2. Ola de rabia

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Lorena, Chelis, Adriana, Vanya y Gabriel se encontraban en los pastos que se hallaban cerca de las canchas de la preparatoria. Todos estaban muertos de risa por algo que les acababa de contar José Luis.

—¡No te pases! —exclamó Gabriel retorciéndose por el pasto.

Lorena inhaló profundamente intentando serenarse. Era una tarea difícil teniendo a sus amigos alrededor riéndose, pero aun así lo estaba logrando, aunque fuera a medias. Era maravilloso poder estar ahí, a la sombra de los árboles, descansando sobre el suave pasto y riéndose un rato en compañía de los amigos. Era el segundo día de clases y su primer profesor solo se había parado en el salón para decirles que aquel día le sería imposible darles clase, así como el resto de la semana, de manera que tendrían que esperar hasta el siguiente martes para verlo. Los chicos habían decidido irse a los pastos un rato para tomarse un descanso que sabían probablemente no volverían a disfrutar hasta que acabara el semestre.

De repente Lorena vio a alguien que se les aproximaba. Ya no le costó ningún trabajo reconocerlo. El día anterior el chico se la había pasado pegado a ellos y al parecer pretendía hacer lo mismo aquel día. Lorena no tenía algo en contra del chico, pero le empezaba a preocupar el hecho de haber notado que la mirada del muchacho la ponía bastante nerviosa. El muchacho en cuestión la había mirado con demasiada insistencia el día anterior.

Aquel día iba vestido con unos jeans negros y una camisa amarilla.

—¡Hola! —les saludó Marco.

—Hola —le regresó el saludo inmediatamente Gabriel dejando de reír.

—¿Se pusieron de acuerdo o qué? —preguntó Adriana.

Lorena volteó a ver de qué estaba hablando su amiga y se percató de que Gabriel llevaba igualmente unos jeans de color negro y una playera de cuello polo a rayas, las cuales eran de color blanco y amarillo.

—No hubiéramos logrado tan buen efecto —contestó Marco sentándose entre Gabriel y Vanya, justamente frente a Lorena.

La joven intentó respirar tranquilamente. No entendía por qué Marco la miraba con tanta insistencia... e interés. Sí, el interés era algo que ella podía sentir claramente, como si Marco lo exudara por cada poro de su piel. Sin embargo, la chica no estaba segura de qué clase de interés se trataba. Tal vez podría ser interés romántico, pero aquella idea no le acababa de convencer. Aunque por otro lado, si no era interés romántico, ¿qué era?

—¿Qué piensas, Lore? —le preguntó Chelis.

—¿Eh? —dijo Lorena regresando a la realidad—. En nada.

—¿Por qué las mujeres nunca piensan en nada? —inquirió Gabriel poniendo los ojos en blanco.

—Cálmate, eh —le dijo Adriana—. Que tú siempre tengas la cabeza llena por ser un geniecillo matado no quiere decir que los demás seamos iguales.

—No soy un geniecillo matado —repuso inmediatamente Gabriel.

—Bueno, dejémoslo en geniecillo, Sheldon —añadió Chelis.

—¿Sheldon? —preguntó confundido Marco.

—¿Nunca has visto La Teoría Del Big Bang? —le preguntó José Luis.

—¡Ah! —exclamó Marco—. Ya recordé. ¿De verdad eres tan genio?

—No —respondió algo abochornado Gabriel—. Por supuesto que no.

—Déjalo —dijo Adriana—. Se hace el modesto. Pero no por eso deja de ser nuestro Sheldon.

Gabriel puso los ojos en blanco. Sabía perfectamente que de nada le serviría intentar contradecir a sus amigos. A decir verdad sí era bastante inteligente, aunque él lo atribuía a su gusto por la lectura, la cual, a pesar de lo que pudiera pensarse, no se limitaba a la literatura juvenil.

Libro RojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora