? —inquirió Chelis mientras daba una vuelta mirando los alrededores—. Admito que no es mi lugar favorito, pero no creo que lográramos ponernos de acuerdo sobre en qué transformarlo.

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