Libro Rojo

Prólogo

—¿Se puede saber qué te pasa? —preguntó Gabriel—. Te has estado comportando de una manera muy extraña.

Lorena suspiró ruidosamente sin quitar la mirada de la lejanía. Aunque el paisaje era muy hermoso, sobre todo debido a la cantidad de árboles que se observaban, la chica no lo miraba en realidad.

—¿Sabes, Gabriel? —comenzó a hablar la joven—. En la vida hay una gran cantidad de sucesos extraños. Aunque uno lo quisiera, a veces no se pueden evitar

—¿Eh? —inquirió el chico totalmente confundido.

—A veces las personas tienen mucho que sentir, Gabriel —continuó hablando la muchacha—, sin que ellas se den cuenta de ello.

—Me temo que no entiendo nada de lo que me estás diciendo. ¿De qué demonios estás hablando?

Lorena volvió a suspirar profundamente. Volteó a ver a su amigo intentando convencerse de que lo que estaba a punto de hacer era lo correcto.

—Gabriel, siempre has estado cuando te necesito —comentó la chica luciendo extrañamente nerviosa—. Sé que solo puedo confesarte esto a ti.

—¿Qué te sucede? —le preguntó el joven comenzando también a inquietarse—. Me estás asustando. Pareciera que algo malo te sucede.

Lorena se mordió el labio inferior mientras inhalaba. Aquello no tendría vuelta de hoja.

—Gabriel, yo... —comenzó la muchacha, aunque le costaba mucho trabajo encontrar las palabras—... yo tengo un poder.

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Mientras tanto, en un lugar muy lejano de ahí...

—¿Qué haces aquí? —preguntó el anciano.

El joven miró al hombre mayor con confusión.

—¿Qué quiere decir con eso? —inquirió el chico.

—Sabes perfectamente lo que quiero decir —contestó el viejo—. Mientras tú estás aquí escondiéndote por razones personales la amenaza allá fuera sigue creciendo. Tú podrías hacer una diferencia, lo sabes muy bien.

El muchacho bajó la mirada hacia sus manos. ¿El anciano tenía razón? ¿Él podía hacer una diferencia en la guerra que se encontraba en marcha?

—No puedes hacerlo solo —comentó finalmente el mayor—. Sin embargo, tú sabes perfectamente cómo conseguir aliados.