Capítulo 1

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Aquel verano, Jaime Romá tenía siete años. Por la tarde hacía mucho calor para ir a jugar con sus amigos a la plaza del ayuntamiento, por eso permanecía en casa, abúlico, sin ideas, mano sobre mano. Su abuelo, al pasar por su lado, le preguntó:

—¿Qué haces, hijo?

—Nada, Abu, nada...

—Y para ti, ¿en qué consiste no hacer nada?

—Pues eso, Abu, nada. Cero.

—No hacer nada es hacer algo. Y, aunque no lo creas, cuando pase el tiempo, te darás cuenta de que la nada pesa y duele.

—Eso no puede ser. Nada no puede pesar ni doler —dijo Jaime convencido y muy orgulloso de su conclusión.

—Tú dale vueltas a lo que te he dicho, piénsalo. Cuando seas mayor comprenderás que tenía razón...

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Habían pasado veintiséis años desde el día en que su abuelo le hizo aquel comentario misterioso; Jaime Romá tenía, pues, treinta y tres años cuando se disponía a abrir la puerta de la sala de juntas de la empresa en la que trabajaba desde hacía once. 

Pero antes de hacerlo quería asegurarse de que no quedaba nadie en la oficina, así que, como quien no quiere la cosa, dio una vuelta de reconocimiento y también se cercioró de que en los despachos no quedaba ningún rezagado. Por último, discretamente, miró en el lavabo de señoras y se introdujo en el de caballeros. Estaba convencido de que no había nadie, por eso encontrar allí a Juan Mendizábal lo sorprendió. Juan fue el primero en hablar.

—Ya está bien por hoy, ¿no? El lunes será otro día...

—¿Queda alguien? —preguntó Jaime.

—¡Qué va! ¡Siempre somos los últimos en salir!...

Y mientras se lavaban las manos:

—Yo ya me voy, ¿te vienes?

—Me quedaré un rato más, quiero terminar lo que tengo entre manos —dijo con la intención de excusarse.

—¡Déjalo para el lunes, hombre! Es viernes y son más de las ocho. Algo hacemos mal cuando siempre somos los que nos quedamos mientras los demás se van a su casa.

—Prefiero sacarme ese trabajo de encima y olvidarme de él de una vez por todas... ¡El aceite de ricino es mejor tomarlo de un solo trago!

—Lo dices por lo de Medical, ¿no?... ¡Vaya marrón! Si quieres te espero a que termines y nos tomamos una copa por ahí...

—Saber que me estás esperando me intranquilizará, no dejará que me concentre. ¿Qué te parece si nos la tomamos el lunes? ¡Te invito yo!

—Pues entonces, hasta el lunes... ¡Buen fin de semana!...

—¡Buen fin de semana!...

¡Por fin había conseguido que se fuera! Juan era un buen profesional y una bellísima persona, de las mejores que en su opinión había en la Compañía, pero por carecer de malicia no ocupaba el lugar que se merecía. Para Jaime su empresa era como un mar turbio infestado de tiburones. Cualquiera que ocupara un cargo en la organización patrullaba como ellos sin descanso, ocupado en conseguir prestigio, ascender, atribuirse un éxito, evitar un trabajo difícil, defender el estatus adquirido, adular al que podía reportar un beneficio o engullir a un posible competidor; en resumen, dar dentelladas y evitarlas.

Consultó su reloj: pasaban veinte minutos de las ocho de la tarde. Hasta las diez de la noche no subiría el conserje del edificio para cerrar la oficina, y el servicio de limpieza no se presentaría hasta las cinco o cinco y media de la mañana del lunes.

el peso de la nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora