28. Belial y Red

6 0 0
                                    

—¡Más le vale que sea bueno!

Red iba caminando con verdadera furia por la calle. Aquello era obvio para cualquiera que lo viera debido a sus pasos rápidos y marcados, además de su postura tensa. Sin embargo, a pesar de ello intentaba relajarse, pues sabía que de lo contrario, si dejaba que su furia fuera todavía más allá, su aura se haría totalmente visible y alertaría a toda la gente que iba por la calle. Ya era bastante grave que sus ojos se vieran de color totalmente rojo gracias a lo mucho que había usado su aura en los últimos días.

El chico tenía buenas razones para estar enojado. Belial había interrumpido uno de los mejores momentos de su vida. ¡El idiota le había mandado un mensaje interrumpiendo lo que tal vez era el mejor instante de su existencia! Sí, quizás tuvo la oportunidad de haber ignorado el mensaje de todas formas, pero sabía que con Belial era mejor no hacer esa clase de cosas. Así que había tenido que dejar de hacer lo que estaba haciendo para atender el llamado del Neuma.

Red llegó a la puerta donde se encontraba la entrada al mundo de Argos y se arrancó los lentes oscuros que llevaba. Colocó una mano a la altura donde debía haber estado el picaporte y la puerta se abrió.

—¡Espera, Red! —gritó una voz en aquel momento.

El joven se dio la vuelta y vio a dos de sus compañeros pupilos de Belial que corrían hacia el lugar. Uno de ellos le caía realmente mal, mientras que el otro solo medianamente bien. El primero era demasiado engreído y solo pensaba en el poder, quería gobernar un gran reino cuando los Neumas tuvieran el dominio del planeta Tierra. El segundo era fuerte, pero no tenía mucho cerebro y a veces hartaba a Red porque se la vivía idolatrándolo por tener el aura roja. Sus nombres eran Irving y Salomón, respectivamente.

Red entró y mantuvo la puerta abierta solo hasta que los otros dos Carneros pudieron sostenerla con sus propias manos. Después de eso inmediatamente el joven de aura roja comenzó a caminar hacia el pasillo que lo guiaba a donde siempre se encontraba Belial.

—Contraseña —pidió la conocida voz de Argos en tanto los otros dos cerraban la puerta.

—¡No estoy de humor para esos juegos tontos, Argos! —exclamó Red levantando una mano de manera que la habitación se iluminó de color rojo.

Se escuchó un terrible chillido en el lugar y, mientras algo parecido a una flama parecía encenderse sobre la cabeza de Red, los otros dos Carneros pudieron ver que Argos corría a esconderse a una cueva secundaria.

—Creo que alguien se levantó con el pie izquierdo de la cama —opinó Irving adentrándose en el pasillo siguiendo a Red, aunque buscando mantener una distancia prudencial.

—¿Qué sucede, Red? —preguntó Salomón sinceramente preocupado—. ¿Te ha ocurrido algo?

—¿Acaso Belial no puede tener más consideraciones? —cuestionó en voz alta el muchacho de aura roja—. ¿No puede avisarnos de antemano en lugar de interrumpir lo que estamos haciendo?

—A alguien lo interrumpieron en algo importante —se burló Irving.

—Ya, déjalo en paz —le amonestó Salomón en tono conciliador—. En cierta manera tiene razón, pero la verdad es que le debemos mucho a Belial. Sin él no tendríamos la menor idea sobre cómo manejar nuestra aura y tampoco podríamos ayudar a reimplantar el paraíso en la Tierra.

Red hizo memoria recordando el día en que había conocido a Belial. En aquellos tiempos había ido de campamento con algunos amigos que tenía entonces. Todos habían acordado realizar una caminata nocturna, pero en último momento Red no había podido ir porque sin querer había ingerido algo venenoso. Se había quedado solo en el campamento después de tomar el antídoto apropiado (el cual afortunadamente uno de los chicos había llevado previendo una situación como esa) y solo a medianoche pudo levantarse finalmente. El joven se puso de pie y salió de la tienda de campaña. Tenía una sed inmensa, por lo que quería ver si sus amigos le habían dejado algo de tomar.

Libro RojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora